Archivo | Prepotencia RSS para esta sección

Educación para la prepotencia

La cosa mejora. En Pozuelo montan la segunda parte de Gladiator sin avisar. La Espe nos sorprende con una buena ocurrencia: dotar a los profesionales de la educación de la condición de autoridad pública. Dicen que el plan b es subvencionar un chaleco antibalas para cada docente. Todavía recuerdo el primer día en que entré en un aula para impartir mi amable clase de ofimática, y un mochuelo de doce primaveras me recibía con los pies sobre la mesa embargado por la emoción y quizá también por María, la seglar. Ahí supe que lo mío era vocación. Vocación por comer cada día.

Si me pongo a pensar -con moderación es hasta beneficioso- en la manera en que hemos dejado que discurra este tinglado, me crispo. Y es que cuando un guajiro se dirige a mi con aires de suficiencia se me acciona involuntariamente un resorte corporal, cuyo mecanismo nervioso transforma la estupidez del tucán en energía voltaica biodegradable, que recorre mi nervio ciático hasta el sótano de mis pezuñas. Si el lechón prosigue en ese intento por consagrar su memez, está en vías de lograr desviar mi riego sanguíneo a fin de cargar mi extremidad inferior derecha con temible mala leche. A partir de ese punto, cualquier desenlace es posible. Hasta que prosiga escuchándole como si nada. Es lo que tiene anteponer siempre el ahorro de energía inútil a cualquier decisión. Y si no, que se lo digan a W. Bush.

Ciertamente, los individuos con pose de superioridad tienen la habilidad de poner a trabajar a destajo mi flora intestinal. Un tipejo que propone una relación con los demás desde su altiva mirada, se merece un cólico testicular de proporciones similares a cincuenta años de celibato.

Cita postuaria: «El único símbolo de superioridad que conozco es la bondad». (Ludwig van Beethoven, 1770-1827).