Batido de coco

¿Es buena idea la colaboración con los mineritos?

Al divulgar la noticia de que hemos cubierto los gastos de la Escuela Robertito, me preguntan en Twitter: “¿No creéis que le estáis quitando trabajo al Gobierno?”.

Es una crítica razonable. Ahora hablo solo en mi nombre, pero las dudas sobre un proyecto de colaboración de este tipo, sobre los riesgos del asistencialismo, nos las planteamos Eider, Dani y yo desde el principio, nos las seguimos planteando, tenemos algunas inseguridades sobre cuál es la mejor manera de hacer algo valioso sin fomentar dependencias ni colaboraciones viciadas… pero tenemos la convicción de que tomamos una decisión correcta, que la idea es buena, y que incluso merece la pena pediros ayuda a amigos y conocidos. De todos modos, me parece muy interesante plantear la cuestión: ¿es buena idea organizar una ayuda como la que hemos montado para la escuela de los niños y las niñas de las minas de Potosí?

Vamos por partes. ¿Qué hace el Gobierno boliviano, que debería ser el principal responsable, con el asunto del trabajo infantil minero? Lo conté en el reportaje ‘Mineritos’: nada o casi nada. Entrevisté en La Paz a la directora del plan nacional para erradicar el trabajo infantil, que me explicó algunos cambios legales y algunos pequeños esfuerzos que empezaba a hacer el Gobierno (ella defendía que era la primera vez que un Gobierno prestaba alguna atención al caso). Bien: el Estado es muy débil, los bolivianos padecen carencias muy graves en la protección social más básica, y el caso de las familias mineras del Cerro Rico es extremo: a esas chabolas a 4.300 metros de altitud, el Estado ni se arrima. El problema de fondo es la pobreza de Bolivia –producto, sobre todo, de una historia de injusticias brutales-, una pobreza en cuyo último eslabón están los menores que se ven obligados a trabajar en la mina para que su familia no muera de hambre. En los últimos años, una cierta bonanza económica y una redistribución más justa de los recursos han hecho que los indicativos sociales de Bolivia hayan mejorado bastante. Incluso parece que el país va encaminado para cumplir muchos de los Objetivos del Milenio fijados por la ONU para el 2015. Ese es el camino para solucionar de verdad los problemas. Pero es un camino larguísimo y con muchas incertidumbres. Y que todavía no pasa por el Cerro Rico.

Y mientras tanto qué.

Mientras tanto, algunas partes de la sociedad boliviana viven en la miseria más negra y en absoluto desamparo. Conocimos algunas iniciativas admirables y esperanzadoras: allá donde no llega el Estado, intentaban llegar algunas organizaciones de la sociedad civil boliviana, una sociedad en ebullición. Hablo por ejemplo de Cepromin (Centro de Promoción Minera), una asociación que nació a finales de los 70 para apoyar la formación política y sindical de los mineros, que entonces constituían una fuerza social tremenda, capaz de tumbar dictaduras militares. Tras el colapso de la minería pública en 1985 y la ley de la jungla que vino después –causa importante de la presencia de niños y niñas en las minas-, Cepromin tuvo que readaptar su apoyo a los mineros, en pleno naufragio, y dedicarse a actuaciones de mera supervivencia.

Entre otros muchos empeños, desarrolló una excelente tarea contra el trabajo infantil minero, con resultados tan brillantes como los de Llallagua, donde impulsó otras salidas laborales para las familias y así consiguió que cientos de menores dejaran de trabajar en la minería.

Eso sí: Cepromin tenía muchas ideas pero pocos recursos, y algunos proyectos los llevaba adelante gracias a la colaboración económica de oenegés extranjeras. A nosotros también nos pareció muy interesante buscar una manera para colaborar con ellos: no se trataba de un aterrizaje de oenegés salvadoras, sino de un empeño surgido de la propia sociedad boliviana, al que le faltaban medios para desarrollar sus iniciativas. No era ideal que dependieran demasiado de ayudas extranjeras, pero nos pareció adecuado intentar echar una mano a alguna de esas actividades transformadoras, por ejemplo la del trabajo infantil minero, precisamente porque estaban dirigidas a que las propias familias mineras tuvieran a corto y medio plazo capacidad y autonomía suficiente para desarrollar los proyectos de vida que mejor les pareciera.

