En defensa del Museo del cómic y la ilustración de Cataluña


Una de las noticias que está ahora en boca de todo amante del cómic es la posible, temida congelación del “Museo del cómic y la ilustración de Cataluña”. Un proyecto ilusionante del que se tuvo noticia hace años y que parecía ir viento en popa.En las redes sociales, claro, ya se han creado plataformas de apoyo al museo, y contra la cancelación de lo que es un proyecto necesario.

Es necesario, porque supone otro paso (y pienso que esta vez más grande que pequeño) para llevar a la historieta al lugar que se merece; el lugar de cualquier arte en un país civilizado, el de una industria, el de un legado histórico. Los cómics nacen en España en el siglo XIX con autores como Pellicer o Padró y desde entonces la historieta ha crecido, se ha erigido en una poderosa industria del ocio infantil, arraigada en el imaginario (y el cariño) de una generación, la de la posguerra y la del franquismo. También ha crecido como arte para adultos desde los últimos setenta. Y tras desiertos y vergeles, tras momentos de éxito masivo (el TBO, la editorial Bruguera, los personajes ya míticos que no hace falta enumerar) y etapas de crisis (posiblemente los noventa sean los años de mayor angustia para el medio), hoy la historieta vive una época de reubicación. Nunca más industria de masas, pero tampoco atrapada en un momento de incertidumbre, las editoriales y los autores patrios se encuentran quizá por primera vez en la historia, en paralelo con el cómic internacional y su posición en el mundo. Con el empuje de las obras de autor y los formatos de éxito (la novela gráfica, claro), los creadores y la industria no viven un mal momento, desde luego, y ponen todo el empeño por hacer de este arte, si no un arte mass-media, sí una disciplina creativa de primer orden, respetada y atendida más allá de su parcela de forofos cerriles (hoy llamados frikis, sí).

En este sentido, entender que el cómic es arte por forma, por fondo, por lenguaje y modos personales e intrasferibles, es simplemente un objetivo prioritario. También su consideración histórica, el debate sobre su origen, sobre escuelas, procesos industriales, estilos y movimientos, debe atenderse. Y centrarse en todos estos aspectos focalizando hacia la historieta patria, la de aquí, la nuestra, es un fin a defender desde toda posición de respeto por lo propio, y por una faceta de nuestra cultura y nuestra historia.Por eso la idea de un museo, una central de estudio, con sus exposiciones, su biblioteca, su colección de originales, su espacio para el estudioso, no podía ser menos que algo importante. Más allá del marco del fandom, de los lectores compulsivos. Porque este museo supone un punto de encuentro (no es el único, tampoco debería ser el último, la meta, sino un eslabón más). Y que la crisis amenace este lugar de encuentro, de disfrute, de estudio y de aprendizaje, es algo que todos deberíamos combatir.

Hace poco alguien me decía (hablando de la crisis, y todo eso) que sin industria, la cultura es lo de menos. Yo no lo discutí, ¿para qué, si quien lo dijo se sintió feliz diciéndolo? Pero ahora digo que sin cultura, sin educación, sin consciencia de nuestro propio legado, ¿qué industria nos espera salvo el clientelismo y una posición terciaria en el mapa europeo (ya no digo mundial)? No nos engañemos, todo se funde: cultura, investigación, progreso e industria. Y la historieta es cultura. Y un museo dedicado a ella, por tanto, necesario. Tanto como la productividad de una fábrica de airbags dando trabajo aquí /ahora.

(por cierto, la foto, es de Angulema, por si alguien se piensa cualquier otra cosa…)

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