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También en 2009, PocoMás Magazine

Hace días que está en circulación en la isla el primer número de 2009 de PocoMás Magazine. Como ya sabéis, en ella podréis encontrar entre otras muchas y variadas cosas, una columna de opinión firmada por mi -más de uno (dos) duda de la autoría- que este mes he titulado «Hay más fantasmas que sábanas» y en la que recupero el contenido de una entrada que publiqué en este blog hace semanas. Meses atrás despedí a mi gurú de las letras, mi speechwriter (no pude tolerar que lo expulsaran de la guardería). Ahora, sólo ante el teclado, sabréis lo que es bueno.

Cita postuaria: «No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.» (Oscar Wilde, 1854-1900)

Un día de furia…

Todo empezó así. Tenía que hacerme unas analíticas y perdí el volante. Era mi primer día libre y a las 08.00h ya estaba en el hospital para solicitar una copia. Me dicen que ha entrado un nuevo sistema y ya no es suficente con entregar el papel el mismo día que decida ir a que me pinchen. Ahora se debe pedir hora por teléfono. La cosa se enchunguece. Consultamos la lista de espera y bingo: no hay hora hasta dentro de dos semanas. Eso sí, para adelantar puedo hacérmelos en otro centro. Eso es bueno, me digo. La parte mala viene ahora: no llegaré a tiempo porque cierran a las 08.30 y son y veinte. Me encanta que los planes salgan bien.

Por sugerencia paterna, llamo para pedir hora para el día siguiente en mi centro de salud y me dicen que ellos no reservan telefónicamente y que hay que ir en persona. Eso sí, los céntimos de euro que me han soplado por llamar al 902 sin que me aclaren nada, volaron. Hoy es mi día, me digo. Vista la conjura de los astros, me voy en persona una hora más tarde para cerrar in situ el asunto. Al llegar allí me atiende un señorita tan amable como desinformada. Me dice que no hace falta reservar día, puesto que basta presentarse a las 08.00 hora zulú -hay que ponerse riguroso en estos casos- y me lo harán al momento. Más o menos como el DNI pero con 14 horas de espera menos, se supone. Le pregunto si mañana va bien y me responde que «claro».

Ya es mañana. Aunque estoy de vacaciones, me levanto a las 07.00 hora de mier–. Bajo a poner un par de calles y a las 07.40h estoy en la puerta del centro. Una pareja de ancianos guarda el turno en la entrada resguardados del frío en un portal de 2×2, ideal para jóvenes emancipados. Están solos y me acerco a ellos para preguntarles esa información, vistos los precedentes. Regreso al coche que se encuentra a escasos 15 metros de allí. Aguardo en él hasta que se hacen las 07.55h y allí no aparecía ni el sereno. Me entretengo osbservando los movimientos de un par de prostitutas y sus chulos. Siempre ha habido clases. Ellas callejeando con una bufanda por falda con una rasca que cortaría los labios a un oso polar y los fulanos resguardados en el interior de un cajero automático. Ni un nirvi, diría l’amo en Pep.

Salgo del auto -en ese barrio ya se denomina así- y me dirijo optimista hacia mi centro de salud. No se incrementó la cola y prontito estaré en mi cama intentando conciliar el sueño que me birló el Estado hace unas horas -por si hay algún iluminado, repito que estoy de vacaciones-. Durante décimas de segundo estudio emprender acciones legales (está tan de moda que seguro que yo también puedo, ¿no?). Le pregunto a la pareja de ancianos si están esperando para unas analíticas (de unos años a esta parte la gente te mira con cara de asco si pronuncias la palabra «análisis» y ya veo bastantes getas de esas a diario como para no descansar en vacaciones -y van tres-). El señor, de esos a los que regalarías un abrazo entrañable, escucha y le transmite la respuesta por telepatía a su señora, que hace las veces de portavoz: «No hijo, hoy no hassen análissí. Llama y pregúntalo pero veraj que eh azín». Llamo y me abren al momento. Sale una señora que me mira con cara de ser demasiado pronto (las 07.58h) y le pregunto ahorrando todas las palabras que me permite mi escasa lucidez a esas horas: «Hoy se hacen analíticas, ¿verdad?». Y la respuesta es clara: «No, hoy no, no ves que lo pone ahí», y me señala un folio en el que se indica que hasta el 29 nasti de plasti. Yo, con un cabreo propio de «la Patiño» -agradezco este recurso a algunas de las mujeres de mi vida- le digo que ayer una compañera suya, sentada en el mostrador situado a mi lado, me dijo que «mañana mismo» -por hoy- podía hacerme los análisis, perdón, las analíticas -seguro que esto es cosa de Ibarretxe-. «Pues eso no puede ser porque ahí lo pone bien claro», y me vuelve a señalar el documento del delito que, perfectamente camuflado, podría haber pasado por un elemento más del decorado navideño del centro de salud. A todo esto, oigo una voz que sale de una habitación contigua: «Oye chaval, que aquí no puedes estar, ¿eh?». Lo que me faltaba. Un friki con porra que añora a Charles Bronson y tiene ganas de que le adelante algún presente antes de la Noche Buena. Falsa alarma. El propietario de esa voz, y de un cuerpo que ni en los mataderos de Jabugo, era un antiguo compañero de equipo con el que jugué en el Recreativo La Victoria. Por la gracia del espíritu navideño y mi falta de reflejos matinales, el destino puso el freno de mano y no quiso recrearse en su mala baba conmigo. El armario ropero al que iba a prometer un par de budspencers era de los míos y para lástima de mi cirujano maxilofacial, todo quedaría en un conato de envalentonada revenido a compadreo algo pastelón, por mi parte. Ya se sabe que los cambios bruscos de estado de ánimo, no me acaban de gustar, y del «pásame el teléfono de tu compañera que le voy a decir cuatro cositas» a la sujeto A, al «qué tiempos aquellos cuando tu tenías más pelo y mucho menos bíceps», hay un Palma-Cabrera-Palma a nado.

