Javier Peinado
EL FIN DEL MUNDO, de Santiago García y Javier Peinado
Menuda mentira nos cuelan Santiago García y Javier Peinado en El Fin del Mundo… desde el semblante biográfico de los autores (al menos el de García, «uno de los muchos seudónimos del crítico de cómics Trajano Bermúdez») al mensaje de contraportada, pasando por la imagen de saurios antropomórficos (por cierto, al verla no pude evitar acordarme de «Dinosaurios«, aquella teleserie surgida al rebufo de los Simpsons en los noventa). El jugar con la verdad es un concepto medular de este cómic, un cómic que se autodefine como la obra realizada por el protagonista para narrarnos los hechos que estamos leyendo… una matriuska en formato grapa, vamos, o una cinta de moebius, o algo así. Da igual, todo es mentira. O todo es verdad.
Visualmente se retrata la vida cotidiana de un urbanita vulgar, «A day in the life» en una suave caída a submundos de selva asfaltada. Si nos fijamos en la historia que nos muestran las imágenes, se avanza de una normalidad apática de un tipo solitario (despertar, desayunar, visitar a la madre) hacia un fin de jornada de subsuelo, putas feas y hurtos chuscos, con final de vomitona en callejones oscuros incluido. No arroja una imagen demasiado optimista de nuestro entorno, no estoy seguro de si hay lectura de una crisis actual o si directamente el tebeo entra en la pura misantropía atemporal.
Mientras tanto, tenemos la narración en primera persona, que se articula con un recurso potente: en vez de emplear cartelas y separar discursos, García opta por hacer platicar a su antihéroe la perorata en primera persona saltándose en su monólogo su realidad cotidiana (con la cual sin embargo, y mediante el ardid, irremediablemente se imbrica). Mientras pide un café gestualmente y le contesta el camarero con una línea de diálogo («¡Marchando!»), el personaje sigue con su cháchara, un discurso sobre un apocalipsis ya sucedido que no conviene desvelar. Un discurso/tesis que avanza a su ritmo saltándose las elipsis y la historia visual que nos cuenta el tebeo.
Entonces, ¿si el fin del mundo ya a sido qué está ocurriendo?¿la vida es sueño, rollo Calderón de la Lancha Motorizada? Hay paralelismos con The Sandman (muy concretamente con aquel pequeño desafío al estatus de la realidad que fue «Sueño de un millar de gatos»), pero donde Gaiman puede caer en la delectación del narcisismo, García aplica una idea narrativa potentísima, jugando con expectativas, bordando un ejercicio de lenguaje con el contraste como motor, y llegando a un final que nos retrotrae a una de las más celebradas capacidades del guionista (que practicó con enorme fortuna ya en el primer volumen de El vecino, mano a mano con el dibujante Pepo Pérez): bordar finales «WTF!«. Pero mejor que entonces, con un propósito rupturista de intensidad dramática y que redondea los ejercicios formales que El fin del mundo ha bordado. Porque la última página rompe la línea de lo narrado con una conclusión que el lector puede vincular a la línea argumental de lo vivido gráficamente (en un llanto final de un Juan Nadie desesperado) o al discurso dinosáurico (a lo conspiranoia… ¡el Profesor Doménikus aportaría entonces a la causa, no cabe duda!)
Hay más chicha, como una mirada irónica hacia el ejercicio de autor de cómics que abreva del Daniel Clowes más vitriólico o incluso de Chris Ware, muy dado a repartir estopa contra sí mismo y contra su propio oficio. No es una idea superficial desde el momento que lo que leemos se supone que es el artefacto en forma de cómic que el ciudadano protagonista ha creado, además. De hecho nada es superficial aquí. Son 24 páginas sin duda bien aprovechadas, cargadas de ideas y juegos formales… en los que no debemos olvidarnos, claro, del ilustrador.
Javier Peinado sencillamente lo borda con un estilo línea clara franco belga de corte realista, que puede recordarnos a Julliard o incluso a Paco Roca (desprovisto del elemento caricatura, tan de Roca, en beneficio de un realismo sucio que da tono a la obra). Y sobre todo con una planificación perfecta del tebeo. Su propuesta es la invisibilidad, opta (optan los dos creadores, vamos) por una paginación cerrada de seis viñetas (2×3 invariable). Potencia el juego de planos cambiantes: primerísimos, generales, picados, contrapicados (a menudo en viñetas contiguas). Colorea pensando en la narración (aunque me sobran algunos toques relamidos muy puntuales, como un cierto gusto por las texturas) y sobre todo se encariña con los detalles. Me encanta en este sentido cómo en su dibujo realista usa ardides casi cómicos, por ejemplo líneas cinéticas que salen de los cráneos (ya en la segunda página, para expresar esa sensación de despertar malamente), o empleando bocadillos tan incongruentes como hacer que un bote de café emita una interrogación. Y además creo que no es ocioso, es lógico en la narración. Abundan al inicio del relato, predisponiendo al lector a cierta relajación pese a lo tremebundo del mensaje de arranque (pequeño spoiler: el discurso del protagonista se dirige directamente al lector, en un ejercicio muy Grant Morrison de ruptura de la cuarta pared, la quinta y la que haga falta, y nos habla del título del cómic, algo nada «cómico», claro).
Ya he dicho todo lo bueno que le he visto a este cómic, que es mucho, y lo malo, que es casi nada. Ahora, te lo compras aquí (también Tengo Hambre, del que hablé hace bien poco)
1