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Bienvenidos al Mundo

Vivimos en un mundo de mierda que me encanta. Vas por la calle, pones la radio o te tocas las webs y la gente no habla de otra cosa. Ronaldo o la Esteban nos tienen en vilo. Mientras tanto, cada día nuestra sociedad vomita más millones de parados que chorizos habitan en Wall Street, y aquí paz y después gloria. Me pregunto como tanto hijo de puta ha podido reventarnos la fiesta de esta manera. A ver si lo entiendo: resulta que unos tipos que se inventaron un producto financiero huérfano en contenido, llamémosle boniato, se han forrado a nuestra costa sin ni siquiera lubricarse con vaselina, mientras conseguían explosionar nuestro sistema laboral hasta el punto de crear una raza paralela en la evolución humana: el paradus homopringadus.

A todo esto, algunos fenómenos de las altas esferas con titulación CCC (Cómo Cagarla Constantemente) se creen que los no-ricos somos gilipollas -disculpa si te he ofendido pero no me refería a ti- y nos hemos creído a pies juntillas la canallada de la gripe A, también conocida como «Analfabeta» por el origen de su población diana. Un día se levantó un imbécil VIP occidental y dijo: «Pacote, mi vecina del 6º, que murió ayer a los 89 años a causa de un trancazo, me ha dado una idea cojonuda. ¿Qué te parece si propagamos el rumor de que una gripe nueva con una fuerza del copón va a acabar con la humanidad, y parte de España, y así nos quitamos la crisis, el paro y la madre del topo de encima?» Dicho y hecho. Un gilipollas contacta con otro, éste reúne a diez más y tras muchas dietas pagadas por el erario público y la banca retranca, tenemos un producto enlatado con más trampas que una sesión de trileros de la Playa de Palma, listo para el consumo de la prole. A poder ser, cada ocho horas hasta que el paciente quede anestesiado.
Te preguntarás (reconozco la osadía de esta afirmación) por qué salgo ahora con estas monsergas. Pues bien, tengo previsto lanzar un proyecto muy ilusionante al planeta en los próximos meses -que conste que no me llamo Florentino- y necesitaba frenar la carrera y enfocar el objetivo. Conviene programar bien la cosa -me he dicho- no vaya a ser que me echen en cara la jugada el resto de mi vida. Un placer aburrirles.

La teoría del joven número 3

Curioso vídeo y más curioso aún el análisis que hace de él Seth Godin en su blog. Que ¿cómo he llegado hasta ahí? Uno de esos caprichos aleatorios de un destino cabezón que se empeña en hacerme parecer interesante cuando él y yo sabemos -mucho más en su caso, por supuesto- que no hay más cera que la que arde.

A ver que os parece el vídeo. Dice Godin -no confundir con el futbolista del Villarreal– que necesitamos más jóvenes nº3 (siguiendo el orden de aparición) para liderar los cambios en nuestra sociedad, y que es la aparición o no de individuos como el joven número 3 lo que permite transformar una reacción espontánea en un movimiento.

Se busca marciano para intercambio de residencia

Arranca el mes de junio y con él una nueva edición mensual de la revista PocoMás Magazine. Como siempre, y sin explicación convincente, han decidido no erradicar de cuajo mi testimonial sección que en este número he titulado «Se busca marciano para intercambio de residencia», y que podéis leer a continuación.

Se busca marciano para intercambio de residencia

Cada día estoy más convencido de que una epidemia de hijoputismo severo nos acecha. Ahí va el último ejemplo. Estaba yo apurando a bocados los últimos suspiros de mi cena, cuando una noticia me secó la saliva y alguna que otra cosa más. Un tipo, chino de China y residente por aquellos lares, rondaba la tragedia. Había decidido acabar con su vida. Al menos eso creía él. Se encaramó a la estructura de un puente desde el que lanzar al precipicio su cuerpo cargado de recuerdos y deudas. Se trataba de un constructor masacrado por los latigazos de la crisis.