Lo dicho. Feliz Navidad y todo lo que le sigue. Sed felices, aunque los demás se empeñen en sabotearos el plan.

Cita postuaria: «Cuando la madre de Guillermo Jesús, de 7 años, le dijo que iba a llevarle al médico para que le sacara sangre, éste le contestó: ‘Vale, pero sólo si después me la devuelven’ (Extraido del libro Frases Célebres de Niños de El Hormiguero)

Quién no ha tenido alguna vez la espalda mojada…


«Espaldas mojadas» es el título de una canción que el grupo Tam Tam Go lanzó a principios de los 90. Como bien sabéis, este término se utiliza en concreto para describir a los inmigrantes centro y sudamericanos que deciden emprender el viaje con lo puesto hacia el dorado de los EE UU, tirando a mate cada vez más. El uso de esta definición se ha ido generalizando, a la par que lo ha hecho la inmigración, y actualmente nos podría servir incluso para referirnos a todos esos movimientos en cualquiera de los continentes. Os cuento todo esto -aquí concluye el permiso para bostezar- porque me he sentido en la obligación de bucear en mi pasado familiar para rendir un humilde tributo a toda esa legión camareros argentinos, albañiles senegaleses, teleoperadores peruanos, repartidores ecuatorianos, jardineros rumanos… con los que nos cruzamos a diario en nuestras vidas. Si su papel en nuestra economía moderna ha sido clave según los expertos, parte de nuestro bienestar -aunque ahora ande maltrecho- debe entenderse gracias a su colaboración.

Por ello, apuesto por un ejercicio que creo que deberíamos de hacer todos como es profundizar en nuestras raices, a saber: mis bisabuelos eran mallorquines (5), gallegos (2) y andaluces (1). Sus hijos nacieron en Mallorca (2) y en Cuba (2). Precisamente de este último caso quiero hablaros. Los padres de mi abuelo José Adán, desde Carballino (Galicia), y los de mi abuela Margot Ignacio (desde Mallorca) emigraron a La Habana para sobrevivir a la miseria que recorría España de cabo a rabo, en el primer cuarto del siglo XX. Lo curioso del asunto es que ambas familias nunca coincidieron en Cuba mientras se dedicaban a actividades económicas diferentes, que en los dos casos les permitió gozar de una situación económica privilegiada, ni de lejos parecida a lo que habían dejado atrás. Es curioso el caso de la familia Ignacio, decicada al mundo de la escultura y la restauración arquitectónica, aunque de eso ya hablaremos otro día.

En resumidas cuentas, mis antepasados cercanos fueron inmigrantes en tierra próspera, extranjeros sin papeles, con la humildad, el esfuerzo y su educación como único patrimonio con el que desembarcar en Las Américas. Estoy convencido de que si ellos estuvieran aún entre nosotros y convivieran a nuestro lado con el fenómeno actual de la inmigración, no dudarían ni un instante en sacarnos los colores cuando alegremente, y perdiendo la perspectiva de cómo hemos llegado a ser lo que somos, tuvieramos la tentación de dirigirmos con cierto desprecio a alguno de esos inmigrantes que salieron de un continente, que un siglo atrás recibió la huida a la desesperada de muchos de nuestros antepasados que trataban de olvidar qué se siente cuando se padece hambre. Tal vez sea el momento de devolver algún favor pediente…

Os adjunto una serie de fotografías de aquella época (algunas no están en muy buen estado) que acreditan lo que os he contado en estas líneas.

Cita postuaria: «La ingratitud proviene, tal vez, de la imposibilidad de pagar.» (Balzac)

Hay más fantasmas que sábanas…

A veces empezamos o acabamos los días de mejor o peor manera dependiendo de algún pequeño detalle o anécdota, que a pesar de su escasa importancia puede inclinar la balanza de uno u otro lado. A mí no me miréis; esto está montado así e igual que la imbecilidad, ocurre sin avisar y no hay que darle más vueltas. Precisamente os voy a hablar de un candidato al gilipuertas de oro de la academia.

