Un día de furia…

Todo empezó así. Tenía que hacerme unas analíticas y perdí el volante. Era mi primer día libre y a las 08.00h ya estaba en el hospital para solicitar una copia. Me dicen que ha entrado un nuevo sistema y ya no es suficente con entregar el papel el mismo día que decida ir a que me pinchen. Ahora se debe pedir hora por teléfono. La cosa se enchunguece. Consultamos la lista de espera y bingo: no hay hora hasta dentro de dos semanas. Eso sí, para adelantar puedo hacérmelos en otro centro. Eso es bueno, me digo. La parte mala viene ahora: no llegaré a tiempo porque cierran a las 08.30 y son y veinte. Me encanta que los planes salgan bien.

Por sugerencia paterna, llamo para pedir hora para el día siguiente en mi centro de salud y me dicen que ellos no reservan telefónicamente y que hay que ir en persona. Eso sí, los céntimos de euro que me han soplado por llamar al 902 sin que me aclaren nada, volaron. Hoy es mi día, me digo. Vista la conjura de los astros, me voy en persona una hora más tarde para cerrar in situ el asunto. Al llegar allí me atiende un señorita tan amable como desinformada. Me dice que no hace falta reservar día, puesto que basta presentarse a las 08.00 hora zulú -hay que ponerse riguroso en estos casos- y me lo harán al momento. Más o menos como el DNI pero con 14 horas de espera menos, se supone. Le pregunto si mañana va bien y me responde que «claro».

Ya es mañana. Aunque estoy de vacaciones, me levanto a las 07.00 hora de mier–. Bajo a poner un par de calles y a las 07.40h estoy en la puerta del centro. Una pareja de ancianos guarda el turno en la entrada resguardados del frío en un portal de 2×2, ideal para jóvenes emancipados. Están solos y me acerco a ellos para preguntarles esa información, vistos los precedentes. Regreso al coche que se encuentra a escasos 15 metros de allí. Aguardo en él hasta que se hacen las 07.55h y allí no aparecía ni el sereno. Me entretengo osbservando los movimientos de un par de prostitutas y sus chulos. Siempre ha habido clases. Ellas callejeando con una bufanda por falda con una rasca que cortaría los labios a un oso polar y los fulanos resguardados en el interior de un cajero automático. Ni un nirvi, diría l’amo en Pep.

Salgo del auto -en ese barrio ya se denomina así- y me dirijo optimista hacia mi centro de salud. No se incrementó la cola y prontito estaré en mi cama intentando conciliar el sueño que me birló el Estado hace unas horas -por si hay algún iluminado, repito que estoy de vacaciones-. Durante décimas de segundo estudio emprender acciones legales (está tan de moda que seguro que yo también puedo, ¿no?). Le pregunto a la pareja de ancianos si están esperando para unas analíticas (de unos años a esta parte la gente te mira con cara de asco si pronuncias la palabra «análisis» y ya veo bastantes getas de esas a diario como para no descansar en vacaciones -y van tres-). El señor, de esos a los que regalarías un abrazo entrañable, escucha y le transmite la respuesta por telepatía a su señora, que hace las veces de portavoz: «No hijo, hoy no hassen análissí. Llama y pregúntalo pero veraj que eh azín». Llamo y me abren al momento. Sale una señora que me mira con cara de ser demasiado pronto (las 07.58h) y le pregunto ahorrando todas las palabras que me permite mi escasa lucidez a esas horas: «Hoy se hacen analíticas, ¿verdad?». Y la respuesta es clara: «No, hoy no, no ves que lo pone ahí», y me señala un folio en el que se indica que hasta el 29 nasti de plasti. Yo, con un cabreo propio de «la Patiño» -agradezco este recurso a algunas de las mujeres de mi vida- le digo que ayer una compañera suya, sentada en el mostrador situado a mi lado, me dijo que «mañana mismo» -por hoy- podía hacerme los análisis, perdón, las analíticas -seguro que esto es cosa de Ibarretxe-. «Pues eso no puede ser porque ahí lo pone bien claro», y me vuelve a señalar el documento del delito que, perfectamente camuflado, podría haber pasado por un elemento más del decorado navideño del centro de salud. A todo esto, oigo una voz que sale de una habitación contigua: «Oye chaval, que aquí no puedes estar, ¿eh?». Lo que me faltaba. Un friki con porra que añora a Charles Bronson y tiene ganas de que le adelante algún presente antes de la Noche Buena. Falsa alarma. El propietario de esa voz, y de un cuerpo que ni en los mataderos de Jabugo, era un antiguo compañero de equipo con el que jugué en el Recreativo La Victoria. Por la gracia del espíritu navideño y mi falta de reflejos matinales, el destino puso el freno de mano y no quiso recrearse en su mala baba conmigo. El armario ropero al que iba a prometer un par de budspencers era de los míos y para lástima de mi cirujano maxilofacial, todo quedaría en un conato de envalentonada revenido a compadreo algo pastelón, por mi parte. Ya se sabe que los cambios bruscos de estado de ánimo, no me acaban de gustar, y del «pásame el teléfono de tu compañera que le voy a decir cuatro cositas» a la sujeto A, al «qué tiempos aquellos cuando tu tenías más pelo y mucho menos bíceps», hay un Palma-Cabrera-Palma a nado.

Lo dicho. Feliz Navidad y todo lo que le sigue. Sed felices, aunque los demás se empeñen en sabotearos el plan.

Cita postuaria: «Cuando la madre de Guillermo Jesús, de 7 años, le dijo que iba a llevarle al médico para que le sacara sangre, éste le contestó: ‘Vale, pero sólo si después me la devuelven’ (Extraido del libro Frases Célebres de Niños de El Hormiguero)

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