TENERIFE

Humboldt no estuvo aquí

Al reportaje tinerfeño, editor mediante, le voy a poner un titular así de largo: “AQUÍ SE AGACHÓ HUMBOLDT. Tres caminatas por Tenerife para creerse un poco Alexander von Humboldt. Y otras dos para descubrir maravillas que él no vio. Y al final del camino, la señora Fidelina, ventera de Roque Bermejo”.

Por ahora os presento a la señora Fidelina Gallardo, que vive en la orilla de una cala volcánica, a la que no llega ninguna carretera. La aldea se llama Roque Bermejo y es un puñado de casetas de colores, que parecen dados lanzados desde la montaña, que fueron rodando barranco abajo hasta pararse en el borde del mar. Fidelina tiene 78 años y solo puede salir de Roque Bermejo en barca o, cuando la mar tiene reboso, caminando dos horas barranco arriba hasta alcanzar la carretera en Chamorga, a 480 metros de altitud. Hace cincuenta años, cuando la carretera no llegaba ni siquiera a Chamorga, Fidelina se echaba a su niña enferma al hombro y caminaba cinco horas por la montaña hasta la consulta del médico en San Andrés. Ahora en la entrada de su casa vende galletas, plátanos, refrescos, cerveza, vino, aceite, tabaco, conservas, papel higiénico.

Después de charlar con ella, le pedí permiso para sacar fotos, me dijo que sí y al final le entró una duda. “Pero usted no será inspector, ¿verdad?”.

Fotos: Fidelina en la puerta de su casa y venta; Fidelina, hace unos años, transportando cajas de cerveza sobre la coronilla; la aldea de Roque Bermejo.

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Macaronesia

Estos días he caminado mucho por las montañas y las costas de la Macaronesia. Que viene del griego makaron nesoi: islas afortunadas. Según los griegos, cuando morían los héroes y las personas virtuosas, sus almas se iban a unas islas en el extremo occidental del mundo, a gozar del reposo eterno. Los navegantes suponían que las Canarias eran esas islas de los bienaventurados, o quizá restos de la Atlántida, o quizá el Jardín de las Hespérides, que daba manzanas de oro y estaba custodiado por un dragón de cien cabezas. A mí el viernes me pareció ver a Aquiles, arrugado y con artrosis, bailando canciones de Julio Iglesias en las piscinas de los hoteles de Tenerife (del minuto 1 al minuto 4).

El científico y explorador Alexander von Humboldt desembarcó en 1799 y dijo: “Ningún sitio me parece más apropiado que Tenerife para suprimir la melancolía y devolver la paz al alma dolorida”. Dio las siguientes razones: el clima benigno, el aire puro, el paisaje bellísimo y la ausencia de esclavitud.

Me acuerdo mucho de estos párrafos de Predrag Matvejevic en Breviario mediterráneo:

“A las islas se les atribuyen rasgos y estados de ánimo humanos: también son solitarias, silenciosas, sedientas, abandonadas, desconocidas, malditas, a veces afortunadas o bienaventuradas (…).

“Los que más olvidados están son los escollos, sobre todo los que carecen de dolinas y agua potable: si no se incorporan a un archipiélago conocido, pierden su identidad en la jerarquía de la costa, quedan para siempre apóstatas, célibes, anacoretas. Las rocas que sobresalen en los bordes de las islas han suscitado cuentos de horror y espectros (…).

“Las islas se convierten a menudo en lugares de recogimiento o paz, arrepentimiento o expiación, exilio o encarcelamiento: por eso cuentan con tantos monasterios, cárceles y asilos, instituciones que asumen y a veces llevan al extremo la condición y el destino insulares (…). El rasgo común de la mayor parte de las islas es la espera (…).

“Pero las islas ayudan menos de lo que se cree a vencer o poseer el mar”.

Almáciga Anaga Tenerife MacaronesiaFoto: pueblecico de Almáciga, en la costa de Anaga.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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