ROIG Marc

A punto de devolver la txapela

Le dije a Marc Roig que si alguna vez se proclamaba campeón, sería mérito suyo. Pero que si llegaba a ser txapeldun, específicamente txapeldun, se lo debería a mi tío abuelo Patxi Alcorta, aquel figura que extendió la costumbre de premiar a los campeones con txapelas.

La idea tuvo un origen etílico. «Lo de las txapelas se me ocurrió en un delirium tremens”, contaba Patxi. “Veía boinas por todas partes. Y por eso luego las hice de todos los tamaños, desde txapelas enormes para ponérselas a los deportistas hasta pequeñitas para colgar en el retrovisor de los coches. A los atletas les hace más ilusión una boina que una copa. No hay que andar limpiándolas, como los trofeos. Se sacude y ya está». En 1968 Patxi Alcorta se fue a los Juegos Olímpicos de México con un saco de boinas bordadas por las monjas adoratrices, para entregárselas a los campeones. Viajó por todo el mundo poniendo boinas a Zatopek, Bikila, Urtain… (foto: Patxi Alcorta entrega la txapela a Mariano Haro en el Memorial Muguerza).

En 2009, Marc escribió en su blog:

«Ahora que ya sé lo que significan las txapelas, me dará más rabia no ganar la Behobia-San Sebastián. Pero espero pelear duro y quedar cerca del podio, y año a año acercarme al título de txapeldun».

Aquel año Marc quedó tercero en medio del vendaval y el diluvio (tremenda foto de Sergio), solo superado por un campeón de Europa y un campeón de España. A mí, que lo vi pasar por Lezo y me pilló por sorpresa, me dio un alegrón. Volví a casa corriendo, puse la radio, me comí las uñas y al final sacudí el puño y solté un “¡bien!”, como si hubiera metido un gol la Real.

El tremendo Marc tiene el don de regalarnos días felices.  Seguimos las crónicas de su viaje en tren por Europa, mientras competía en carreras de todo el continente para ganar premios y pagarse así los billetes; seguimos su trabajo en Eldoret (Kenia) con los niños abandonados en la calle;  seguimos sus aventuras cuando viajó otra vez y otra y otra a Eldoret, para competir contra los atletas kenianos que se sentían humillados cuando les adelantaba un blanco o para pagar la dote simbólica de su novia Mercy en vacas… Este pasado verano, su boda en Eldoret nos dio la excusa para viajar por Kenia (con la inédita circunstancia de tener que meter una camisa en la mochila).

Y esta misma mañana, de nuevo en la Behobia-San Sebastián, de nuevo bajo el diluvio, hemos visto pasar a Marc detrás de Jaume Leiva y delante de 21.423 atletas. Ha terminado segundo y ya solo le falta un paso para conseguir una txapela en propiedad. Porque él ya tiene una, pero la considera prestada.

Hace unos años, cuando Marc me visitó en mi casa, apareció Josu Iztueta. Traía para Marc una bandeja de pasteles y una txapela enorme, ganada veinte años antes por la ciclista y triatleta Dina Bilbao, que murió en un naufragio en el Caribe. Marc la recibió con emoción pero prometió devolverla: cuando consiga la mía, dijo, devolveré la de Dina.

Ayer cenamos con él en el Vallés y descubrimos fascinados su dieta del éxito: mosto, morcilla con berza, lomo con pimientos, albóndiga. Esas alegrías que nos da Marc.

PD: Las famosas zapatillas de camión kenianas que nos descubrió Marc: «Antes habían sido unas ruedas de coche o de camión desgastadas e inútiles. Ahora, por muy poco dinero, se convierten en algo tan útil como unas sandalias. Se eliminan los deshechos, se crea un empleo y se satisface una necesidad. El hombre al que se las compré trabaja por su cuenta. Compra neumáticos viejos y, sentado bajo la sombra de un árbol, va creando zapatos. He visto algunas tiendas similares pero es mucho más común la venta de calzado de segunda mano: cuando en Europa ya no nos gusta un par (o se intuye que se está rompiendo), en Kenia se genera un negocio».

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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