Martí

ATAJOS, de Martí.

AtajosEsto no es una crítica (¿quieres una? Tebeo de los que se quedan dentro, hurgando hondo: cómpratelo. De nada hombre, a mandar),  sino más bien una reflexión alrededor de Martí a partir de «Atajos». Hablar de Martí, aquel Martí que despuntó en los ochenta «vivorescos», en pleno 2013 es jugosísimo (lo hacemos a raíz de «Atajos«, claro, esa recopilación de cosas cortas dispersadas por décadas y que sin embargo tienen un algo unitario que apabulla). Uno de los estandartes del modelo «revista para adultos» que luce hoy con una frescura así es, ya solo por eso, algo a atender. Todos peinamos canas en este blog, y todos podemos hablar de nuestro recuerdo juvenil respecto al autor de «Doctor Vértigo». El mío es el de un comprador de otro tipo de tebeos en los ochenta, que entró muy tangencialmente en La Cúpula de aquellos días, pero que conoció a Martí porque un coleccionable de periódico puso en su justo lugar al autor, incluyendo una muestra, concretamente de «Taxista», la que se tiene como su obra maestra.
En este contexto (ego-contexto, je) todos los que sabemos de él sabíamos también que «Atajos» era una compra de esas mal llamadas obligada (¿obligar, perdone? pero nos entendemos), pero además al nuevo lector, el que hoy pueda disfrutar del novelagrafismo sin conocer el amplio pasado de nuestra historia de los cómics, hay que recomendarle que atienda a estos abuelos de la Movida, que se agarre, cual clavo ardiendo, al símil tantas veces usado que relaciona a Martí con un lejano, juvenil Charles Burns, y sobre todo que ojee este tomo para comprobar una cosa: que es de los ejemplos más vivos de aquella historieta. Más allá de ganchos generacionales (la obra de Martí no se debía a un presente en el sentido que lo hacía un Peter Pank o un Makoki, por ejemplo) o de reconocibles influjos (Lynch, Chester Gould), o de pretenderse adulto vía teta, pico de caballo en vena o violencia extreme (no busques eso en Martí), estas historias muestran una idea de lo que es, ha sido y será lo autoral en esto de narrar con dibujines.

Historieta a bocajarro

Ya lo dije, muchos años forman la horquilla de estos cuentos contados a hachazos, pero en todos pulsa una forma de entender el mundo, de distorsionarlo para recrearlo en el papel, o de usar la lupa para hacer zoom sobre aquellos aspectos que siempre interesaron al autor (al artista). Una obra de contenido social, que se fija en la España negra, pero también en toda esa cara B chunga del ser humano, sea el mundo de superchería cateta nacional o la white trash norteamericana. Asesinos, dementes, criminales, las páginas de «Atajos» unen como un caleidoscopio diferentes tonos a través de diferentes historias, pero amasadas, superando tiempos y espacios, y servidas en bandeja de recopilatorio en tapa dura, arrojan una única y terrible imagen de nosotros mismos.

No es normal que un creador se sobreponga a su época, o que no veamos una evolución nítida en su trayectoria conforme a los nuevos tiempos (se me ocurre Max ahí, una búsqueda constante del mañana), pero Martí queda como una de esas excepciones. Da un poco igual el debate bizantino de en qué momento, el tipo de «contrato», el formato, las condiciones o lo que sea. Martí se sobrepone al dónde y el cuándo. Y el cómo arroja una incógnita que solo devuelve una certeza: su obra es tan personal que vence modas y momentos y es, en este sentido, imperecedera como lo puede ser esa novela o esa película en la que estás pensando.

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Cómics del lado salvaje (PUDRIDERO, ATAJOS, LA COLMENA)

Artículo publicado en Faro de Vigo el 3 de Mayo con el título «Caminar por el lado oscuro».

Caminar por el lado salvaje.

Hay cómics y autores de historieta que no se contentan con retratar el lado amable de la vida o historias de gozosa evasión. Hay creadores que reflejan el fondo turbio de las cosas.

grupo salvaje

Grupo salvaje

La tradición escapista e infantil de nuestra historieta puede pesar como una losa (falaz) en la consideración que el lector tenga del cómic. Incluso hoy, con el auge del tono adulto, biográfico o comprometido, a lomos de la novela gráfica, puede persistir la sensación de que la historieta es algo así como un medio que navega entre la actualidad callejera (al estilo de las viejas revistas de los ochenta como “El Víbora”) y la lectura infantil o juvenil con ánimo de resultar una eficaz evasión: un entretenimiento frugal o un pulso a su presente.

