A propósito de la Historia.

Una historia. Mi abuelo se casó (con mi abuela, digo) y tras otros destinos se fue a vivir a Cartagena, donde fue destinado ya que, de carrera militar, era capitán de corbeta de la artillería de la armada. En Cartagena le sorprende el “Glorioso” Alzamiento Nacional. Es zona roja y él, artillero, está destacado en un polvorín.
Me cuentan en casa (y las biografías, como la de Borobó, aunque este parece ser que inventa más que investiga): en su base no triunfa el movimiento faccioso (será la última base naval republicana en resistir, tomada por el ejército sublevado el 31 de marzo de 1939), y finalmente se sufrieron las consecuencias que esperan a los perdedores, el bando rojo. Los fusilamientos están al orden del día, pero mi abuelo salva su pellejo. Él, que libra fortuitamente del pelotón de fusilamiento (fusilamientos aleatorios, contaría… libra por suerte) escapa de Cartagena y llega a pie hasta zona nacional con la intención volver a reunirse con mi abuela (en estado), e incorporarse al ejército en tanto que militar no político, ni levantista ni resistente. Para ello presenta documentación cartaginense que entiende le permita el reconocimiento como militar no sublevado. Cuántos casos de similar pragmatismo se vivirán en la guerra… Pero el intento resulta infructuoso, pues es enjuiciado como rojo y sufre cárcel aproximadamente durante 2 años por venir de zona republicana. Consecuencia de este juicio, además de la cárcel, es su baja y expulsión definitiva de la marina (con la democracia, será rehabilitado de cargo y sueldo). Casi diré ¡qué suerte!, pues lidiaba con el pelotón de fusilamiento.

El protagonista de «Los surcos del azar» es un republicano heroico que participó en «La Nueve». Una historia mucho mayor que la de mi abuelo, pero que viene del mismo lugar y se imbrica con ella en mi cabeza.

“Los surcos del azar”, de Paco Roca, una novela gráfica magistral, honda, necesaria, me ha traído al recuerdo a mi abuelo, y necesariamente debe provocar una reflexión sobre tantas figuras que, en aquella España hundida, perfilan un enjambre de perdedores con historias tan absorbentes como terribles. Reflexión general, de toma de conciencia, y si la obra es el éxito que merece ser, debería avivar la memoria y la reflexión particular de tantos españoles que tienen historias parecidas a la mía (que no es mía, claro, sino de mi abuelo). Es una España que la transición no ha querido recuperar, y seguimos ahí en un limbo de olvidos nada inocentes. Es la intrahistoria que debería ser Historia verdadera, noble, reivindicable y necesaria para completar de una vez este país.

Hay que darle gracias a Paco Roca por la enorme valentía de entender la urgencia y necesidad justa de una verdadera memoria histórica, aplicándola a un cómic de valor aún por calcular. El tebeo, además, es una pasada, pero de esto hablaremos otro día.

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