Craig Thompsom

«Habibi» en Faro de Vigo

Si hace poco hablé del cómic de Craig Thompson aquí, el viernes 21 lo hice en prensa, en un artículo divulgativo que, por aportar poco respecto al texto que he escrito para este blog, me limito a escanear y subir como imagen.

Que parece algo tremendamente ególatra el asunto, pero no, ¿eh? simplemente busco cumplir con mi intención de dar salida aquí a todo lo que escribo «allí», y justifico, espero, con un poco de originalidad, el hablar en el mismo mes dos veces de lo mismo 🙂

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HABIBI, de Craig Thompson



Una de las obras más comentadas (y reseñadas) el año pasado fue el esperadísimo retorno de Craig Thompson a las librerías. Uno de los padres (o al menos, de los estandartes) de la novela gráfica con su confesional «Blankets» (y para menda, aburrido: lo dejé por la mitad) se tomó siete años para completar su nuevo cómic (tras «Carnet de Voyage», de 2004, y que no leí aunque parece ser un trabajo digamos de entremés, emparedado entre dos salvajadas). Un cómic que es un verdadero tour de force donde el autor parece querer ponerse a prueba a sí mismo. Casi setecientas páginas. Una historia de muchas historias, y una obsesión por la cultura del lejano oriente que le llevan a investigarla profundamente (parte del tiempo consumido lo dedicó a eso precisamente).

«Habibi» es un cuento de amor como pretexto para desenredar un ovillo de narraciones. A través de la relación (digna de un soap-opera, o culebrón para entendernos) de una mujer y un niño que crecen juntos, se separan y reencuentran como dos adultos, asistimos al laberinto de historias e historias dentro de historias que el hipotálamo occidental identifica como modo narrativo natural de Oriente. La culpa la tienen los cuentos de las 1001 noches, y seguramente un estudioso de la literatura árabe pueda poner en entredicho este tópico de muñecas rusas narrativas que adopta alegremente Thompson. Pero aquí radica uno de los puntos más interesantes de «Habibi»: no debe importarnos si la realidad es la base del autor, o si su supuesto proceso de documentación lo utiliza para encontrar la realidad sociocultural de la literatura o la religión musulmanas o si, como si de un prerrafaelista decimonónico se tratase, todo ese saber lo encauza en una disertación tácita sobre los mecanismos del mito.

oriente mítico y sacro

Puede que inconscientemente, pero ahí radica, en mi opinión, parte del secreto de la obra: «Habibi», en su acercamiento a oriente, pretende descifrar el mito y la mítica de ese mundo antes que su historia. Y sobre todo analiza desde una superficie engañosa, de cuento literal con mensaje obvio, los modos en que occidente geocentraliza todas las culturas, por ejemplo a través de una mirada kitsch y poco verista, simplificando lo ajeno para convertirlo en souvenir turístico. Las narraciones, las explicaciones cabalísticas, el espíritu que anida en el interior de esta novela gráfica (lo es, por la entera libertad de la que Thompson gozó para hacerla),  reflejan una fascinación casi turística, lo que no impide que dicha fascinación sea admirativa y por nuestra parte algo a aplaudir.

Es un reflejo de paraísos ajenos, soñados, envidiados y por eso “Habibi”, con sus generosas dosis de lugares comunes, es también un símbolo de la fábula como motor de la vida. Este sentido profundo en la obra (y no mensajes muy superficiales como la maldad contemporánea/occidental y capitalista) es el que da muchos puntos al libro y le confiere, a mi juicio, profundidad, sustrato. Chicha guapa, vamos…

Y esta profundidad, entender “Habibi” como reflejo de la contradictoria naturaleza de un occidente dueño del mundo pero que mira otros ámbitos para sentir añoranza buscando paraísos imposibles, Nirvanas que sean el bálsamo a los fallos internos de nuestra civilización en lejanos puntos geográficos, históricos, filosóficos, religiosos y míticos, esa idea poderosa se desarrolla en pequeños puntos de atención dentro del enredado de historias de la obra. Por eso la numerología como andamio de la realidad, el ser humano entendido como contador de historias, la necesidad de lo religioso y su incidencia sobre la felicidad propia, el sacrificio, la sexualidad no asumida, son lo que más parece interesar al autor norteamericano y lo que mejor nos transmite de su tebeo. Cada historia relatada por Dodola (la protagonista femenina, que en momentos del libro ya se transfigura literalmente en Sherezade) tiene un peso esencial, es un nudo de una red en la que lo importante son esos ligamentos de la urdimbre. Esas historias narradas son como puntos de luz que en el fondo vuelven a iluminar el paisaje general. Al igual que los vericuetos culebronescos de la mujer y el niño/hombre, sus experiencias sexuales (gestación, castración, deseo culpable o liberador), su vida inicial en un barco varado (muy metafórico) y su posterior imbricación en un occidente invasivo (representado por una construcción tan varada, interrumpida, como el paquebote, o en el trabajo de Habibi en una presa, otro artificio para impedir el flujo). De las historias a los sucesos, en “Habibi” todo es mito, y necesitamos del mito en occidente. Y Thompson encuentra el alimento a esa necesidad en su mirada fascinada a la cultura que Dodola nos explica, con su oratoria y su propia vida.