Después de casi cinco horas al borde de la desgracia apareció en escena el héroe de turno, o eso creyeron todos los presentes, incluido el atormentado escalador. El Chuck Norris oriental se ofreció como negociador y se dispuso a trepar hasta el lugar en el que la futura víctima de si mismo tenía pensado despedirse del planeta. El salvador, muy seguro de sus habilidades, llegó a la altura donde se encontraba el sufridor compatriota y empezó a charlar con él. Los testigos del acontecimiento -a excepción de algunos medios que ya habían enviado la crónica del futuro cráneo esparcido por el piso inferior- se frotaban las manos presagiando un final feliz (no tan feliz como el dispensado en las modernas peluquerías orientales que se están instalando en España). Cuando los testigos de la odisea se abrazaban y bailaban la conga celebrando la habilidad del negociador, el figura agarró de un brazo al atormentado empresario y lo lanzó a los leones. S’ha acabat, dijo en su fuero interno el pacifista de plastilina sin más remordimientos que el de no haber acertado en la dirección del empujón, que condujo a la víctima a la lona de protección que le había preparado el dispositivo de emergencias.


Me quedé alucinando (de ese mismo alucinar que conjugaba Jim Morrison). A ver si lo entiendo: Un pobre desgraciado superado por los acontecimientos y preso de un ataque de enajenación mental de caballo, decide acabar con todo y no tiene derecho ni a tomarse su tiempo para meditarlo. Es más, no sólo no intentan convencerle de que aquel no es el camino, sino que encima le revientan esos instantes tan íntimos y personales empujándole al vacío para agilizarle los trámites. “¡Tienen que sodomizarme hasta el último día!”, debió pensar el pobre hombre. Está visto que ya no hay paciencia ni para que uno pueda arrepentirse de sus errores, por muy irreversibles que estos pudieran llegar a ser. Cuando ese buen hombre empezó a creer que quizá las cosas podrían encararse de otro modo, aparece un cazurro de cromañón y le jode su momento “alguien podría decirme que coño hacer con mi vida”. Ya me dirás, trabajar toda tu vida como un chino para esto. Lo macanudo del asunto es que no tardaremos mucho en pensar que es algo normal, como ya lo es no ceder el asiento a los mayores en el autobús, querer acariciar el éxito sin romper el huevo, perseguir la fama aunque sea a costa de rebañar la lengua con todo un regimiento de faranduleros de garrafón o no tener ni un reparo en hincar el codo en cantidades industriales sin asumir las consecuencias posteriores que tiene para nuestra azotea. Dejémoslo por hoy. El próximo mes, más y probablemente mucho peor.

Un ser civilizado anda suelto en la ciudad

Este sábado me pasó un hecho insólito. O casi. Me encontraba efectuando unas compras en un puesto callejero de muy buena reputación (las semillas que allí había sólo tenían fines decorativos y aromáticos) y justo cuando me disponía a saldar mi deuda, un extraño me sujetó suavemente del brazo. Lo primero que pensé en ese momento, mientras mi cara esbozaba una impostora sonrisa cortés como mecanismo automático con el que ponerme en guardia, es que estaba ante el principio de un conflicto sin saber muy bien por qué. Como no reconocía al sujeto, interpreté su maniobra como un claro signo de hostilidad. Menos mal que mi instinto asesino se encontraba de baja por estrés y contuve mi lengua, ansiosa por deletrear un «¡qué te pasa!» muy poco apropiado. Hasta para mí. Sin tiempo para concentrarme en tal propósito, el individuo alargó su brazo y se puso a señalar con su dedo índice en dirección a mis pies. «Ese billete de 20 euros se te acaba de caer», dijo literalmente. Y allí estaba ese dinero entre mis pezuñas.

El tipo, que debía rozar los cuarenta San Fermines y vestía de sport (seguro que encontraremos a alguien a quien le interese este dato) se dio la media vuelta y comenzó a caminar con la serenidad del que acaba de cumplir con una de las tareas, que un día sus padres le pusieron de por vida. Antes de que se alejara le dí las gracias, al tiempo que brotaba incontrolable de mi garganta la siguiente expresión: «Ya no quedan personas así». La dependienta del negocio, al oír mi sentencia más casposa que responsable, soltó un «ya lo puedes decir porque como están las cosas, 20 euros son 20 euros». Y lo vi claro. Debía insistir en mi agradecimiento y así lo hice. Miré en la dirección en la que había tomado distancia y lo encontré sentado en su vehículo con la ventanilla bajada, a punto de iniciar la marcha. Levanté mi brazo y le grité «muchas gracias» a lo que respondió sobriamente «de nada», sin sonrisas gratuitas y deseando poner fin a más reconocimientos.

