SORIA

El Tour de Plomo llega a los altares

Villar del Río es un pueblo de las Tierras Altas sorianas, una comarca a más de mil metros de altitud en la que apenas quedan algunos pueblos y algunas aldeas casi abandonadas, con una densidad de dos habitantes por kilómetro cuadrado (más o menos como Mongolia o el Sáhara Occidental). En Villar del Río viven dos docenas de habitantes en invierno, pero en verano vuelven las familias de los vecinos que emigraron a Soria, Logroño, Bilbao, San Sebastián, Barcelona, y en agosto montan semanas culturales, fiestas, carreras de bici de montaña y demás jolgorios.

Nos invitaron a presentar Plomo en los bolsillos el pasado sábado. Fue una de las presentaciones más peculiares de todos los Tours de Plomo: la más alta de todas (a mil metros), la primera en una iglesia y la primera en la que tocaron las campanas para convocar a los asistentes.

Villar del Río A la hora de la presentación había unas quince personas sentadas en los bancos de la iglesia, pero dieron los campanazos y llegó una oleada de unas ochenta personas. Fue muy divertido. A mí, sentado al pie del altar y enmarcado por el retablo, me daban ganas de leer historias del Tour con cadencia sacerdotal, como cartas del apóstol Blondin a los poulidoristas. Cuando llegué a la aventura de Eugène Christophe, el ciclista que perdió cuatro horas soldando su bicicleta en una herrería al pie del Tourmalet en 1913, me dio un poco de corte soltar en la iglesia la frase con la que pasó a la historia. La solté, en fin: “Monsieur, he perdido cuatro horas, puede meterse su minuto por el culo”. Y al poner como siempre el legendario vídeo de Peio Ruiz Cabestany en el Tour de 1986, la voz trémula de Ángel María de Pablos («¡estamos viviendo con intensidad y también con nervios, por qué no decirlo, estos momentos de una tensión tremenda, las palabras se nos amontonan en la boca, no somos capaces de pronunciar la palabra, no somos capaces de hilvanar las ideas con tranquilidad!”), digo, la voz de Ángel María resonó en las bóvedas nervadas como un trompeteo apocalíptico.

Z7Ayer domingo participamos en la Ruta de las Icnitas, una marcha de 45 kilómetros en bici de montaña por este Tíbet castellano, por sus sierras peladas, pueblos derruidos, pueblos vivos, pinares, campos de cereal en plena cosecha, huellas de dinosaurios y algún descenso por barrancos en los que 219 ciclistas resultamos ilesos y un pobretico se rompió el radio. En la meta de Villar del Río nos dieron bocadillos de chistorra y pasteles, sortearon barritas energéticas (tremendos salchichones) y volvimos a casa más felices que felices.

Laura, Gari, Unai, Nagore y un servidor damos un millón de gracias a la gente de Villar del Río, en especial a la Asociación la Peseta y el Rosco, por su hospitalidad y por este fin de semana fantástico.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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