Pero en realidad existen autores y obras que no bailan con ese ritmo, que se mueven por los rincones oscuros y suponen, en sí mismos, un reto casi inaprensible. Es así porque su perspectiva es extraña, personal y poco acomodaticia. Y porque no ofrecen solo lo que nos reconforta, sino una oscuridad que hay que asumir, atreverse a hacernos partícipes de esa mirada única y turbia.

AtajosRecientemente en España hemos visto tres obras bien distintas pero que participan de ese gusto por “lo otro”, por lo diferente, por el lado salvaje. Martí es un clásico español de la mencionada quinta de “El Víbora”, un autor que se hizo conocido en el boom de los ochenta y que incluso llegó a ser publicado en Estados Unidos. Quien se acerque a “Atajos” (ediciones La Cúpula) leerá reunidas algunas historias cortas que el autor del «Doctor Vértigo” desperdigó entre los setenta y el nuevo siglo en diferentes publicaciones. Asombra lo vivo de su estilo, que apenas envejece (de hecho las diferentes historias, con sus matices, poseen una gran cohesión) y nos interesa en este repaso porque aquí tenemos, efectivamente, una cara nada amable del mundo. Comenzando por una turbadora historia que homenajea al primer David Lynch, este libro surca la España Negra, criminal, pasional, insana y mezquina de los crímenes de barrio, las vendetas de pueblo y las rencillas de vecinos. Tarados, necios, locos, lo peor del tejido social pasa por estas páginas de oscuridad imantada, absorbente y feroz.

pudridero2_portadaAunque para ferocidad, las editoriales Entrecomicscomics y Fulgencio Pimentel al alimón acaban de publicar la segunda parte de ese carrusel de violencia gratuita y “fantastique” que es “Pudridero”, de Johnny Ryan. Poco argumento (en un futuro indeterminado, o en una galaxia más que lejana, un presidiario intergaláctico confinado en un mundo-cárcel se da estopa con todo lo que se cruza en su camino página tras página) para un relato adictivo de mutaciones fisiológicas, imágenes sexuales muchas veces chungas, descuartizamientos como fiestas de cumpleaños y lenguaje directo. Todo, no podía ser de otro modo, servido con un dibujo feísta que engaña al ojo: parecen garabatos toscos, pero resultan el más potente retrato de las consecuencias de un acto de híper violencia. Su efecto acumulativo de sucesos amorales convierte en un artilugio incandescente en las manos a este segundo libro sobre las vicisitudes de un preso en un mundo-pudridero.

la colmenaLados salvajes de la vida: una existencia de retrato social terriblemente cercano, en el caso de Martí, o una de fantasía space-ópera transmutada en holocausto caníbal para freaks en lo de Ryan, pero una vida. Sin embargo “La Colmena”, tercer ejemplo de este tipo de cómics nada complacientes, va más allá de la vida o de plantear una realidad, sea posible o futurista. Charles Burns es uno de los más grandes autores del cómic actual, dueño de un estilo cautivador, meticuloso y gélido, que sobre todo contiene un mundo propio donde realidades y sueños se amalgaman en una tórrida cópula. El lector puede reinterpretar las páginas, decidir cuál de sus mundos es más real para él, si los sueños o los recuerdos o las alucinaciones. Pero sobre todo, en Burns persiste una sensación de que las claves de lectura no se agotarán jamás, que uno puede volver a este universo de signos sutiles (más o menos evidentes, pero siempre complejos) y lograr relecturas sorprendentes. Y desasosegantes. Burns es, más aún que un lado salvaje, un plano diferente por el que hay que reaprender a caminar, por sus sendas. “La Colmena” es una segunda parte de la trilogía iniciada con “Tóxico”, ambas editadas por Random House Mondadori. Hay en sus páginas meta-cómic, realidades paralelas, amores adolescentes, delirios arties, nueva carne y tebeos añejos inventados. Un ensueño fascinante que, si queremos dotar de un titular, sería la más febril pesadilla de Tintín tras comerse los hongos de “La estrella misteriosa”. Entre muchas otras cosas, porque sus lecturas y conceptos, lo repito, son numerosas.

Son tres ejemplos, en fin, de una corriente que entiende al cómic como medio ideal para explorar lo que nos rodea alumbrado por lo que anida dentro de uno mismo. Donde la narrativa y el dibujo se combinan para expresar cualquier cosa. Atrévanse a probar.

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