Steve McNiven

NEMESIS de Mark Millar y McNiven

Llegará un artículo para el periódico sobre este cómic, en el que seré igual de valorativo pero cauto en lo que puede ser revelado. Sin embargo, la lectura del último y aplaudido Millar me ha provocado reflexiones que precisan otro tono y otra profundidad en el argumentario. Por lo tanto, los lectores on line acostumbrados a no hacer lo propio con artículos de fondo, los vigilantes de que su futura lectura quede virgen tras un post donde no se diga mucho más que «me gustó», cuidado, porque no me importa si hay o no hay spoilers en lo que a continuación viene. Por tanto, avisados quedan, puede haber revelaciones argumentales en este texto. El asesino era el mayordomo.

EN «V de vendetta» el terrorista antisistema conocido como «V» emite un mensaje televisivo a toda la nación, apoderándose de las comunicaciones que un gobierno totalitario comandaba con mano de hierro

V de Vendetta, Sálvame (de luxe)

El misterioso enmascarado de quien nunca sabremos su identidad, es capaz de lo más imposible de un modo que no nos es explicado jamás. Desde su base secreta será incluso capaz de infiltrarse en el sistema informático del propio dictador. Captura a miembros del gobierno, asesina… es un todopoderoso antisistema (que por la mirada de sus creadores se convierte en héroe, ya que ‘el sistema’, aquí, es una dictadura fascista reprobable).

Grendel, de Matt Wagner, no es un superhéroe, sino un villano que además en su historia alcanzará carácter mítico, personalización de la maldad en sociedades «grendelianas». También se entiende como un espíritu de la maldad pura, un íncubo. En fin, que bajo el disfraz, tenemos a un malo absoluto, sin medias tintas.En su aventura cruzada con el hombre murciélago («Batman/Grendel») hay una escena interesante: la policía rodea al criminal, todo pistolas, pero el villano, despreocupadamente, se desembaraza de todos ellos en un par de viñetas entre bromas.

¿Grendel rodeado por polis... o polis rodeados por Grendel?

No pueden con él. De hecho, están físicamente tan por debajo de las habilidades de Grendel, que podríamos decir que el criminal jamás contempla la situación como peligrosa.

Frank Miller, el gran renovador del género de los superhéroes en los ochenta, creó una escena memorable: en Daredevil, el asesino psicótico Bullseye es un preso de máxima seguridad, pero pese a las enormes medidas de seguridad, y aún rodeado de policías y esposado fuertemente, consigue evadirse no sin llevarse por delante algún jefe de la ley. Pese a los grilletes desmedidos, pese a estar en una cárcel en condiciones casi humillantes de seguridad y alerta máximas, el brutal Bullseye, con una simple pastilla/gragea, consigue su fuga

el villano apresado...

 

…y el villano fugado.

 

En dicha fuga, mueren polis. No todos, no a lo gore, es un tebeo de los ochenta y para chavales… años más tarde Miller acentuará las tintas en Batman, el regreso del Señor de la Noche

cuando leer duele

y hasta se inventará el «gore amarillo» en Sin City:

 

es sangre

Bien, supongo que podríamos encontrar y citar más escenas del género, pero me bastan estas, que además son las que sinceramente se me han ido apareciendo mientras leía «Nemesis«. Bueno, además de la obvia y muy bien utilizada por sus autores:

Todo ello (y disculpe el lector una intro tan desproporcionada, pero es el soporte de mi tesis) me hace pensar en las intenciones de fondo de Millar y, en menor medida de McNiven al hacer este cómic. La primera es evidente: entretener, conservando la plena autoría de su creación (uso esta palabra con intención, lo subrayo) y sabiendo que en unos meses venderán los derechos para el cine. Propuesta no criticable, pero evidentísima y confesada incluso en el epílogo. Pero además, y menos mal, este caramelo picapica de veloz consumo, trolebús de acción y salvajadas, tiene chicha al fondo, y desentrañarla es lo más interesante de la propuesta.

Porque ¿hay argumento en Nemesis? Escaso: Batman es Joker y se desliza en un argumento desarrollado a base de escenas «prestadas» de la historia del cómic superheróico. Apropiacionismo posmoderno, o pos-pos, si prefieren. Porque como Tarantino en ‘Kill Bill’, aquí todo son guiños más o menos obvios, como hemos visto, empacados con ese nervio macarra marca de la casa pero ensayado con anterioridad por Ennis (autor que no me gusta demasiado), Ellis, Morrison o cómo no, el propio Frank Miller. Ser el más bruto, provocar desde la ficisidad, y ponerle, a modo de papel de regalo bien brillante, ideas y (sobre todo) diálogos  ácidos (otro toque tarantiniano, sin duda).

La evidencia del apropiacionismo, insisto, es aquí tan notoria, y la fuerza del icono, un mix del Caballero Luna (sí, ese plagio de Batman de la Marvel) y el Tigre Blanco con sonrisa mefistofélica como símbolo de maldad, es tan potente (representar la vileza más absoluta con el color de la virginidad pura, el bien inmaculado; es tan sencillo como inaudito, al menos que yo recuerde) que finalmente lo que nos ofrece Millar bajo la abariencia de gamberrada frugal (se lee en menos tiempo que hacer de vientre) tiene el poso de la esencia genérica, una nueva vuelta de tuerca en la disección del bien heróico desde la perspectiva opuesta, donde la ausencia de ética (incluso el policía rival de ‘Nemesis’, trasunto de comisario Gordon, es cualquier cosa menos un hombre recto) sirve para hablar de qué es, precisamente, esa ética. Bajo la fuerza de esta idea todo ardid es utilizado por Millar y no merece ser tenido demasiado en cuenta: ni las paridas macarras ni los giros inverosímiles (ya ensayados en otras obras hace muchos años) ni el tensado hasta el límite de los personajes (la maldad del prota tampoco es de nuevo cuño en la carrera del guionista escocés) ni la resolución del asunto, el argumento, ni mucho menos el dibujo, eficaz y abigarrado, hiperbóplico pero alejado del talento (lo cito porque lo añoré durante la lectura) de Frank Quitely.

Por tanto, la circunstancia, lo contado, pierde fuerza frente a lo planteado de fondo y avant la lettre: el bien es el mal, el mal es el bien, y todo en la vida puede representarse con un pijamilla y presentarlo como una vertiginosa montaña rusa para adultos, llena de loops, gritos y escatología.

Una brutal e intensa vuelta de tuerca. Mi aplauso, encendido.

 

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