Con el pifostio social y económico que tenemos montado últimamente por aquí en el primer mundo -en los otros ya hace tiempo que esto no es noticia-, que un pavo que no conoces de nada (probablemente a algunos os vendrá a la mente alguna de vuestras ex parejas) tenga este gesto de civismo, me deja esperanzado. Lástima que yo no haya estado a la altura de los acontecimientos para rematar la faena llevándome las dos orejas y el rabo -en este último punto soy más conformista-. En un mundo tan económico y financiero como el nuestro (he obviado «depresivo» porque se presupone que es así) haberle compensado con una comisión del 10% del botín recuperado hubiera sido más que apropiado, teniendo en cuenta las leyes del mercado vigentes (ya sabéis: oferta, demanda o «¡mira un tordo!, mientras te birlo el fajo gordo»). Siguiendo sus designios, me vi beneficiado por los eficaces servicios de un ciudadano profesional al que su buen hacer no le reportó rédito alguno. Para dar carpetazo al asunto me amparé en que quizá la recompensa personal del deber bien hecho haya colmado sus aspiraciones. Con esta fenomenal excusa de andar por casa aquí lo dejo.

"El ascensor" de PocoMás Magazine

Ha llegado la primavera y el mes de abril, he vuelto a las andadas. La gente de PocoMás Magazine, en el marco de su obra social, han decidido reiterar su confianza en un servidor (dudoso término éste) y me han encargado la página mensual que tanto os reconforta, especialmente cuando envolvéis en ella vuestro sándwich de mortadela con el que alimentáis vuestro desgana laboral. Es hora de que me deje de historias y os reproduzca el contenido en cuestión titulado:

El ascensor

Todo sucedió en un día cualquiera del pasado mes de marzo. Lugar: el ascensor de un conocido centro comercial; hora: la del té (17.00h). Aprieto el botón de llamada mientras permanezco en solitario a la espera de su llegada. Siempre procuro dejar una distancia prudencial con respecto a la puerta, no tanto por si tiene que bajarse alguien que también, sino por si algún descerebrado macho o hembra carente de civismo decide de motu proprio que es y será siempre el primero allá donde vaya. Y a los demás que nos vayan dando, a poder ser por varias cavidades y en cantidades industriales. Pero esta vez tuve suerte. Ningún gilipollas había aprovechado mi generosidad para adelantarme de forma sorpresiva (he sustituido “sorprendente” porque parece ser que utilizar este adverbio está penado). Sin embargo, justo cuando me las prometía muy felices y hacer el trayecto en solitario, me vi rodeado por una familia casi al completo. Sólo faltaba la madre -pensó mi intelecto más ortodoxo-, o el otro padre –apuntó mi trocito de hombre moderno- o la madre de alquiler –se atrevió a sugerir mi hemisferio más científico y reducido-, y ahí lo dejé para no exprimir en exceso a mis neuronas. Faltaban muchas horas para ponerme en stand by y no debía sobresaturar el sistema…

Recompongamos el escenario. Por un lado tenemos una figura masculina de unos cuarenta abriles que a la altura de sus manos se encuentra rodeado por tres niñas encantadoras, ataviadas con la indumentaria escolar oficial. En estos casos siempre peco de moderado y un “vestidas como Dios manda” no estaría de más. A golpe de rabillo del ojo, analicé a ese ejemplo de familia española de clase media alta. Sus ropajes y los modales de las herederas ponían de manifiesto que cuando alguien se preocupa por la educación de los suyos, pueden pasar varias cosas y entre ellas está que se consigan tales propósitos. Otra diferente es que el progenitor descuide la suya y se convierta en un imbécil estándar, rompiendo el manido refrán “de tal palo tal astilla” para buenaventura de su descendencia. Pues bien, este último era el caso del pájaro en cuestión.

