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Cuánto vale nuestro tiempo

Hace tiempo que vengo dándole vueltas a una idea que me asalta constantemente, a veces por sorpresa, sobre la necesidad imperiosa de comprar tiempo libre al peso. Mientras compruebo a menudo como se trata de una preocupación que ocupa y preocupa a mucha otra gente, empiezo a darme cuenta de que existe una corriente de opinión cualificada –gurús del mundo empresarial, líderes de opinión, prensa especializada…- que apuesta por un cambio inminente en la concepción y ejecución de nuestras jornadas laborales. Quizá ni tú ni yo lo toquemos con las manos, y muy probablemente tampoco lleguemos a observar como disfrutan de ello nuestros hijos, pero estoy convencido de que ese día tiene que llegar.
Hoy me he topado de bruces con un post que aborda el tema desde un punto de vista muy gráfico, consiguiendo que te veas fielmente reflejado en cada detalle de la jornada de trabajo que nos relata a continuación Recuerdos de Pandora:

El coste de mi tiempo y el precio de la felicidad

Suena de nuevo el despertador. Es lunes y no queda más cojones que volverme a levantar. Otra vez me esperan ocho horas de trabajo, que al final, suponen mucho más que simplemente ocho horas. En la oficina está mal visto oler mal, y con el calor que hace por las noches en mi apartamento, hace que la ducha sea indispensable. Teniendo en cuenta que para llegar al edificio donde trabajo tengo algo más de una hora y que amablemente me dejan dos horas para comer, en total son cerca de trece horas las que dejo trabajando cada lunes.
Digo cada lunes, pero la verdad es que si fuera únicamente cada lunes no me supondría un gran trauma. La realidad es mucho peor. Las mismas horas que empleo el lunes las tengo que emplear el martes, el miércoles, el jueves e incluso el viernes. Cada día con el cansancio del día anterior y únicamente pensando en que cada vez el fin de semana queda más cerca.
Al final, son un total de sesenta y cinco horas a la semana que tengo totalmente ocupadas cuarenta y siete semanas al año. Si al menos mi trabajo fuera gratificante no tendría queja alguna, pero la realidad no es esa. El trabajo que tengo simplemente es el resultado de una serie de decisiones que tomé en un momento dado evitando únicamente opciones a priori peores. Lo bueno es que al menos el tiempo que paso en mi trabajo no sufro, y la compañía es agradable, pero haciendo contrapeso está la fuerte desazón de saber que cada noche cuando llego a casa no me siento gratificado por el trabajo que he hecho.
Cierto es que todos los meses recibo religiosamente mi nómina, lo que me permitiría, si quisiera, presumir de no tener problemas económicos. Pero el dinero no es felicidad, ni tampoco ayuda en exceso. Lo más preciado que tengo en esta vida es el tiempo y, por mucho dinero que gane, no podré comprar de ningún modo esas sesenta y cinco horas que cada semana trabajo para emplearlas en algo mucho más gratificante[continúa aquí]

Para conseguir una correcta interpretación del texto es más que recomendable que obsequies a tus oídos con esta excelencia del rock…

Los ricos también lloran… cuando pelan la cebolla

Para aquellos inquietos que no sepáis qué hacer con vuestro patrimonio (si rehipotecarlo por enésima vez o ponerlo a nombre del loro que no paga IRPF) os propongo dos lecturas que os van a poner muy tontorrones. Ánimo majetes (vía Soitu):

Un privilegio reventarles lo que queda de día.

¿Y si cambiáramos el color de los ‘bin laden’?

No os lo vais a creer pero acabo de asistir a una clase magistral de investigación financiera. El único alumno, un servidor. El docente, mi barbero. Sí, oíste bien: barbero; el de toda la vida. La verdad que es un lujo volver a disfrutar en exclusiva de las lecciones de todo un analista anónimo de nuestra política y economía. Me dice que está convencido de poder encontrar de una tacada todo ese dinero excedente que circula tangencialmente a los circuitos habituales -conocido como B– que nadie dice tener, mientras asegura que sí conoce a alguien que lo tiene. Como dijo en su día Jesús de Nazaret: «Qué tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha«, aunque me temo que en otro contexto, todo sea dicho.

Retomando el tema. Mi barbero tiene la llave para atrapar a mangantes, corruptos y demás especies comunes de nuestra selva de asfalto: «cambiar el color de los bin laden, mañana mismo» asegura. Cuando vio mi cara de asombro, matizó enseguida: «Alguien lo ha dicho en la radio y pienso que sería lo suyo. Pues no correría el personal para alquilar amigos que le hicieran el cambio a comisión, claro está», añadió. Mientras escribía estas líneas navegué por la red buscando alguna pista. Parece ser que se trata de una propuesta que ha hecho pública Cayo Lara, el coordinador general de Izquierda Unida. Se marca una fecha límite para canjear en los bancos esos billetes de 500 euros que nadie dice haber visto pero que todos sabemos que existen, y después de ahí si te he visto no me acuerdo. El carril bici no bastaría para acoger las kilométricas colas que se formarían…

Aprovechando la referencia religiosa aquí os dejo una pieza celestial.

Cita postuaria: «Cuánto más aprieten las cuerdas más se descontrolará la carga cuando aquellas revienten» (H.Romero, si nadie reclama antes los derechos de autor)