LULA

Bienvenidos a la Barbagia

Bajábamos de las montañas y al fondo de una recta larga vimos dos siluetas bajo el viaducto de una autovía. Las siluetas llevaban gorro de plato: dos carabinieri a la sombra, refugiados del calor achicharrante, con los fusiles en ristre. Nos saludaron y nos dejaron pasar. Montaban uno de los tantísimos controles que estos días circundan las montañas interiores de Cerdeña, porque están buscando a Graziano Mesina.

Graziano Mesina, o Grazianeddu, como lo llaman en los diarios, es el bandido sardo más famoso del último medio siglo, un secuestrador y asesino que ha ido alternando treinta años de cárcel con largas temporadas como prófugo en las montañas de la Barbagia. A principios de julio esperaba otra sentencia de treinta años por tráfico de drogas. Mesina, de 78 años, iba todos los días a firmar al cuartel de los carabineros en Orgósolo, su pueblo. Y los carabineros tocaban de vez en cuando la puerta de su casa para confirmar que seguía allí. Mesina abría la ventana y respondía a los agentes: “Aquí estoy, todo en orden”. El jueves 7, el mismo día en que se ratificó su condena, los agentes fueron a buscarlo y ya no lo encontraron.

Los carabineros burlados ahora montan controles por toda la región. A Mesina lo tendrá escondido algún pastor, especulan los diarios. Se estará aprovechando del coronavirus, dicen otros, porque este año apenas han venido foráneos y las montañas están llenas de segundas residencias vacías que podrá ocupar sin que nadie se entere. O habrá pasado a Córcega, refugio tradicional para fugitivos sardos. “La ropa no la necesito, dádsela a los pobres”, dicen sus familiares que dijo Mesina antes de desaparecer, y los articulistas creen que esa frase es algún tipo de mensaje cifrado para sus cómplices, andan todos locos sacando interpretaciones.

Bienvenidos, pues, a la Barbagia, como llamaron los romanos a estas montañas donde se refugiaban los sardos irreductibles. Conocíamos su fama de tierra de bárbaros, de bandidos legendarios y, penúltimamente, de secuestradores de hijos de millonarios que veranean en la Costa Esmeralda. No esperábamos recorrer la región justo cuando cientos de carabineros y militares la rastrean en busca del bandido.

Veníamos de gandulear en el archipiélago de la Maddalena, un paraíso de granito rojo y calas esmeraldas, y, como Mesina, nos metimos hacia las montañas en busca de más tranquilidad, que ya empieza a ser vicio. A partir de Siniscola subimos por una de las carreteras más hermosas y solitarias que recordamos en mucho tiempo, recorriendo la espalda de una gran mole caliza a la que llaman Monte Albo, a seiscientos, ochocientos metros de altitud, con vistas panorámicas de las montañas y la costa.

-Aquí mismo, en una cueva a cuatro kilómetros, tenían escondido a Farouk –nos contaron en una antigua casa caminera, ahora reconvertida en albergue. Farouk Kassam era un niño de 7 años, emparentado con la familia del Aga Khan, dueño de media Costa Esmeralda. En 1992 lo tuvieron seis meses secuestrado y le cortaron un pedazo de la oreja izquierda para enviárselo a la familia. En una jugada oscura, las autoridades italianas concedieron un permiso “por motivos familiares” a Grazianeddu Mesina, que entonces cumplía su larguísima condena, para que mediara con los secuestradores. Así consiguieron liberar a Farouk.

-Este albergue tampoco está mal para esconder a Mesina, ¿no?
-Qué va, no compensa, el hombre ya está viejo, come mucho, bebe mucho…

Los secuestradores de Farouk eran de Lula, el siguiente pueblo por la carretera solitaria del Monte Albo. A fuerza de asesinatos, secuestros y bombazos, en Lula nadie se atrevía a presentarse como alcalde y el ayuntamiento estuvo vacío entre 1990 y 2002. Solo podemos decir que en el bar fueron decepcionantemente amables, nos prepararon un bocata a deshoras y nos cobraron muy poco.

En Aggius un vecino nos había recomendado el museo del bandidismo -¡es el único de Italia, es nuestra especialidad!-, pero estaba cerrado. A cambio, en la charcutería nos preguntaron si queríamos bolsa, dijimos que no y luego descubrimos que nos habían cobrado diez céntimos por la bolsa que no nos dieron: muy buen detalle, para mantener viva la especialidad y para hacernos sentir una humilde experiencia como víctimas del bandidismo. Turismo de experiencias, creo que lo llaman.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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