El marqués de La Prepotence se posó en el montacargas y a mi saludo de “hola” ni se inmutó lo más mínimo. La mayor de su estirpe, una princesita encantadora, hizo ademán de separar los labios pero viró repentinamente la cabeza en un gesto brusco frenando en seco cualquier señal de civismo expreso, para no ser reprendida por papá tordo. A todo esto volví a repetir “hola” –como espécimen humano procuro tropezar con la misma piedra todo lo necesario- esperando romper la barrera del miedo de la joven heredera. Al tiempo que no obtuve respuesta redimí de toda responsabilidad al trío de damas. Por el contrario toda mi ira –un cuarto de kilo a lo sumo- recayó en el basto de la baraja. Es sorprendente que un tipo que aparenta haber sido compañero de pupitre de Los Albertos, hecho hombre según los principios del gurú del marketing familiar Don Escrivá de Balaguer (autor de campañas como “Un coito, un hijo” o “Donde pongo el ojo, hay negocio”, entre otras) y haber pasado por las más crueles novatadas del colegio mayor del tipo “ducha de Moët & Chandon”, “todo un día vestido con vaqueros Lee” o “ser fotografiado repostando sin la ayuda del gasolinero”, no sepa desenvolverse socialmente en un ascensor. Invadido por mi espíritu redentor materno, pude ver la luz… la de la tercera planta para ser más exactos. Cuando se abrieron las puertas, el virrey dio la orden a las meninas para que iniciaran la marcha. Las tres miraron de reojo, y pude intuir su demostración de que a pesar del padre que las parió (para que luego digan que no soy un activista en por la igualdad de género) habían aprendido lo correcto en la guardería, que no era otra cosa que saludar cuando se entra o sale de un sitio. Y así lo hicieron, pero en silencio y con un golpe de ojos a lo Margaret Astor para no dejar evidencias. Entiendo el trauma que puede suponer para un niño que le priven de su partida a la Nintendo DS por saltarse las reglas. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Jamás consentiría que un infante antepusiera el corresponderme cortésmente a cambio de prescindir de su dedicación amistosa con su videoconsola de confianza. Segundos después se cerraron las puertas. Para olvidar el desplante decidí adoptar medidas ejemplares. Subí hasta la sección “Imagen y Sonido” y dejé que mi tarjeta de cliente le contara las penas a la caja registradora. Fue todo un acto de generosidad por su parte del que siempre le estaré agradecido.

Para prevenir el aburrimiento espontáneo aquí os dejo una canción de fácil digestión para compensar vuestra solidaridad.

"Una tarde de cine" en PocoMás Magazine

Aquí os dejo mi última perla -sin cultivar, eso sí- que he cedido a los amigos de PocoMás Magazine para sus páginas de este mes de marzo. He titulado la columna «Una tarde de cine«, y va dirigida a todos aquellos apasionados del séptimo arte y sus maravillas adyacentes. Para los más perezosos con el ratón, seguidamente tenéis disponible el artículo.

Una tarde de cine

Qué bonito es el cine, ¿verdad? ¿Y de los Oscars qué me decís? Qué emocionante es ver a los premiados recoger su estatuilla. Que se lo merezcan o no es lo de menos, y si no que se lo digan a sus familias y a su patrimonio, en orden inverso eso sí. Dicho lo cual, a partir de aquí me arremango. Pues para que esos héroes de película lleguen hasta la alfombra roja (yo soy más de moqueta), a poder ser sin tropezar, el resto de mortales que vivimos en el sótano del sistema y que lo más rojo que tenemos son los dígitos de la cuenta corriente, hemos tenido que ir peregrinando de sala en sala sorteando bodrios estratosféricos con propiedades narcóticas sin más antídoto que el sueño, hasta dar con una película de la que poder recordar por lo menos el título. Precisamente de mi última odisea en un cine quería hablaros.