Dedicamos muchos meses a organizar algo con Cepromin pero, por mil historias, no cuajó.

Entonces Eider conoció los proyectos de la asociación Voces Libres en Potosí y, en concreto, el de la Escuela Robertito, la única escuela que atiende a los niños y las niñas de las minas. Insisto: la única escuela para esas familias de las chabolas del Cerro Rico. A Eider le gustó cómo trabajaban, nos lo contó, y a nosotros también nos gustó. Tuvimos las mismas dudas pero nos convenció el enfoque: más allá de asegurar la supervivencia básica, nos gusta la insistencia en la educación y la capacitación profesional de los chavales, para que puedan optar a mejores modos de vida; y en la formación de líderes locales –casi siempre mujeres- que luego se comprometen con sus comunidades y toman las riendas para luchar por sus derechos y sus condiciones de vida.

Es decir: un proyecto que apoya a la gente del Cerro Rico en un momento inicial, en ese momento en el que les faltan los recursos mínimos, que el Estado tampoco les garantiza, y sin los cuales no pueden ni siquiera intentar un cambio de vida. Y es un proyecto con vocación de ser prescindible o, al menos, no indispensable. Con intención de que sean los propios líderes de las comunidades, y no la oenegé, los que desarrollen a partir de ahora sus propias iniciativas, algo que ya empieza a ocurrir.

Conocimos casos concretos. En el reportaje ‘Mineritos’ aparece Fernando, un chico que con 13 años trabajaba rescatando arenillas de estaño en arroyos tóxicos de Llallagua, pero que pudo seguir con los estudios gracias a su fuerza de voluntad, a las ayudas de Cepromin y al extraordinario trabajo de los NATS (‘Niños y adolescentes trabajadores’, una organización gestionada por los propios jóvenes), y que con 18 años se marchó a estudiar una carrera universitaria. Dani estuvo en Potosí hace unas semanas, visitando de nuevo a algunos de los jóvenes que conocimos hace dos años en las minas, y nos acaba de contar el caso de Carmen, la chica que trabaja recogiendo restos de mineral en la bocamina pero que sigue estudiando con la ayuda tanto de Cepromin como de Voces Libres, con la esperanza de conseguir una vida mejor para ella y para su familia.

Nos parece adecuado colaborar en esta parte del proceso, en el empujón que necesitan muchas de estas personas para acceder a la educación, a trabajos y vidas mejores, para que luego se las apañen por su cuenta como mejor puedan y quieran. En Potosí, el Estado no proporciona esos mínimos. Muchas de esas personas formadas con ayudas de asociaciones se comprometen luego con su comunidad, trabajan para que otros puedan tener las mismas oportunidades de estudio y para impulsar la lucha por los derechos, y así se crea una rueda con la que parece que las cosas empiezan a moverse, aunque sea unos centímetros, en la buena dirección.

Sabemos que la cuestión no es dar más sino robar menos, que no es un asunto de caridad sino de justicia. Que no se arreglarán los problemas de fondo mientras existan sistemas de comercio injustos, fraudes fiscales que desangran a los países empobrecidos, corrupción a mansalva, relaciones tan desiguales. Sabemos que deberíamos ser una sociedad más autocrítica, más exigente con nuestros políticos y empresarios, para poner en cuestión toda esta trama de relaciones perversas en las que participamos. Y sabemos que nuestro proyecto no incide en esas cuestiones de fondo.

Pero decidimos que era mejor moverse así que no moverse.

Algunos de los lectores habituales de este blog sois gente que trabaja en el mundo de la cooperación al desarrollo, que tenéis conocimientos más profundos, visiones más críticas y opiniones mejor formadas que las nuestras. Y los que no trabajáis en esas áreas también tenéis sentido crítico y opinión. ¿Qué pensáis? ¿Es buena idea montar esta ayuda para la Escuela Robertito?

