María San Gil

Pedro Conde Soladana.

Me gustaría tener un mecanismo de peso y medida para no concederle a la alabanza ni un gramo, ni un milímetro, más allá de lo que se merece la persona. Soy consciente de que tanto en la reprobación como en el elogio, el temperamento, la pasión, el subjetivismo, te pueden hacer rebasar el límite de lo razonable y caer en la demasía por exceso o por defecto.

Y es que el personaje posee tal calidad y talla que, presiento, un sobrante en la lisonja o en el cumplido le desazona. Por la misma razón, cualquier vituperio, no digamos ya calumnia, ha de herirla hasta hacerle sangrar por el costado del alma.

Éstas suelen ser ese tipo de personas cuya tipología, cuyos principios, cuyos valores se elevan tan por encima de la media que la sociedad puede no llegar a entenderlas o, en el mejor de los casos, juzgarlas como excéntricas, bichos raros, apunta el vulgo; mochales, las llaman los castizos; y ¿por qué no, locas? No suelen tener los Quijotes buena prensa, a lo más, cierta conmiseración, una concedida compasión, en un mundo en el que los Sanchos con panza en el alma son multitud. En el famoso libro, al menos, estaban empatados, un Quijote, un Sancho, por eso se equilibraban, se entendían y hasta se querían. Un desequilibrio estadístico de este tipo de personas haría que por exceso de Quijotes no quedara un solo molino en pie; y tan poco es eso. Mas por un exceso de Sanchos, se multiplicarían los molinos con tal excedente de harina para hacer panes que acabaríamos todos “apanarraos”. Busquemos el equilibrio entre el ideal y el estómago.

Con esta especie de lata introducción, voy camino del alma y la mente de una persona, toda una señora, María San Gil, a quien no conozco, pero cuyas apariciones en prensa son un renuevo y recordatorio a la conciencia propia de que la vida puede estar rodeada de cobardía, de miseria moral, de sujetos despreciables y traidores, de canallas; pero se puede vivir plena de orgullo y dignidad.

María San Gil tiene la bondad estampada en la cara; pero tiene la firmeza de las heroínas dibujada en trazos rectos desde la frente al mentón. Uno presiente que esa graciosidad de su cuerpo es un trasunto de su alma grácil. Decidida, valerosa, coherente, firme, buena porque sí. Si fuera un hombre, en nuestro argot machista, diríamos que los tiene “cuadraos”. Pero es mujer, de los pies a la cabeza, que tanto vale.

Despreciar a María San Gil es como arrojar un diamante al muladar. Yo invito a que la gente, en una especie de sobrevuelo, recorra la sociedad y dentro de ella vuele sobre los partidos políticos, para ver cuántos de entre los miles de afiliados que los integran sacan tantas cabezas en altura sobre la masa como esta mujer. Cuán pocos. Ni siquiera Mariano Rajoy de quien yo acogí como un acierto aquello de “bobo solemne”, aplicado a Rodríguez de Zapatero. Ahora creo que al tal Mariano le es imputable con mayor intensidad, eco y sonsonete. Se lo dedico a Mariano, el muy ilustre bobo requetesolemne. Y yo que creí que era otra cosa, además de Registrador de la Propiedad. Pues otra cosa es. Un cínico. ¿Cómo se llama a eso de invitar a otros militantes a disputarle el puesto en ese Congreso de Valencia y cerrarles todas las puestas de acceso o negarles, con veladas amenazas, los medios para ser candidatos? Uno de mi pueblo a eso lo llama democaca de caradura. Ya conozco eso de reunir seiscientos compromisarios, que es como decir “átame seiscientos pájaros por la cola”. Todos deberíamos tener un contraste, un almotacén de la conducta, con el que comparar el peso y medida de cada cual. Visto lo visto, si pusiéramos en los platillos de la balanza a estas dos personas, Mariano Rajoy saldría disparado como un cohete de su platillo, impulsado por el peso enorme de María San Gil en el otro. ¡Pobriño él!

En este tipo de crisis, la ambición les echa un pulso al honor y a la razón. Por desgracia, la razón lo suele perder y el honor aparecerá colgado como un guiñapo en el teso de la horca.

Pero lo malo no es que ese partido, el P.P., pierda un tal valor. Lo muy malo es que lo pueda perder el pueblo español tan carente hoy de líderes, de guías morales y políticos con esa magnitud. La sociedad española, España, tiene una inflación de mediocres que le está llevando a la inania. O nuestra nación reacciona o los antiespañoles nacidos en ella nos la cuartean hasta destruirla.

María San Gil, como Ortega Lara, como Regina Otaola, como Rosa Díez; como Pilar Elías……..no han hecho más que defender la nación histórica, la nación constitucional, la libertad y la igualdad de todos, la justicia, la democracia pura, que tiene que ver muy poco con la sedicente y podrida actual.

Y ¿por todo ello, en premio a su heroísmo, a su lealtad, a su coherencia, a su integridad, a su predicamento, a su sufrimiento, a su persecución por los terroristas, a su bondad, unos mindundis de su partido le señalan con el índice la puerta de salida?

María, como Cristo a la puerta del templo, coge el látigo y arroja de él a todos los mercaderes de la política.

Pedro Conde Soladana

Publicado en MINUTO DIGITAL

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