Antes de ejecutar la operación ‘una tarde en el cine’, tuve que diseñar un plan preciso y certero. Consulté la cartelera y me encomendé a un método infalible: lancé diez céntimos al aire (la cosa no está para excesos) y el azar y la falta de liquidez de la banca decidieron que el destino de mi subvención debía recaer en Benjamin Button, la más bella historia de amor jamás contada por el guionista de turno, por lo menos en 2008. Con el objetivo identificado, el siguiente paso consistía en elegir el equipamiento y la localización en la que se llevaría a término la misión. En base a criterios de proximidad y logísticos –aparcamiento y comodidad del recinto en cada sesión- me puse en marcha en dirección al cine escogido al que llegué en pocos minutos. Adquirir la entrada, hacerme con provisiones y tomar posiciones serían los pasos a seguir. Nada más entrar en el edificio miré a ambos lados localizando mis próximos destinos. Sigilosamente pero con firmeza me situé en la fila de la taquilla. Fiel a las enseñanzas de El sargento de hierro fijé mi posición guardando en todo momento contacto visual con el enemigo. Llegó mi turno cuando una impostora de unos cincuenta y tantos, agente doble con toda seguridad, haciéndose la despistada mientras contemplaba el tablón de precios hizo un quiebro y violando mi perímetro, me arrebató la posición. Quise localizar entre mis pertenencias la dosis de pentotal sódico apropiada para estos casos, pero ya era tarde. Mis venas cobraron un volumen stallone justo cuando me tocó el turno. La dependienta batió el récord del mundo de recorte de entrada y vuelta de cambio. Supo al mirarme que, de haberlo necesitado, no hubiera dejado rehenes.

Dirigí mis pasos hacia el punto de avituallamiento: la tienda de golosinas. Todos tenemos nuestro punto dulzón, y si no que se lo digan a Clint Eastwood que dejó el cuerpo de Harry para recorrer Los puentes de Madison. Divisé las piezas y busqué el mejor ángulo de visión para capturar mis presas. Dos codazos, una zancadilla y una maniobra acústica de despiste después (lanzan un “¡oye!” a tu lado y mientras tratas de averiguar si tú eres el destinatario, te ventilan el último kojak del expositor), me vi abocado a ceder unos metros. Cambié de estrategia y tomé la delantera en el stand de las palomitas. Vaya suerte la mía. A cambio de mi puntualidad recibí los desechos de la última tanda. Solo me hubiera faltado oír a Briatore gritándome “bravo Hache, bravíssimo” por haber conseguido la pole-popcorn. Al tiempo que recogía los restos de mi dignidad esparcidos por el mostrador, pude presenciar como el charlie que me seguía recibió unos copos de maíz recién salidos de la máquina y más crujientes que los abanderado de Torrente. Quise olvidar todos los contratiempos y enfilé la puerta de la sala. Entré bien posicionado, divisé la mejor ubicación para mi centro de operaciones y levanté mi campamento. Habría más de doscientas butacas, de las que sólo llegaron a ocuparse una treintena. Ducho en las tácticas de guerrilla del entrañable John Rambo, acoté mi territorio colocando mi anorak en el asiento de al lado. Convencido de mi éxito, sabedor de que tan sólo había una de cada cinco plazas ocupada, me dispuse a contemplar el paisaje alimentándome a base de regaliz. En esto veo aparecer a los de ‘el club de todos los jueves, cine’. Miro a izquierda y derecha, arriba y abajo y suspiro tranquilo: es imposible que quieran rebasar mi frontera. ¡Tate! El portavoz de la cuadrilla se dirige a mí: “¿Te importa? –señalando mi chaqueta-; es que somos tropecientos, justo el número de butacas libres en esta fila”. No respondí. Me limité a ceder parte de mi espacio vital mientras blasfemaba en arameo clásico y en dual. Era mi día de suerte. Vistos los precedentes, la cosa pintaba bien. Después de todo era imposible que la película no mejorara lo presente. Durante casi tres horas tuve que soportar miles de ruidos palomiteros, conversaciones con volumen para sordos, parejas de sin techo entregadas a Cupido y tipos con el intelecto desbordado tratando de entender la juventud anciana de Pitt. Eso fue todo. Una maravillosa tarde de cine.