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¿Y sin memoria?

«Algunos testigos afirman que en los últimos días del proceso contra Maurice Papon, la policía impidió que un payaso, un augusto, muy mal maquillado y con el traje hecho un guiñapo, entrase en la Sala de Audiencias del Palacio de Justicia de Burdeos. Parece que ese mismo día esperó la salida del acusado, limitándose a observarlo a distancia sin dirigirle la palabra. Quizá el exsecretario general de la Prefectura de Gironde se percatara de la presencia de ese payaso, pero no es seguro. Después, el hombre volvió regularmente, sin su disfraz, para asistir al final del proceso y a los alegatos. Siempre ponía sobre sus rodillas una maleta de cuero totalmente rozado que acariciaba sin descanso. Un ujier recuerda haberle oído decir, una vez pronunciado el veredicto:

-Sin verdad, ¿cómo puede haber esperanza?

¿Y sin memoria? De las leyes de Vichy: del 17 de julio del 40, sobre el acceso a los cargos en las administraciones públicas; del 4 de octubre del 40, relativa a los residentes extranjeros de raza judía; del 3, la víspera, sobre el estatuto de los judíos (…); del 6 de junio del 42, que prohíbe a los judíos ejercer la profesión de comediante.

Yo no soy judío. Ni comediante. Pero…”.

(Inicio de Los jardines de la memoria, de Michel Quint).

*

Por mi relato, mato«, de El Jukebox. «Contra el deseo de escribir una historia vasca en tres actos y con moraleja edificante».

«Perdón y justicia«. Historias de 2008: aborígenes australianos, Srebrenica, Isaías Carrasco…

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Sosiego

Salí en bici desde la costa, subí por un desfiladero de caliza roja, bordeé un castillo asomado al abismo, alcancé la parte alta de la sierra. Allí, por una carreteruela capilar, atravesé una meseta a 800 metros de altitud, entre bosques de encinas y pinos. A mi izquierda, en el fondo del valle, veía los meandros plateados del Ebro. A mi derecha, lejos, el centelleo azul del Mediterráneo y la cinta blanca de las playas. En una hondonada encontré por sorpresa una aldea de piedra con una iglesia románica. Me senté en un murete, escuché las chicharras, comí tres ciruelas y dejé la cuarta, un poco pocha, para las golondrinas que trazaban acrobacias eléctricas. (Supongo que las golondrinas comerán ciruelas, ¿no?).

Bajé de vuelta hasta el mar, haciendo zigzagueos eufóricos en las mil curvas y contracurvas por las que antes había subido, con ganas de gritar yujus y yepas, pensando en lo falsos que son el puenting y tantos de esos deportes llamados de aventura, que venden adrenalina sin sudor, premio sin esfuerzo. Hombre, es un poco el consuelo de las uvas verdes: yo no salto de un puente ni atado.

Por la tarde me bañé y cogí olas. Me tumbé a leer a la sombra. Por la noche dormí por fin como un bebé.

Dejadme que plantee una hipótesis. Lo hago con mucha ignorancia y sin intención de molestar, porque cada uno busca el sosiego como mejor puede, y casi todo me parece muy bien. Pero me pregunto yo: las biodanzas y las terapias de energías y toda esa gama de gimnasias rebozadas de cháchara mística ¿no serán para gente que ha olvidado caminar?

13

Guijarros

Me convenía un cambio de costa y he venido a esta, más soleada, más nítida, donde los tomates maduran cuando por fin dejas de mirarlos y donde abundan los días sin expectativas. Sin expectativas, las horas fluyen a través de ti como si te atravesara un río, y van arrastrando, removiendo y ordenando las ideas como guijarros en el fondo del cauce, hasta que quedan bien pulidos y encajados.