Situaros. Entro en uno de los bares a los que acudo habitualmente -este dato quizás no sea muy preciso pero sólo hago que imitar a nuestros referentes actuales-. Antes de llegar a la barra ya tengo mi café servido sin articular palabra, y de propina me cae una sonrisa de cortesía del camarero que ciertamente no le daría para ganar el premio profident del día. Tomo asiento y cojo el primer periódico que diviso al alcance de mi mano, asegurándome de que para apropiarme de él no necesito ayudarme de mi codo. Es media tarde, no tengo ganas de guerra y me da mucha más pereza tener que firmar la paz. A tiro de estornudo se encuentra una pareja de tipos que no reconozco, a pesar de que por el volumen de su conversación diría que están ansiosos por que entremos en la misma. La cosa sigue tal que así:

-Pues no sé que hacer, tío. Creo que le diré que me marcho el ‘finde’ con los colegas sin más. Hace tiempo que lo tenemos planificado -dice el sujeto paciente-.

-Lo que tienes que hacer -mal asunto cuando empezamos así- es decirle: «Mira tía, el viernes me las piro y hasta el domingo no estaré disponible» -suelta el sujeto impaciente al que sólo le podía reprochar que no hiciera el gesto de retorcer el pescuezo de un palomo con sus manos.

Viendo los derroteros por los que parecía encaminarse la conversación privada convertida en mitin verdulero, decidí abstraerme. Y lo logré, aunque fuera por espacio un par de segundos. Entonces, el macho de la especie ibérica, dados los salchichones que hubiera dado de sí después de un buen San Martín, se decolgó con una reflexión digna de un memo condecorado con honores.


-A las tías hay que marcarles el terreno desde el principio. ¿Sabes lo que hago yo? -observé como se nos contagiaban las arcadas al resto de clientes afectados por la onda expansiva producida por ese prodigio de la era cromañón-. Yo se lo digo muy clarito: esto es lo que hay y si no te gusta tiene dos trabajos, mosquearte y des… ‘loquesea’- lanzó el tigre salvaje al que la selva se le queda pequeña cuando se pone a marcarla con su orina.

A todo esto, y ayudado de un esponjoso croissant para amortiguar las galletas verbales de su amigo y apuñalador a tiempo parcial, el sujeto paciente (hasta la médula) no articulaba palabra. Y hacía lo correcto. Cuando intentas interceder por alguién cuyo coeficiente intelectual se le va entregando a plazos, lo más probable es que quedarse en silencio te haga salir victorioso. La ley del mínimo esfuerzo, chatín.

Entre bocado dulce y sorbo amargo, el Atila de las relaciones personales seguía erre que erre con su teoría de la gravedad: -Oye, que si se enfada no es nada grave, ¿eh?- argumentaba el valiente capullo… en flor silvestre. -Yo siempre digo una cosa: hay más mujeres que longanizas. Eso no es problema- concluyó el obama de la vida en pareja.

En los instantes siguientes logré alejarme de los briconsejos del gurú del amor en primera persona. Mientras navegaba sin rumbo entre las páginas del Marca –a ciertas horas mis facultades limitadas me impiden completar los sudokus del Wall Street Journal– una voz femenina se fue apoderando del ambiente. Giro mi cabeza en dirección a los pili y mili y observo como una chica de la misma edad se sienta en su mesa. Acto seguido, terminator toma las riendas de la conversación y lejos de coger el toro por los cuernos pregunta con voz dulce cual ventrílocuo:

-Dime cari, ¿qué quieres que hagamos esta noche?. La próxima vez me toca escoger a mí, ¿vale?-.

Yo no daba crédito. Chuck Norris le cedía el mando de la operación a Miss Rehén 2008. Si es que ya se sabe, «dime de qué presumes… y te diré que coche tienes».

Cita postuaria: «El cobarde sólo amenaza cuando está a salvo» (Goethe)

"Café y Más" es mi recomendación de la semana

Café y más es un blog muy interesante obra del palmesano Jesús Cortés. En él encontrarás multitud de sugerencias gastronómicas que nos ofrece la isla, acompañadas de fotografías de los diferentes menús degustados y la correspondiente valoración del servicio que ofrece cada cafetería, con sus pros y sus contras. Es muy útil para ir variando los lugares habituales en los que disfrutamos de nuestra vida social. Elegir qué tomar, a qué hora y dónde es una de sus múltiples utilidades.

Es el momento de no entreteneros más, y dejar que visitéis esta curiosa y sugerente bitácora. Os gustará.

Cita postuaria: «Los ingleses inventaron la sobremesa para olvidar la comida.» (Pierre Daninos)