PRIETO Xabi

Eutyches y diez más

Xabi Prieto se retira. Traigo esta columna que publiqué el pasado 15 de febrero en El Diario Vasco, en la que yo ya me iba preparando.

EUTYCHES Y DIEZ MÁS

Me senté en un retrete emocionante. A la puerta le habían rebajado el ángulo superior izquierdo, para que pudiera abrirse sin rozar un arco de piedra. El arco formaba parte del circo romano de Tarragona, porque estas casas de la plaza de la Font están construidas así, aprovechando las bóvedas que sostenían el graderío. Así que, en el retrete de aquella cafetería, en la mismísima entraña del circo, imaginé que era un auriga nervioso, a punto de competir en la carrera de caballos. ¡Ya llaman las trompetas!

Del circo quedan una cabecera, la puerta triunfal, parte del graderío, galerías bajo las casas de Tarragona. Y lo más conmovedor: las lápidas de Eutyches y Fuscus, dos aurigas que murieron jóvenes. Los partidarios de la facción azul (los peñistas de la época) tallaron palabras para homenajearlos: eran diestros con las riendas, lucharon y no temieron, fueron amados por la afición, vivieron bellamente, el hado tuvo celos y se los llevó. “Derrama flores sobre sus restos, como cuando les aplaudían en vida”, nos piden las lápidas al cabo de dos mil años.

Cuando mi madre se harta de tantísimo fútbol, se aferra a una esperanza estrambótica: la caída del imperio romano. “Si los gladiadores desaparecieron, también desaparecerá el fútbol, ¿no?”, nos dijo una vez cuando salíamos hacia Anoeta. A mí me da apuro, por ella, que estos días andemos arriba y abajo con el festival Korner, con el fútbol metido hasta las librerías y los teatros, y pienso que ojalá sepamos contar que en estos juegos banales hay un impulso quizá bobo pero muy humano. Que ojalá alguien entienda, dentro de dos mil años, nuestra necesidad de tallar esta frase: aquí jugó Xabi Prieto.

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Si cierro los ojos y pienso «estadio de Anoeta»

Hace justo veinte años se jugó el primer partido en el estadio de Anoeta. Seguimos añorando el viejo campo de Atocha y despotricando contra la frialdad de Anoeta, pero estos veinte años no han estado nada mal. Copio unos párrafos del libro Mi abuela y diez más:

«Si cierro los ojos y pienso “estadio de Anoeta”, veo una lluvia nocturna, una cortina de agua, uno de esos chaparrones que cae con la misma intensidad agotadora durante las dos horas del partido. Veo un césped brillante bajo los focos, en el que los balones largos botan rapidísimo, se escapan de las botas de los futbolistas y saltan hasta los charcos de las pistas de atletismo. Veo un inmenso anillo de gradas, batidas por un viento frío, ocupadas por espectadores encogidos en silencio. Escucho un pelotazo que golpea una valla de publicidad, el eco que se expande por el campo, un murmullo de desesperación. Imagino el contragolpe de un equipo rival modesto, vestido de naranja o granate, nuestra defensa desmontada, un extremo veloz que entra al área y clava el balón en nuestra red, fluash, se oye así, fluash, y estalla luego un chillido de euforia lejana, un grito de once acorchado en el silencio de veinte mil. Pienso, por ejemplo, en el Lleida ganando 1-3 en Anoeta.

En los primeros años de Anoeta íbamos al campo seis o siete amigos. Enseguida nos quedamos cinco. Y luego dos. Mi último compañero sufría malos presagios permanentes. Cuando el equipo contrario iba a chutar un libre directo, él anticipaba siempre el dolor: “Ya verás, 0-1”. Su pronóstico fallaba diecinueve de cada veinte veces, pero cuando acertaba, a mí me clavaban un gol y de paso una profecía: “Lo ves, lo ves”. Poco antes de bajar a Segunda me quedé solo. Llevo ya seis o siete años yendo solo a Anoeta. Suelo llevarme un paquete de pipas para la primera parte y un libro para los descansos.