Después del primer chapuzón en la playa, sin tiempo ni para secarme, me encontré con un texto titulado “Nuestro único paraguas” (en el libro La felicidad de los pececillos, de Simon Leys, a quien he traído conmigo sin conocerlo de nada, porque lo recomienda Eresfea y siempre le obedezco).

Según cuenta Leys, durante el escándalo sexual que estuvo a punto de hundir la carrera del actor inglés Hugh Grant, un periodista estadounidense “le hizo una pregunta… muy estadounidense: `¿Va ahora usted a un psicoterapeuta?’ ‘No -respondió Grant-, en Inglaterra leemos novelas’”.

“Medio siglo antes que él”, sigue Leys, “Carl Gustav Jung había formulado en términos más técnicos el exacto corolario de esta misma noción: ‘Cuando un individuo pierde contacto con el universo mítico, y su vida se ve así reducida al único dominio de los hechos, su salud mental se encuentra en gran peligro’. Dicho de otro modo: la gente que no lee novelas ni poemas corre el riesgo de estrellarse contra la muralla de los hechos o de reventar bajo el peso de las realidades. Y entonces es preciso llamar con toda urgencia al doctor Jung y a sus colegas para tratar de reunir otra vez los pedazos” (…)

“Unamuno hizo un buen diagnóstico: `El hombre, por ser hombre, por tener conciencia, es ya, respecto al burro o al cangrejo, un animal enfermo. La conciencia es una enfermedad’.

“Nuestro equilibrio interior es siempre precario y está amenazado, pues somos constantemente el blanco de pruebas y agresiones de la realidad cotidiana. El resultado de las luchas de la vida es siempre incierto, y, en resumidas cuentas, es quizá un personaje de Mario Vargas Llosa el que ha dado la mejor descripción de nuestra condición común: ´La vida es un tornado de mierda, en el que el arte es nuestro único paraguas´”.

No sé si el único. A estos días sin expectativas vine con dos novelas, los artículos de Leys, un libro-reportaje, un taco de películas pero también con la bici, porque las ideas y las decisiones me quedan mucho más pulidas después de pedalearlas.

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En los zapatos del asesino

(Ilustración de Nerea Armendáriz | Artículo también publicado en Pikara Magazine)

A principios de los años ochenta, los diarios españoles relataban cómo “los activistas” habían asesinado “con dos certeros disparos” a una persona, y remataban la crónica explicando que “en algunos círculos del pueblo” a la víctima se le tenía por chivata. Cuando una bomba mató a un obrero de la central nuclear de Lemoiz, unos días después El País recogió la reivindicación de Eta y sus detalladas explicaciones, y tituló así: “La muerte del trabajador se debió a motivos imprevisibles”.

En estos años hemos aprendido que es inmoral escribir desde el punto de vista del asesino, desplegando sus razones y sus justificaciones, mientras con el pie empujamos un poco el cadáver para que quede tapadito debajo de la mesa y no incomode. Por eso, por ese aprendizaje, ahora a muchos nos repugna semejante prosa complaciente con el terrorismo.

Pero hay violencias con las que aún no hemos hecho ese recorrido. Existe un tipo de violencia bien concreta que en España mata a unas 60 o 70 personas todos los años, hiere a cientos y asfixia la vida de miles. Si esa violencia se cebara con otros grupos –no sé, imaginad a cinco o seis periodistas, políticos o futbolistas asesinados todos los meses, y docenas de ellos heridos y cientos de amenazados- se produciría una gran reacción social, una indignación.

Pero en el caso de la violencia contra las mujeres esa reacción apenas se produce. Todos los años mueren 60 o 70, sufren malos tratos unos cuantos miles, muchísimas otras padecen infiernos silenciosos o como mínimo controles y coacciones más sutiles. Es una violencia ejercida por hombres para dominar la vida de esas mujeres. Y los culpables gozan, todavía, de cierta tolerancia social. Mucha mayor tolerancia de la que nos gustaría reconocer.

