Mark Millar

JUPITER´S LEGACY, de Mark Millar y frank Quitely

JLCada vez se hace más difícil confiar en un género cuando piensas que su ciclo está concluso. Ni estancado; sencillamente, finado. Los superhéroes ya han dejado atrás hasta el posmodernismo, ya tienen sus clásicos imbatibles, ya le han dado varias veces, como género, la vuelta al calcetín. Parece que ahora están recreando sus cuatro estaciones en otro medio (el cine, claro), ¿qué van a contarme las super-viñetas que no hayan narrado (y mejor) Jack Kirby o Frank Miller, Gil Kane o Peter Milligan? Pero siempre hay, si no algo nuevo, al menos una posible mirada personal. Daniel Clowes lo demostró entregando además un manual de cómo seguir explorando posibilidades formales, en El Rayo Mortal (mmm, hace diez años). David Aja también sacaba oro de una serie regular con Ojo de Halcón (le rodean buenos compañeros pero sin Aja no juego). Y hay más obras estilizadas y realizadas con buen gusto (curiosamente unas cuantas vienen firmadas por dibujantes españoles).
Desgraciadamente son pocas las ocasiones en que un tebeo de superhéroes (género tan atado a las grandes editoriales y al tiempo tan ajeno a lo creativo últimamente) es la materia base para un autor personal que, con total libertad editorial y dueño del talento de Clowes, pueda entregar una obra de referencia con los nuevos dioses pop como materia principal. Mark Millar fue en el cambio de siglo uno de los guionistas que parecía querer estar en ese pelotón. De hecho lo que parecía en realidad era un suicida, cuando tomó el guante de Warren Ellis para dar continuación a algo que era en sí mismo un ciclo serial cerrado (una escalada en que un supergrupo se enfrentaba a las formas del mal en peligrosidad ascendente, de Fu Manchú a una revisión de Los Eternos convertida en una masa divina de proporciones lunares). Pero con The Autority lo que hizo Millar fue politizar hasta donde nadie se había atrevido al género, y hacerlo canalla y sazonarlo con humor grueso. No inventó gran cosa pero mezcló ingredientes con arrojo. Luego se dedicó a repetir la fórmula pero apostando por un formato (más) panorámico que hiciese tilín en Hollywood (Ultimates) y bueno, en general, ha vivido creativamente  de rentas. Eso sí, desligado de las grandes editoriales y creando su Millarverso tampoco estuvo del todo mal, fue una peineta colosal al «stablishment» freak para conservar derechos de autor y escribir lo que le de la real, tensando la cuerda hasta donde le viniera en gana. No soy muy seguidor de toda esta deriva porque en general prefiero en más breve cuadernillo que contenga Fabricar historias a toda la producción del sello millariano, pero reconozco que Nemesis me hizo gracia por macarra y por sencillo negativo del hombre murciélago (con lo que habla de lo heroico en abstracto, claro). Y bueno, ¿qué hago entonces leyendo y reseñando lo último de Millar?
Pues no, nada. Lo que hago es leer y reseñar lo último de Frank Quitely. Porque Quitely sí que me sigue interesando mucho. De hecho me parece al cómic mainstream lo que Jeff Tweedy (Wilco) al rock mainstream: desde el clasicismo, a veces juguetones, otras respetuosos, siempre se distinguen de la media por su indudable clase. Una viñeta de Quitely, como una estrofa de Tweedy, siempre guarda ese saber hacer y ese estilazo que la mayoría no puede ni soñar. Quitely curiosamente ya estaba en aquellos Autority de Millar, suyos eran los lápices, una explosiva afluencia de estilos (Moebius, Herrimann, Neal Adams, Otomo…) en un dibujante superlativo que además, oh gloria bendita, narra, diseña secuencias, planifica páginas con el arte de un ángel del Señor. Una bestia parda que ha dado algunos de los trabajos más bellos del cómic comercial del siglo: All Star Superman, sus New X-Men o el desfase ilimitado que ha sido Pax Americana el año pasado. Curiosamente los títulos citados los comparte con otro visionario, Grant Morrison, uno de los pocos escritores de capas y pijamas que ha tenido un discurso denso alrededor del género en los últimos 25 años, con sus pajas mentales de para-realidades y su saber enciclopédico sobre Superman y todos sus hijos.
Muy lejos del escocés más molón de mundocómic está Millar, más bien un trilero habilidoso que  cuando tiene un buen juego de cartas nos sabe entretener y hasta sorprender. Pero eso no va a ocurrir con Jupiter’r legacy. Porque lo único que pretende aquí es volver a barnizar sus propios cuatro puntos cardinales en una ficción sin más dueño que él, quizá con el ánimo de venderla a una productora indie de Hollywood (su Kick Ass le ha salido redondo como operación económica). O no, me da lo mismo porque el resultado del cómic, no su motivación oculta, es lo que me importa. ¿Y cuál es el resultado? Un tebeo de superhéroes donde se crea un universo de nuevos hijos del átomo, universo familiar e inter generacional que tanto bebe de Alan Moore como del Warren Ellis de The Authority, como en general ha hecho siempre Millar. Con mucha habilidad, eso sí. Gotas de macarrada (¿tiritos en las narices de tus héroes favoritos? ¡oh!), gracietas sensacionalistas casi gore (o sin el casi), diálogos potentes, que los borda, caracterizaciones mínimas y personajes muy «meta»: metaSuperman, metaRobin, metaBatman, metaSpiderman, metaChicainvisible… Bueno, lo acepo, porque acepto que al final este tebeo no quiere nada más que remozar conceptos y servirlos muy 2014, con sus referencias a la crisis sistémica del presente en primer plano.

