Aquello me conmocionó 01: El eclipse azul, F. Bourgeon

Aquello me conmocionó con 18 años. Provenía yo de los supehéroes Marvel, la revisión adulta de Miller y Moore en DC (y sus imitadores de segunda), y alguna cosa del cómic nacional que avanzaba nuevas fronteras para este lector que, abandonando la edad de lectura lógica de los «pijamas» (que realmente siempre he seguido leyendo) buscaba nuevas experiencias sin dejar los cómics.
Descubrí este segundo álbum de la serie Los compañeros del crepúsculo de Françoise Bourgeon en su primera serialización en CIMOC, y fue como entrar en un mar de nuevas posibilidades. Frente a la aparente simpleza del dibujo medio de Marvel o DC, un acabado realista sofisticado, y frente a las historias supuestamente sencillas de Spiderman y compañía, un relato difícil en su seguimiento, combinando géneros literarios (histórico y fantasía) y rechazando toda tutela hacia el lector durante la narración.

Relectura hoy, 25 años después.

Lo primero es imposible de calibrar, mi afecto por el arranque, esas tres viñetas panorámicas y su texto, la única vez que aparece en todo el libro un narrador literario, siguen pareciéndome magníficas y evocadoras: «Cien años, dicen, duró esta guerra… nada la diferencia de las que la precedieron, ni tampoco que las que se desencadenaron después. Como el pedrisco o la peste, llega la guerra cuando menos se la espera, por lo general cuando las espigas están granadas y las mozas de buen ver…«. Un arranque que se repite en el primer álbum de la serie y en el tercero y último (y triple, de ciento y pico páginas).

La historia, resumamos, narra las aventuras de un singular grupo: un caballero desfigurado, un escudero cobarde, mediocre y claramente contrapuntístico, y una muchacha sexy (según el estereotipo occidental del siglo XX). En este álbum su devenir se entrecruza con el de ancestrales magias, ciudades misteriosas, criaturas monstruosas y leyendas druídicas. Quizá todo en sueños. El libro, en fin, es un canto lleno de simbolismo a esa época (la guerra, la de los Cien Años duró de 1337 a 1453) , en que la civilización pagana convive con la cristiana en forma de creencias ancestrales.

La historia arranca a lo bruto tras el prólogo, en un signo de su época: Bourgeon trabaja para un mercado concreto que exige álbumes de 48 páginas donde, en fin, si quieres contar algo denso tienes que saber ir al meollo. La relectura me deja claro que Bourgeon sabe hacerlo, y sabe además manejar el ritmo, la densidad, y los desahogos necesarios tanto en la variabilidad de profusión de textos como en el abarrotamiento de la página, la mayoría basculando entre las diez y las quince o más viñetas. La lectura suele ser fluida pese al handicap, y eso es así porque, creo, Bourgeon es consciente de las necesidades que su historia y su estilo precisan para ser, ante todo, una eficaz lectura de cómic.

Volvemos a la primera escena tras el prólogo introductorio: unos campesinos confunden a los héroes con ladrones, toman a la mujer prisionera y se desarrolla un diálogo entre el señor feudal y la plebe. El primero quiere justicia blanda, los siervos una carnicería, literalmente. Interesantísimo, en este punto, ver cómo aborda Bourgeon el género histórico. Fiel hasta extremos enfermizos, documentado, minucioso gráficamente, su discurso es sin embargo capaz de desafiar los clichés. Ejemplo, esta inversión del tópico mal amo y pobres pero bondadosos siervos. El Señor, ojo, es un capullo y un pusilánime, aquí bonito en la foto, nadie, pero «la chusma» madre mía, da miedo, festejando con cánticos populares la tortura venidera:

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Esta página me sirve para comentar otro ardid que en su día me impactó. El empleo de varios puntos de vista o de acciones simultaneas/paralelas alrededor de los hechos principales de la narración. La primera viñeta muestra un entierro en primer plano mientras al fondo continúa el desarrollo de la acción principal (una petición de muerte con tortura). A lo largo de la escena y a partir de ese momento, ambas acciones se entrelazarán. La misma página lo muestra, pero es solo el inicio. Es más, este enfoque se lleva al nudo de la historia, que en realidad trata un mismo hecho desde dos momentos en el tiempo diferentes. Por un lado los protagonistas y la niña enterradora de la imagen de arriba, por otro un druida (¿trasunto de Merlín? creo recordar por textos o entrevistas, que sí) y su joven aprendiz, en los tiempos de otro choque de civilizaciones: bárbaros/Roma, siglos antes de la Guerra de los Cien años.

A ver, Bourgeon no inventa la pólvora pero sus formas, creo, son muchísimo más sofisticadas ya no que la del cómic de género de su tiempo, sino, desde luego, respecto a los cientos de seguidores del «padre del género histórico». Porque para empezar juega con ese género y con otros, y lo hace con bastante salero. Es más, y en esto lo veo muy «ochentas», hace de la lectura de algo nada complicado una experiencia más compleja, al prescindir de toda explicación. Tú, lector, te debes «coscar» de qué está pasando.

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Tiempos diferentes, mismo mugar, misma narración.

Esta manera, enrevesar por el placer de hacerlo, me recuerda a casos de su tiempo muy distantes, de Chaykin o Moore a Tezuka (luego cada cual dentro de su mercado, industria y sociedad, claro), y creo que es de justicia ver aquí un esfuerzo en la línea de la Bd clásica por «no tomar al lector por tonto», frase muy manida en tebeolandia a principios de los noventa, quizá consecuencia de aquellos ochenta de laberintos narrativos. Eso sí: Bourgeon es de su tiempo y ni se atreve a, supongo, ni sabe, imagino, sobrepasar la lectura adulta de los géneros, o simplemente ni le interesa. Maus aún no había estallado en la cara de la civilización occidental y el camino de hacer madurar al cómic todavía pasaba por hacer madurar a los géneros, llevándolos a cotas de estilización y contenido nunca alcanzadas, sean los superhéroes, sea el thiller, o el relato hisórico. Y en esas brega el autor de este cómic.

Esta estilización provoca un notable esmero literario, que me alegra comprobarlo hoy, no busca engordar con textos de narrador omnisciente cargado de metáforas, esdrújulas y epítetos sin fin, sino de caracterizar el habla de la obra conforme a su tiempo narrativo. «Tanto tiempo ha que mis mastines y yo recorremos el bosque, que me sé el nombre de toda la salvajina«, dice un personaje para decir, pues eso, que se conoce a todo bicho viviente del bosque en que vive. También podemos acudir a la escena de la página arriba propuesta, con la recuperación del cancionero tradicional . El recurso es sin duda poderoso, aunque a veces se recrea y cae en lo que quiere evitar, amanerarse en pro de un pulso literario. Del mismo modo a veces sus parlamentos resultan explicativos en exceso, algo que arrastra el autor en toda su carrera.. Pero con sus momentos más débiles, el ardid no deja de parecerme fabuloso (a la vez que difícil de realizar -intuyo que en francés la cosa es soberbia, conociendo el escrúpulo historicista del autor-) y meritorio.

En definitiva lo que me encuentro es con un exquisito artesano (ojo al dato, de profesión anterior, maestro artesano vidriero) que cuida formalmente su objeto y mima el acabado genérico del material con que trabaja. Es difícil ver al autor detrás, el mundo interior de Bourgeon, atrapados sus personajes en el cliché (el enigmático caballero, el bufón, la sexy arrojada…). En el fondo los géneros precisaron siempre del estereotipo, si bien en francés no se molesta en desarrollarlos psicológicamente demasiado. En este sentido, es curioso confrontar la evidencia (mucho arquetipo) al título que generalmente se da a Bourgeon, «el autor de mujeres», el guionista que da prioridad a personajes femeninos ajenos a estereotipos. Las mujeres de Bourgeon intentan escapar al estereotipo, y desde luego se alejan del modelo de secundarias, pero caen demasiado en lo carnal, más de lo lógico en el relato. Parece que cualquier motivo sea bueno para enseñar nalga o pecho, si bien la nudez en esta saga se aprovecha del concepto pagano medieval versus la moral pudiente del cristianismo, una idea muy presente en el discurso de «Los compañeros del crepúsculo», que lleva a la alegría de la piel en los personajes… femeninos, claro.