Esta violencia se minimiza y los medios de comunicación a menudo construyen relatos comprensivos con los agresores, que aparecen caracterizados como buenos vecinos que saludan en el ascensor cuando sacan a pasear al perro, ¡era un chico normal!, incluso estudiantes modélicos y trabajadores honrados a los que de repente les ha entrado una ofuscación y han matado a su pareja. Un arrebato, un cortocircuito, una reacción aislada que queda dentro de los límites del cráneo del asesino. La disculpa del “crimen pasional”: es que cualquiera podría reaccionar así.

El arrebato le puede dar a cualquiera, decía precisamente un famoso articulista que dedicó una columna a comprender al asesino y a decirle “te has pasao, macho”, mientras le daba palmaditas en la espalda. Le puede pasar a cualquiera: la gran falacia. Yo no la acepto para mí: si mi pareja me engaña, me jodo y punto. Tomo una decisión pero desde luego no reacciono con violencia. Sin embargo, el articulista describía al asesino como “un chico normal”, que había sufrido una gran decepción amorosa y por eso había matado a su pareja. El crimen es terrible, escribía el tipo, pero también es comprensible que el dolor del hombre le llevara a asesinar a la mujer. Es que ella le había puesto los cuernos y, oye, “hay muchas formas de violencia”.

“Hay muchas formas de violencia”. ¿No os suena de algo esta excusa?

El machismo: un paisaje

La justificación de la violencia machista es minoritaria. Sí, claro. Pero las cifras no son para tomarlas a broma: si una mujer decide abandonar a un hombre, al 6% de la población española le parece justificable una reacción violenta. El porcentaje parece pequeño, pero supone casi tres millones de personas.

De ahí salen los 400.000 casos anuales de violencia machista, que se traducen en unas 135.000 denuncias. Y en 70 asesinatos. Añado un dato interesante sobre las famosas denuncias falsas de malos tratos, inventadas por mujeres malévolas que quieren arruinar al hombre y quedarse con los críos, la casa y el coche: sólo el 0,018% de las denuncias por maltrato resultaron falsas, el porcentaje más bajo entre todos los delitos.

Todos estos datos los repasó Miguel Lorente, delegado del Gobierno para la violencia de género, en una charla que dio ayer en Bilbao.

Si bien la justificación resulta minoritaria, Lorente subrayó que la reacción social ante esta violencia es bajísima: sólo el 1,5% de la población la considera un asunto grave. La sociedad considera que no hay tanto machismo o que no es preocupante.

El problema consiste en identificar el machismo sólo con la violencia, con sus manifestaciones más brutales. Y como los 60 o 70 asesinatos, por muy trágicos que sean, no tienen mayor relevancia estadística, pues ahí se queda la cosa. Todos tranquis, que tampoco es para tanto. Cuatro bestias a los que se les va la olla.

Pero el machismo no son sólo los estallidos. El machismo es un paisaje: un terreno amplio y común de desigualdades, en el que el poder y la autoridad de los ámbitos públicos sigue en manos abrumadoramente mayoritarias de hombres, y en el que muchas relaciones de pareja están marcadas por el dominio habitual del hombre sobre la mujer; ese es el paisaje en el que arraiga la violencia, más sutil o más brutal, física o psicológica, en el que encuentra justificaciones, un cierto amparo o una indiferencia que le deja hacer. Ese es el terreno abonado del que brotan, de repente, los estallidos.

El machismo no es la violencia: es la desigualdad. Y la violencia es la manifestación extrema de esa desigualdad.

No es casual que las peores violencias se desaten cuando la mujer decide separarse del hombre; es decir, cuando ella reacciona contra la desigualdad y contra el control que ejerce él. El machista vive la pérdida de control sobre su mujer como una mengua de su hombría (que la mujer le abandone no le resulta triste sino humillante) y la manera última de reivindicar su hombría y su autoridad es la violencia.