Pero lo dicho, aquí quien corta el pescadito y quien hace de la lectura algo imparable es su ilustrador, un Quitely cada vez más esteticista (preciosista, «bonito») que no olvida jamás cómo se narra, cómo se engancha y cómo se hace con estilazo: basta atender a cómo planifica la primera aparición del supergrupo, cómo plasma la batalla en Vermont, contra Blackstar, manteniendo o rompiendo estratégicamente el punto de vista (tan cámara de cine, esto es, lo que quiere el guionista) pero siempre dinámico y casi «invisible».

JL2

A tope con la basca. Un sí para Quitely.

Volviendo a la analogía Quitely/Wilco, este Jupiter’s Legacy es su Sky blue sky, su vena menos experimental. No hay descomposiciones salvajes de secuencia, páginas abigarradas o reestructuración del concepto viñeta, si no un gusto por la diagramación (con mucho «scope») que sabe retorcer amablemente… para seguir dando vidilla al compás del 3×4, nada de poliritmos texturales.

Y mañana quizá aparezca el nuevo tebeo de superhéroes que me deje tan boquiabierto como Aquí de Richard McGuire, pero eso, intuyo, no va a pasar mañana.

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NEMESIS de Mark Millar y McNiven

Llegará un artículo para el periódico sobre este cómic, en el que seré igual de valorativo pero cauto en lo que puede ser revelado. Sin embargo, la lectura del último y aplaudido Millar me ha provocado reflexiones que precisan otro tono y otra profundidad en el argumentario. Por lo tanto, los lectores on line acostumbrados a no hacer lo propio con artículos de fondo, los vigilantes de que su futura lectura quede virgen tras un post donde no se diga mucho más que «me gustó», cuidado, porque no me importa si hay o no hay spoilers en lo que a continuación viene. Por tanto, avisados quedan, puede haber revelaciones argumentales en este texto. El asesino era el mayordomo.

EN «V de vendetta» el terrorista antisistema conocido como «V» emite un mensaje televisivo a toda la nación, apoderándose de las comunicaciones que un gobierno totalitario comandaba con mano de hierro

V de Vendetta, Sálvame (de luxe)

El misterioso enmascarado de quien nunca sabremos su identidad, es capaz de lo más imposible de un modo que no nos es explicado jamás. Desde su base secreta será incluso capaz de infiltrarse en el sistema informático del propio dictador. Captura a miembros del gobierno, asesina… es un todopoderoso antisistema (que por la mirada de sus creadores se convierte en héroe, ya que ‘el sistema’, aquí, es una dictadura fascista reprobable).

Grendel, de Matt Wagner, no es un superhéroe, sino un villano que además en su historia alcanzará carácter mítico, personalización de la maldad en sociedades «grendelianas». También se entiende como un espíritu de la maldad pura, un íncubo. En fin, que bajo el disfraz, tenemos a un malo absoluto, sin medias tintas.En su aventura cruzada con el hombre murciélago («Batman/Grendel») hay una escena interesante: la policía rodea al criminal, todo pistolas, pero el villano, despreocupadamente, se desembaraza de todos ellos en un par de viñetas entre bromas.

¿Grendel rodeado por polis... o polis rodeados por Grendel?