Visto este tema de lo femenil desde 2014 creo evidente que no, Bourgeon no es «el autor de las mujeres» del mundo del cómic, sino un esforzado amanuense que estiliza todo lo que le viene dado por la tradición del cómic adulto de su tiempo. Esto no es malo por ser un pequeño logro en su día, pero sí el punto sobre el que más pesan los años en su obra.

No pesa sin embargo el ligero humor que impregna el relato, la ironía, incluso el gag burdo que se reserva, con inteligencia, al personaje del escudero, como ya he señalado, bufonesco sin más matices.El humor se beneficia, en fin, de la mejor característica de «El eclipse azul», ese saber hacer desde un gusto exquisito. Ejemplo, en el momento más grave de la trama, un juglar debe tocar música con un instrumento mágico a las puertas de lo ominoso como m¡único modo de poder seguir adelante, pero para a cambiar un bordón del instrumento por otro suyo (carente de magia, claro). Increpado por el caballero, contesta, «Antes morir en armonía que sobrevivir en discordancia», ¿no es delicioso?.

Así, como algo entre lo estilizado para su tiempo y lo naive para el nuestro, abordado con una técnica portentosa para el dibujo realista de pura maestría artesana (insisto, es la palabra), veo hoy aquel álbum que, leído por partes en una revista mensual, me hizo pensar que el cómic podía ser el más completo de los artes afanados en el equilibrio de contar historias. No me equivocaba demasiado.

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2 Comentarios Dejar comentario

  1. Gerardo Vilches #

    Ya lo hemos comentado por otro lado… A mí Bourgeon no me entra. No conecto con ese tipo de cómic, y se me ocurre que probablemente sea porque lo he leído de adulto (bueno, de hecho, el año pasado), pero no lo sé. No es, en este caso, una cuestión de que me parezca más o menos juvenil, aunque desde luego da para reflexionar sobre lo que se entendía por adulto entonces y ahora, sino más bien porque esa manera de entender el género me aburre, me parece previsible, como también me aburre un poco la artesanía en el cómic. O este tipo de artesanía, de dibujo perfecto, minucioso… Sin embargo me sigue gustando Foster. Ah, no sé, tal vez sea el tono francés del momento, la pretensión de estar haciendo algo serio, complejo, maduro… Eso se ve, elevado a la enésima potencia, en Thorgal, o en los Thorgal que yo he leído.
    Pero en realidad estoy de acuerdo con varias de las cosas que dices sobre él y que son innegables, incluyendo que bueno, mejor Bourgeon que sus imitadores. Y también de acuerdo en la cuestión de las mujeres, la verdad. Es uno de los temas donde más se nota la brecha temporal. Lo que en ese momento se consideraba mujer «realista» o no estereotipada era, en realidad, irse al otro extremo de la fantasía masculina.

    • Octavio B. #

      Es cuestión de sensibilidades, claro. Yo lo artesanal sí que lo valoro aunque en su medida. Supongo que en un tío que se ha pasado horas y días restaurando finos estofados en tallas barrocas, eso imprime carácter.
      Pero desde luego tampoco opino que la forma, el acabado, sea el principal aval para determinar que un cómic es bueno o malo, sino la justificación de esa «artesanía». Rara vez el realismo duro tiene la lógica y el discurso dentro del relato que sí puede encontrarse en Bourgeon, pienso.

      Esto por la parte buena, por la mala, lo dicho, se le notan los años en no saber ver las prioridades en determinados asuntos.

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