Los encarcelados por homicidios machistas, explicó Lorente, no presentan alteraciones psicológicas. No son enfermos mentales. No se les ha ido la olla. El problema es que han construido un sistema de dominio y que en los casos extremos recurren a la violencia más brutal para mantenerlo: tienen pleno conocimiento de lo que hacen cuando atacan a la mujer, los testimonios de las víctimas están plagados de frases amenazantes del tipo “ya te dije lo que te iba a hacer, no lo ves”. La mayoría de los asesinos de mujeres se entrega después a la policía o llama a un familiar para contarle lo que acaba de hacer o intenta suicidarse. Aceptan las consecuencias, porque lo primordial para ellos es que han restablecido su posición dominante, y han llegado hasta el extremo para lograrlo.

Por eso es necesario entender que los asesinatos machistas no son simples arrebatos, sino que se alimentan de la desigualdad. El problema de fondo es este sistema social en el que todavía las mujeres tienen menos oportunidades y papeles más limitados y sumisos, en el que los hombres cumplen a menudo unos roles típicos que les dan ventaja pero que crean relaciones injustas (y que a menudo son un lastre y una fuente de frustraciones para los propios hombres), en el que muchas relaciones de pareja derivan en sentimientos de posesión y control…  No hay que perderlo de vista: son las reacciones contra esa desigualdad las que suelen desatar la violencia de los dominadores.

Y diría que el asunto de la indiferencia atañe especialmente a los hombres. Es significativo lo que ocurre con el 016, el teléfono confidencial para maltratadas: cuando la persona que llama para pedir ayuda no es la víctima, sino alguien de su entorno, en el 80% de los casos son amigas, madres, hijas, hermanas… Sólo una llamada de cada cinco la hacen hombres. O sea, que en general estamos a por uvas.

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La homeopatía cura ¡y gol de Messi!

Cuando me encuentro con algún amigo consumidor de homeopatía, le pregunto si conoce cuáles son los principios en los que se basa. Hasta el momento, ninguno los conocía. Todos pensaban que la homeopatía era una especie de remedio natural, algo así como tomar infusiones y hierbas en vez de fármacos.

La homeopatía no tiene nada que ver con los remedios naturales: sus productos se elaboran siguiendo unos principios descacharrantes, ideados por Samuel Hahnemann, médico alemán del siglo XVIII, comprensibles en aquella época pero imposibles de leer hoy en día sin que te dé la risa floja.

1. La misma sustancia que produce una enfermedad es capaz de curarla (o sea, cafeína para remediar el insomnio. Esta afirmación no tiene ninguna prueba que la sostenga pero es la base de la homeopatía).

Hahnemann atribuía las enfermedades a “desequilibros espirituales” que se debían restablecer. Como él decía, nadie había visto jamás la materia que provocaba la gota o la escrófula, por ejemplo. La enfermedad era una cuestión de desajustes con la “energía vital”. Unas décadas después se descubrieron los virus y las bacterias (por ejemplo, la bacteria que causaba la escrófula, o la sal que producía la gota). La homeopatía sigue anclada en la época anterior a estos descubrimientos.

2. Cuanto menor sea la dosis, más potente será su efecto (o sea, tomamos una gota de cafeína y la disolvemos en una masa de agua como la del océano Atlántico: es la proporción habitual en muchos fármacos homeopáticos).

Los productos homeopáticos se preparan siguiendo este principio. Tomamos un mililitro de café y lo mezclamos con 99 mililitros de agua. Eso es una dilución de 1 CH. Luego meneamos la mezcla muy fuerte: así, según Hahnemann, la sustancia transmite su “espíritu curativo” al agua. De esta mezcla, tomamos de nuevo un mililitro (que ya sólo tendrá una parte de café y 99 de agua) y lo volvemos a mezclar con otros 99 mililitros de agua.  Lo meneamos fuerte de nuevo. Eso es ya una dilución de 2 CH (una parte de café y diez mil de agua). Y seguimos con el proceso. Con 3 CH, hay una parte entre un millón. Con 4 CH, una parte en cien millones.

Algunos productos homeopáticos presentan una dilución de 12 CH (una molécula disuelta en una masa de agua equivalente a un océano).