Dudemos herman@s

Escuchando el álbum Avalancha de Héroes del Silencio, me detuve en la parte final de la letra del tema Deshacer el mundo. No sé qué ocurrió pero me vi avocado a repetir una y otra vez ese fragmento mientras lo canturreaba con mucho más énfasis que destreza. Y dice así:

«..Ponme fuera del alcance del bostezo universal
nos veremos en el exilio o en una celda
ponme fuera del reposo en mi historia personal
soy un ave rapaz: ¡mirad mis alas!»

Quizá fuera por todo lo que está ocurriendo a nuestro alrededor (debates apañados en televisión, despidos encubiertos por la crisis…) o por pura casualidad, pero el caso es que en un ataque reflexivo impropio de quién os escribe, mi mente -poco acostumbrada a estos alardes- se vio con lucidez suficiente como para relacionar la letra de esa canción de Héroes con las circunstancias que nos rodean, adoptando un actitud crítica con la que encarar el día a día.

O lo que es lo mismo: Cuestionaoslo todo. Ponedlo todo en duda, incluso dudad de que dudéis de todo.

Anticipándome a la inevitable pregunta que sé que os ronda en vuestras cabezas, os confirmo que la semana próxima, sin falta, pido cita con mi terapeuta de cabecera, Haruki de la Mancha.

Cita postuaria: «Casi todos prefieren la mentira por ellos descubierta a la verdad encontrada por otros». (Jean-Jacques Rousseau)

España no va bien… va muy bien

Hace días BlackJack nos acercaba al fantástico y enriquecedor mundo de la cultura juvenil. Reproduzco textualmente:

Oído a dos chicas de unos veintitantos el otro día mientras esperaba en Hospital de Día para ponerme la medicación:

  • ¿Sabes que ya me he graduado en E.S.O.?
  • Me alegro, tía. ¿Y que es «eso» en lo que te has graduado?
Hoy puedo aportar mi granito de arena a semejante derroche de talento. A continuación os reproduzco fielmente una conversación de bar entre tres individuos no identificados que rondan la treintena. Para que os hagáis una composición de lugar, dos de ellos se encuentran sentados tomando un café cuando aparece el tercer hombre:
  • ¿Qué pasa tío? -dice el recién llegado dirigiéndose a uno de los dos individuos mientras apoyaba la mano en su hombro-. A ti no te digo nada porque no me apetece -añadió en tono chistoso dirigiéndose al otro tipo en discordia, de nacionalidad colombiana-.
  • El sentimiento es recíproco -respondió el colombiano-.
  • Oye, a mi no me vengas con «colombianadas» y háblame en cristiano -concluyó el gachón-.

Lo dejo ahí, para que podáis captar este prodigio de la dialéctica moderna.

Cita postuaria: «Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda». (Martin Luther King, 1929-1968)

Quedan 66 días para que le den las notas a Obama

Amnistía Internacional le ha dado 100 días a Barack Obama para que haga los deberes si quiere aprobar su primer trimestre a los mandos del cotarro mundial. ¿Creéis que superará la evaluación o le quedará algo para septiembre? Repasa el siguiente widget (elige el idioma) y haz tus apuestas.

Más allá de la televisión

Vamos a cerrar este fin de semana de febrero con algunas de mis sugerencias para que ocupéis vuestro tiempo, si os da la gana por supuesto. Visto el recital escabroso que en los últimos días nos ha ofrecido la pequeña pantalla y una parte de la prensa escrita, os voy a echar un cable por si decidís cambiar algunos hábitos de ocio.

Mis tres propuestas son:

  • Engánchate a «Mad Men«, la serie yankee que ha roto todos los moldes en los últimos años. A los que os interese o tengáis curiosidad por el mundo de la publicidad, el marketing o la comunicación disfrutaréis tela marinera. A los que ni os vaya ni os venga este mundillo, también os interesará conocer como los que están al otro lado tratan de influirnos en nuestros gustos y hábitos de consumo, y de qué manera lo consiguen. Recordad que no es malo irse a la cama sabiendo algo más. Incluso, aunque después no podamos cobrarlo.
  • Como banda sonora para la lectura anterior, os propongo el último trabajo de Antony and the Johnsons, «The crying light«. Pura magia, querido Tamariz.