No pueden con él. De hecho, están físicamente tan por debajo de las habilidades de Grendel, que podríamos decir que el criminal jamás contempla la situación como peligrosa.

Frank Miller, el gran renovador del género de los superhéroes en los ochenta, creó una escena memorable: en Daredevil, el asesino psicótico Bullseye es un preso de máxima seguridad, pero pese a las enormes medidas de seguridad, y aún rodeado de policías y esposado fuertemente, consigue evadirse no sin llevarse por delante algún jefe de la ley. Pese a los grilletes desmedidos, pese a estar en una cárcel en condiciones casi humillantes de seguridad y alerta máximas, el brutal Bullseye, con una simple pastilla/gragea, consigue su fuga

el villano apresado...

 

…y el villano fugado.

 

En dicha fuga, mueren polis. No todos, no a lo gore, es un tebeo de los ochenta y para chavales… años más tarde Miller acentuará las tintas en Batman, el regreso del Señor de la Noche

cuando leer duele

y hasta se inventará el «gore amarillo» en Sin City:

 

es sangre

Bien, supongo que podríamos encontrar y citar más escenas del género, pero me bastan estas, que además son las que sinceramente se me han ido apareciendo mientras leía «Nemesis«. Bueno, además de la obvia y muy bien utilizada por sus autores:

Todo ello (y disculpe el lector una intro tan desproporcionada, pero es el soporte de mi tesis) me hace pensar en las intenciones de fondo de Millar y, en menor medida de McNiven al hacer este cómic. La primera es evidente: entretener, conservando la plena autoría de su creación (uso esta palabra con intención, lo subrayo) y sabiendo que en unos meses venderán los derechos para el cine. Propuesta no criticable, pero evidentísima y confesada incluso en el epílogo. Pero además, y menos mal, este caramelo picapica de veloz consumo, trolebús de acción y salvajadas, tiene chicha al fondo, y desentrañarla es lo más interesante de la propuesta.

Porque ¿hay argumento en Nemesis? Escaso: Batman es Joker y se desliza en un argumento desarrollado a base de escenas «prestadas» de la historia del cómic superheróico. Apropiacionismo posmoderno, o pos-pos, si prefieren. Porque como Tarantino en ‘Kill Bill’, aquí todo son guiños más o menos obvios, como hemos visto, empacados con ese nervio macarra marca de la casa pero ensayado con anterioridad por Ennis (autor que no me gusta demasiado), Ellis, Morrison o cómo no, el propio Frank Miller. Ser el más bruto, provocar desde la ficisidad, y ponerle, a modo de papel de regalo bien brillante, ideas y (sobre todo) diálogos  ácidos (otro toque tarantiniano, sin duda).

La evidencia del apropiacionismo, insisto, es aquí tan notoria, y la fuerza del icono, un mix del Caballero Luna (sí, ese plagio de Batman de la Marvel) y el Tigre Blanco con sonrisa mefistofélica como símbolo de maldad, es tan potente (representar la vileza más absoluta con el color de la virginidad pura, el bien inmaculado; es tan sencillo como inaudito, al menos que yo recuerde) que finalmente lo que nos ofrece Millar bajo la abariencia de gamberrada frugal (se lee en menos tiempo que hacer de vientre) tiene el poso de la esencia genérica, una nueva vuelta de tuerca en la disección del bien heróico desde la perspectiva opuesta, donde la ausencia de ética (incluso el policía rival de ‘Nemesis’, trasunto de comisario Gordon, es cualquier cosa menos un hombre recto) sirve para hablar de qué es, precisamente, esa ética. Bajo la fuerza de esta idea todo ardid es utilizado por Millar y no merece ser tenido demasiado en cuenta: ni las paridas macarras ni los giros inverosímiles (ya ensayados en otras obras hace muchos años) ni el tensado hasta el límite de los personajes (la maldad del prota tampoco es de nuevo cuño en la carrera del guionista escocés) ni la resolución del asunto, el argumento, ni mucho menos el dibujo, eficaz y abigarrado, hiperbóplico pero alejado del talento (lo cito porque lo añoré durante la lectura) de Frank Quitely.

Por tanto, la circunstancia, lo contado, pierde fuerza frente a lo planteado de fondo y avant la lettre: el bien es el mal, el mal es el bien, y todo en la vida puede representarse con un pijamilla y presentarlo como una vertiginosa montaña rusa para adultos, llena de loops, gritos y escatología.

Una brutal e intensa vuelta de tuerca. Mi aplauso, encendido.

 

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