Anoeta no da para muchas épicas. Pero quizá sea un desapego mío, cosas de la edad, porque si hago memoria, hace ya veinte años que nos vinimos a este estadio y tampoco ha estado tan mal. Un día disputamos los octavos de final de la Champions League y otro día fuimos colistas de Segunda. Nos humilló el Mérida y agobiamos a la Juventus. El Barcelona nos metió seis en 45 minutos; recorrimos las gradas bailando congas tras clavarle cinco al Athletic; abucheamos a Javier Clemente cuando ocupó el banquillo rival y abucheamos a Javier Clemente cuando ocupó nuestro propio banquillo; le regalamos una salvación amañada a Osasuna; el portero del Eibar le partió de un patadón la tibia y el peroné a Díaz de Cerio y le dejó media pierna colgando; nuestro portero Bravo cruzó el campo para chutar un libre directo y metió el gol de la victoria; nuestro portero Alberto tiró fuera el undécimo penalti de una tanda copera y caímos eliminados; Savio falló el penalti del minuto 88 con el que esperábamos salvarnos del descenso; Xabi Prieto marcó el penalti que selló el ascenso, saltó una valla para celebrarlo, tropezó y acabó con el tobillo vendado y con muletas. Y un domingo fuimos a Anoeta con la posibilidad de salir noventa minutos más tarde como campeones de Liga».

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‘Mi abuela y diez más’ en San Sebastián

Real Sociedad Fundazioa y Libros del K.O. presentan Mi abuela y diez más, de Ander Izagirre, en San Sebastián.

Viernes, 26 de abril (día del Gol de Zamora)

19.15. En la explanada frente al estadio de Anoeta. Lanzamiento de dos petardos (¡gol de la Real!) en honor del tío Patxi Alcorta, inventor de este morse blanquiazul.

19.30. En el Museo de la Real Sociedad, estadio de Anoeta. Presentación del libro ‘Mi abuela y diez más’. Además del autor, participarán con el número 5 Bixio Górriz (“el peor tiro de mi vida fue el mejor pase de la historia”) y con el número 10 Xabi Prieto (que escribió el final de este libro marcándole un penalti vacilón al Barcelona). Habrá gol en el último minuto.

Sábado, 27 de abril

11.30. En La Perla (paseo de La Concha). Partidazo playero de torpes contra vagos. Convocatoria limitada: máximo de 50 futbolistas por cada equipo. ¿Alguien tiene un balón? Dicen que lloverá. Pues llevad ropa de repuesto y luego os invitamos a un café con cruasán.

El partido se disputará en la extensión de playa que dejen libres los chavales de los campeonatos escolares. Si no hay sitio, trotaremos cinco minutos como calentamiento hasta la playa de Ondarreta.

Reglamento: 1. La división de jugadores en dos equipos se hará siguiendo el tradicional sistema de pies. 2. Quienes vengan con camisetas futboleras jugarán de titulares. Los demás también. 3. No vale chutar de punterón. 4. Ley de la botella: el que la tira va a por ella.

Domingo, 28 de abril

21.00. Fin de fiesta en el estadio de Anoeta. La Real Sociedad ganará al Valencia en su camino hacia la Champions League.

Mi abuela y diez más

«En Atocha pasé una infancia solitaria, estoica y feliz. Yo ahora me explico muchas cosas, cuando recuerdo que a los nueve o diez años subía solo a las gradas de cemento de la Tribuna Este, una hora antes del partido, y me pegaba a las vallas que separaban la zona de pie de la zona de asientos. Allí, ni la gente ni las vigas de hierro me tapaban la visión del campo. Atocha olía a selva. Se mezclaba el tufo fermentado y dulzón del mercado de frutas con el aroma fresco de la hierba recién regada y el humo de los puros. Ese sahumerio tropical aún nos inquieta a muchos, como a perros de Pavlov. Un día abrieron una verja, salté al césped ondeando el trapo de cuadros blancos y azules que mi abuela Pepi me había atado a un palo, corrí al punto de penalti y disparé un trallazo imaginario a la escuadra. Acabábamos de ganar la liga”.

A la venta en librerías y en www.librosdelko.com (en papel y en e-book).

Ander Izagirre (San Sebastián, 1976) no quería escribir este libro. Como ciclista frustrado y como heredero moral de monsieur Comet –cuyo velódromo derribaron en 1913 para construir el estadio de Atocha–, Izagirre considera que debemos odiar el fútbol, incluida la Real Sociedad. Sin embargo, acude a Anoeta cada quince días y allí sufre y se alegra con una intensidad que le avergüenza un poco. Así que decidió escribirlo para intentar explicarse a partir del primer recuerdo de su vida (una explosión de gritos, saltos y abrazos en casa de sus abuelos: el gol de Zamora), para recoger las historias asombrosas de su familia que una noche de insomnio emergieron de Atocha –ese cementerio indio txuri urdin, a cuatrocientos metros de su casa– y para fingirse triste y guapo como Schutz en la derrota. En Libros del K.O. también ha publicado Plomo en los bolsillos (ciclismo: eso sí que es un deporte).

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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