Cita postuaria: «La soberanía del hombre está oculta en la dimensión de sus conocimientos.» (Francis Bacon)

Emilio Calatayud con Buenafuente

Os recomiendo encarecidamente el último post de Cosas Que Pasan en el que podréis disfrutar de la entrevista que el juez de menores de Granada Emilio Calatayud concedió a Andreu Buenafuente días atrás. Calatayud es famosos por sus sentencias peculiares y perfectamente razonadas. Disfrutadlo.

Cita postuaria: «Donde hay poca justicia es un peligro tener razón».(Francisco de Quevedo y Villegas, 1580-1645)

50 años de tele en Barcelona

Gracias a nuestra buena amiga catalana, y periodista, Esther Molas, nos hacemos eco del «50 aniversario de la llegada de la señal de televisión a TVE Cataluña«. El pasado 15 de febrero se celebraba esta efeméride, medio siglo después de que se iniciaran las emisiones en Barcelona con la retransmisión del partido de fútbol Real Madrid – FC Barcelona. Curiosamente (ojo amig@s: poniéndolo en cursiva evito cambiarlo por otro adverbio menos ambiguo) hacía ya tres años que TVE había comenzado su andadura en el territorio español.

Para que entendamos algo más de lo que supuso aquello, a continuación os dejo un breve artículo que Esther nos ha preparado.

TVE Catalunya celebró este fin de semana los 50 años
de la llegada de la señal de televisión a Barcelona

Comentarios como “Ahora no podríamos vivir sin la televisión” o “¿Viste anoche el partido por la tele?” son normales en nuestra sociedad occidental que vive inmersa en la era de la tecnología. Y la tele ya es una miembr@ más de la familia, de la apagada analógica a la realidad digital, del blanco y negro al color, de lo local a lo global. Pero, ¿por qué hablo de la tele? Pues porque este fin de semana se celebrará el 50º aniversario de la inauguración de las emisiones de televisión en Cataluña. Y se hizo el 15 de febrero de 1959 con la retransmisión del partido de fútbol Real Madrid – F.C. Barcelona. El fútbol es el fútbol. Presente hasta en la sopa.


Hacía tres años que la señal de televisión había llegado a España. Los servicios técnicos de TVE trabajaron y en menos de un año establecieron la instalación de las antenas de enlace que permitieron la conexión de la señal hertziana de Madrid a Barcelona. Eran siete estaciones de enlace y 550 quilómetros de distancia. ¡Hoy en día hasta puedes ver la tv por internet! Algún día tendremos que hacer un gran homenaje a los ingenieros de telecomunicaciones.

No hace falta recordar que ante tal histórico evento, los barceloneses agotaron los receptores de las tiendas, hecho que generó la aparición de un mercado negro de televisores. Se calcula que se vendieron más de 20.000 aparatos a un precio aproximado de 6.000 pesetas.

En el espacio “L’Informatiu” de TVE Catalunya del 14 de febrero, a las 14 horas, y en la edición de las tres de la tarde del “Telediario” del 15 de febrero se emitieron unas imágenes para recordar este momento histórico de la llegada de la tele en Cataluña.

Ah, y el Barça perdió por un gol a cero. Eran otros tiempos.

Seguro que algun@ de vosotr@s habrá deducido qué camiseta defiende la buena de Esther. Bromas a parte, para haceros una idea de el nivel de desarrollo de nuestra sociedad por aquel entonces os acompaño la información con algunas de las cosas que sucedieron tal día como ese de 1959 en el resto del mundo:

El dirigente cubano Fidel Castro ha sido nombrado esta mañana jefe del gobierno de su país, lo cual se ha interpretado como su primer paso hacia la presidencia«.

Nacía Alistair Campbell, cantante de la formación UB40.

Antonio Segni fue nombrado primer ministro de Italia.

El Times anunciaba: “Hallazgos en el Ártico Apoyan la Teoría de Temperaturas Globales en Ascenso»,