Estación destino
Estación destino
Dardo estaba sentado en el asiento del acompañante sin saber muy bien por qué. Los cristales empañados le distorsionaban la visión del exterior. La lluvia le hacía aflorar una sensibilidad que decidió combatir a base de caladas. Aspiraba a desprenderse de la ansiedad expulsándola con el humo de aquel cigarro. La espera era demoledora. Estuvo a punto de echar mano al contacto para arrancar y alejarse de allí sin dejar rastro. Finalmente pensó que los trenes sólo pasan dos veces para unos pocos y desistió.
Bajó dos dedos la ventanilla para poder reconocerla al momento, mientras sorteaba el continuo martilleo de las gotas de lluvia en su rostro. A la luz de una farola creyó reconocerla. A cubierto bajo un paraguas se dibujaba el cuerpo de aquella mujer. Su sombra, que agrandaba su estilizada silueta, no hacía más que resaltar su imponente atractivo, veintidós años mayor que su voyeur. Dardo agarró la manecilla de la puerta, convencido de que si accionaba ese mecanismo sería imposible volver atrás; su vida cambiaría de rumbo. Pero no lo dudó ni un instante. Salió del vehículo y cruzó empapado el asfalto.
Al llegar a la altura de la Señora Lamarca su cuerpo temblaba sin antídoto. Quiso armarse de valor. Pero fue en vano. Fracasó en su intento de posar su mano en el hombro de aquella mujer. Apenas logró mencionar su nombre y ella se volvió, invadiéndole la sensación de que le había reconocido. Fue una alucinación transitoria producto de su indomable excitación. Dardo tardó unos segundos en despertar de su ensimismamiento. Reaccionó para sujetar cortésmente el paraguas de la Señora Lamarca, invitándola a que le siguiera hasta el coche de la empresa. Con las puertas cerradas, Dardo solicitó a su acompañante que le indicara el itinerario a seguir. Por segunda vez en sus vidas recorrerían juntos el mismo camino. De la ocasión anterior, Dardo no guardaba recuerdos. Tan sólo una certeza: fueron nueve meses de viaje.