La pazienza ha un limite, Pazienza no!

La carrera de Andrea Pazienza cabe en un arco que va de 1977 (Le straordinarie avventure di Pentothal en Alter Alter) a la fecha de su temprana muerte, 1988. Hoy, 2015, podemos disfrutar del primer volumen de una edición integral de su personaje Zanardi, lo cual nos retrotrae a la lectura de historietas de hace, groso modo, treinta años.

Zanardi en sus cinco portadas

Zanardi en sus cinco portadas

En las páginas de Pazienza se advierte sin duda el peso y el poso de su tiempo y lugar, un cómic de vanguardia ochentera afilada que se mira en el underground americano de los sesenta y en los exploradores europeos de los setenta. Que se inserta cómodamente en la ola de experimentales italianos que desde los últimos setenta hicieron de «la bota» un lugar de referencia para el cómic.
Hablamos de historia del cómic… y sus páginas abigarradas, su búsqueda de estructuras abiertas, su aire de improvisación y sus juegos metalinguísticos podrían recordarnos a un ramillete de historietas que ya huelen a polvo en el camino que dejamos atrás. A pasado, en fin. Basta venirnos a nuestra España de la transición para encontrar obras que, efectivamente, dan lecturas a las que los años han puesto en un sitio demasiado focalizado. Sió, Maroto, Luis García, por ejemplo, son (grandes) autores que en algunos casos han entregado obras absolutamente trascendentes para su momento y para el devenir de la historia del cómic español, pero cuya lectura, hoy, descontextualizada, puede hacer aguas, porque inevitablemente son de su tiempo y precisan de su tiempo, para su completa y compleja asimilación.

Pero leyendo a Pazienza no ocurre eso. Ojo, insisto en que Zanardi es un producto de su época y sus páginas, su especial locura, nos retrotraen a los ochenta sin ningún tipo de duda. Pero hay algo, una vibración determinada, que nos hace sentir también en ellas una verdad atemporal que se sobrepone a los ejercicios de estilo, a las soluciones de ruptura, a los ánimos de búsquedas y al reflejo de su tiempo-lugar. Lo trascendente de Pazienza está en eso que cada vez, afortunadamente, vemos más en el cómic (y que siempre hubo, claro, pero acosado por el interés entrópico de las editoriales en vender un determinado producto a un determinado target lector en unos determinados puntos de venta).  Lo importante en Zanardi es la porosidad de la obra, que nos filtra a medida que vamos leyéndola en el espíritu íntimo del autor.Zanardi-Andrea-Pazienza-03 Zanardi es la tortuosa, ególatra, cachonda, desmitificadora, inquieta cabeza de Pazienza. No cabe comparar Zanardi con otras obras porque lo importante no es su contexto, sus referentes o sus consecuencias como obra de arte. Lo vital es cómo sus páginas apelotonadas, sus ideas como un regurgitar de viñetas, sus atrevimientos con la forma y con el fondo, son el reflejo fascinante de una persona fascinante. Leyendo el libro no necesitas acudir a la «wiki» para conocer o cuanto menos intuir a Pazienza, ¿no es evidente tras la lectura que este precioso libro (otra vez «precioso» se asocia a Fulgencio Pimentel, es así) nos retrata un autor inquieto, versátil, tortuoso, autodestructivo, salvaje, intenso, contradictorio y muy, muy divertido?¿No es el de Zanna un retrato fascinante de su creador, antes que un argumento bien templado o una batería de alucinantes juegos con la página y el estilo?
Claro, lo es (y de paso, lo de la batería de juegos alucinantes también). Y aquí está el gran logro, pienso, de este joven que falleció por un pico pasado de rosca, una mala  noche del 16 de junio de 1988 en Montepulciano. O quizá, según fuentes, no falleció por sobredosis pese a un pasado yonki (que logró superar, en principio), parece que no está 100% claro el motivo de su muerte a los 32 años. Cabe la leyenda, y eso vuelve a hablar de la fuerza de su obra, capaz de contarnos entre pliegues argumentales más de su creador que de sus personajes de ficción… pese a constituir al tiempo un acertadísimo retrato generacional de la juventud de los ochenta… si es que tiene tela, Zanardi.

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