Todo cambia, nada permanece

Pero hay más, externo a la narrativa, y desarrollado por la propia forma de narrar, por la planificación, por los recursos que propone la obra (muy, muy inventiva, asombrosa incluso): la grafía mutando en dibujo y los dibujos en letras, las combinaciones axiales dentro de la página para describir las historias y los principios místicos, la forma y el fondo, todos envueltos en una pátina de candidez (el idealismo, los sentimientos exagerados, el romanticismo, los personajes , muchos de ellos ciertamente maniqueos), son en definitiva los anclajes al lector para llegar al fondo real de la obra.

En lo formal se ha hablado de semejanzas del dibujo con el último Will Eisner, lo que no es nada ocioso ni desacertado. Como el autor de “Viaje al corazón de la tormenta”, Thomson emplea un dibujo dinámico y liberado, unas tintas expresivas (que remiten también a un Blutch o a un Frederik Peeters) y unos tipos maniqueos y de “gestus” exagerado, como actores de teatrillo barato, que con su dramatismo forzado, casi de mueca, alejan más al relato de toda mirada verista. Del mismo modo que la actitud vital de los personajes del romanticismo literario se sostiene en lo extremo, los personajes que circulan por el cómic de Thompson resultan esquemáticos y sobreactuados. En ambos casos sale beneficiado el sentido final del relato. Y en el caso de “Habibi”, además, todo lo dicho se engarza en una profunda marca autoral. Los temas del deseo, del viaje interior/exterior y la religión, son ya medulares en la corta obra del dibujante, pero aquí, frente a la sobreexposición inocentona de “Blankets”, se utilizan para nuevos fines (insisto, reflejar el mito y su peso en occidente) o se imbrican con estas nuevas metas, con lo que su discurso madura, se enriquece.

Así, bien, considero “Habibi” uno de los trabajos capitales de los últimos años. Por su capacidad de emocionar desde el tópico. Por su manera de asombrar con su imaginativa búsqueda de recursos que desafían lo meramente secuencial con nuevas propuestas. Porque estos recursos narrativos no son simples filigranas formales sino que resultan imprescindibles para comprender la historia (forma y dibujo como narración pura, como contenido, ideas más allá de lo que narren). Porque me embauca la historia, plena de un romanticismo de extremos, de abandonos al filo del abismo, de magia y de amores imposibles e infortunios más grandes que el peso de la vida. Porque demuestra que la novela gráfica también puede ofrecer imágenes de impacto (frente al cómic superheroico actual, en este cuento de amores hay imágenes de verdadera fuerza, sacudidas sensoriales perfectamente distribuidas en momentos necesariamente impactantes… por cierto, sin estos impactos, ¿se aguantaría la lectura continuada de sus 672 páginas?). Porque como objeto embriaga (y se dice que la edición inglesa es más espectacular aún, aunque la desconozco y hablo de comentarios en blogs).

Sin embargo, no estamos ante una obra maestra: es necesariamente derivativa, molesta en su empeño por imbricar el relato (que arranca atemporal) en el presente y disponer denuncias obvias al capitalismo malvado que no aportan nada, o cómo rebaja su trabajo de planificación y su desafío a la secuenciación ortodoxa con las escenas más mundanas, como las de acción, resueltas de un modo pretendidamente plástico, vibrante, y en mi opinión anodinas. Son factores que impiden redondear el trabajo de Thomson en algo insuperable o magistral. Aunque se acerca mucho, y sobre todo nos impone una duda final: ¿ahora qué? Tras este “tour de force” impresionante, desbordado y sincero, ¿qué camino tomará su autor? Indudablemente “Habibi”, con sus laberintos formales y su (inocente) madurez temática, supone uno de los trabajos más importantes de los últimos años, y uno de esos cómics que puede sobrepasar las fronteras del “gueto comiquero” porque en su seno cualquier lector descubre la capacidad artística del cómic, propia e intransferible, y cómo puede tratar los temas más elevados. Podría ser, pues, un culmen, pero resulta que lo es de un autor joven, que atesora apenas cuatro obras (y varios mini cómics más). “Habibi” es un artefacto tan mastodóntico que nos hace desear ver el futuro, cómo influye en la venidera carrera de Thompson.

Por favor, que su idea de avanzar no sea “más páginas”…

 

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