ICELAND, de Yuichi Yokoyama.

La editorial Mincho Press, afín al mundo de las artes gráficas, se estrena en el campo del cómic con uno de los grandes autores de la vanguardia creativa, el japonés Yuichi Yokoyama.

Iceland_bisYuichi Yokoyama (prefectura de Miyazaki, 1967) estudia arte y pintura pero pronto siente la picadura del manga, que practica en obras como New Engineering, Travel (Viaje, editado en 2010 en España por Apa Apa), Outdoor o Baby Boom. Una obra no escasa, precisamente, que define un universo personal, tan atractivo como hermético al mismo tiempo, usualmente ajeno al empleo de lenguaje escrito (salvo unas onomatopeyas muy gráficas, imbricadas en su dibujo de líneas fugadas y perspectivas forzadas).
Iceland es su último trabajo. En él por encima de lo argumental destaca un contenido subrepticio que florece entre los pliegues de ilustraciones enigmáticas y un argumento mínimo casi abstracto. Una considerable ruptura con lo ordinario… Apuesta Yokoyama por un cómic que rompe con la tradición argumentística y con conceptos como empatía lectora, en un alarde distanciador que asombra por su radical mirada patafísica. Todo es asombro brutal y decostrucción de la realidad en Iceland (marca de la casa del autor, por otra parte), como si las páginas del japonés destilasen una deformación ocular que le permite percibir el mundo de un modo único. Por tanto, no irreal, ya que Yokoyama no busca trasladarnos tanto a fantasías como, si acaso, a futuribles. Paisajes apocalípticos, figuras post humanas (¿post nucleares? ¿influjo del movimiento artístico —literario, historietístico, cinematográfico…— de “La nueva carne”?), sociedades de consumo anestesiadas, comportamientos opacos… Iceland describe, que no descifra, una realidad imposible, distinta, incomprensible. Y abunda en los logros estéticos de Yokoyama en Viaje, por citar ese otro trabajo del japonés que se puede intentar encontrar en nuestro mercado.
El diseño de la página espectacular, severo pero también muy recargado. Aporta un mundo propio en el que nos podemos reflejar todos, e interrogarnos sobre el papel del arte y lo estético en la vida. Esta disyuntiva, esta espada que nos pone Iceland en el pecho, también nos arrincona contra la pared de la historia del cómic. El de la historieta es un arte históricamente mercantilizado, obediente a preceptos estéticos “de moda” y a afinidades genéricas según toca. En los sesenta galos, la ciencia ficción lo petaba entre los creadores más “artie” (Metal Hurlant, claro). La prensa americana como soporte masivo impuso para el medio una cárcel tanto de temas como de formas (o tiras, o dominicales). la contracultura norteamericana en el fondo tenía sus propias servidumbres (generacionales), En España ya ni vamos a hablar, con una censura franquista y una idea de que la historieta era algo para niños. Los superhéroes, desde su aparición y consolidación en los cuarenta, han sido el kefkir del medio, algo que crece y crece y que no permite más que hacerlo de un único modo. Ha costado mucho lograr obras superheróicas que no apelen a un target determinado y con un estilo más o menos libre, aunque sea dentro de unas coordenadas claras. Y esos títulos excepcionales son eso, excepciones, una nota discordante. A veces abrumadoramente ruidosa como Watchmen, pero excepciones siempre.
Japón, sin embargo, ha sido un marco diferente. Más industrializado aún que Estados Unidos o Europa, pero dado que esa industrialización ha llevado al manga a las cotas de aceptación que ya todos nos conocemos, también con mayor capacidad de movimiento para sus versos sueltos. Desde los sesenta (con la revista Garo, por ejemplo), esto es una realidad. Yokoyama es un puntal actual de esos caminos alternativos. Iceland como último eslabón de una carrera consolidada desde los límites, es una demostración de que en la historieta cabe de todo, que sus márgenes son demasiado estrechos, hoy, en el occidente más canónico (ese que marca cánones y pautas sin fin como si la sabiduría fuese cercar el campo). Dudo que en su país nadie siquiera apunte sandeces del calibre que se tienen que leer o escuchar aquí sobre autores de vanguardia, y eso marca una diferencia: cuando una sociedad admite la naturaleza completa y compleja del cómic como medio, no cabe acotarlo, todo lo contrario: hay que aplaudir cada atisbo de locura. Y más si se reviste de la calidad despampanante de este Iceland que ha venido a sacar aquí un editor de revistas de diseño y arte. Ojo al dato, de diseño y arte.

Yokoyama tiene en fin la capacidad de unir polos opuestos (lo comercial y lo vanguardista, el diseño gráfico y la historieta, el humor y la morriña) como en sus momentos más libres hace la música de Ruichi Sakamoto, posible banda sonora para la lectura de Iceland.

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