Otros afirman que diluyen las sustancias hasta los 30 CH: es decir, el equivalente a una molécula disuelta en una esfera de agua de 150 millones de kilómetros de diámetro (la distancia que hay de la Tierra al Sol).

Evidentemente, los productos homeopáticos sólo contienen AGUA y un poco de azúcar o de esencias vegetales que le añaden después.

Veamos un ejemplo. Los homeópatas suelen recetar para la gripe un producto llamado Oscillococcinum. Su principio activo es el “extracto de hígado y corazón del pato de Berbería”, disuelto en una proporción tal que, para encontrar una molécula del principio activo, la mezcla debería tener una cantidad de moléculas mayor que el número de átomos que existen en el universo. O sea: agua sin nada más. Además, como principios inactivos, cada gramo de Oscillococcinum tiene… ¡0,85 gramos de sacarosa (azúcar común) y 0,15 gramos de lactosa (azúcar de la leche)! Sumad, sumad 0,85 y 0,15 y descubriréis qué venden los homeópatas.

3. Pero es que el agua tiene memoria. La homeopatía vende agua con azúcar, sí. No queda ningún rastro de la sustancia original. Pero los homeópatas sostienen que el agua tiene memoria y que recuerda esa sustancia.

Primero: nadie ha demostrado que el agua tenga ningún tipo de memoria. Eso es una ocurrencia. Segundo: si aceptamos que el agua tiene memoria, alguien debería explicar por qué sólo recuerda precisamente la supuesta sustancia curativa que nos interesa y no las sustancias químicas con las que ha estado en contacto alguna vez el agua en vejigas o en alcantarillas, o las radiaciones cósmicas que ha recibido…

4. Pues a mí me funciona. Suele ser una respuesta habitual. Vale. Yo ya no tengo nada más que decir. Una señora me contó que le suelen funcionar los rezos al Niño Jesús para conseguir que el Barça meta goles. Un día, cuando ganaban 2-1 al Villarreal con ciertos apuros, la señora rezó y entonces Messi marcó el 3-1. Tampoco en este caso tengo nada que decir.

Ahora llenaré la bañera de agua, le echaré una gota de café, lo agitaré todo muy bien, pegaré un sorbo y esta noche dormiré como un bendito.

*

Si queréis consultar algunas dudas frecuentes, en esta web las exponen con detalle: por qué la homeopatía parece funcionar con niños y con animales; por qué se vende en farmacias; si no tiene efectos secundarios, qué problema hay en tomarla… También explican el origen de la homeopatía, una historia que no tiene desperdicio.

*

Termino con dos vídeos: una escena en Urgencias homeopáticas (¡con dos cervezas homeopáticas bien fuertes!) y un suicidio homeopático.

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Cómo derribar el sistema

Este vídeo explica cómo hemos pasado de la burbuja inmobiliaria a la crisis. Vale, muy bien. Pero falta un elemento fundamental: la autocrítica. En el minuto 4:10 se ve cómo los bancos empezaron a conceder hipotecas a porrillo en condiciones muy ventajosas, en cómodas cuotas a 40 años y sin apenas pedir garantías. Luego, cuando la burbuja estalló, muchos no pudieron pagar las deudas y vino el cataclismo.

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El vídeo no dice ni mu sobre los ciudadanos que aceptaron entrar en el juego: ¿no tienen ninguna responsabilidad tantísimas personas que aceptaron meterse en enormes y larguísimos pufos? ¿Los bancos les pusieron una pistola en la sien o ellos mismos corrieron a firmar, encantados con el chalé, el coche y el crucero? Venga, venga, que ya sabemos que los banqueros y los políticos han sido unos irresponsables y unos jetas del quince, pero todo ese sistema de pufo piramidal no hubiera funcionado si millones de personas no hubieran participado con entusiasmo en semejante monopoly.

Lo repito: los islandeses hicieron muy bien organizando caceroladas contra los políticos y los banqueros que corrieron hacia el precipicio. Pero se tenían que haber dado unos cuantos cacerolazos también a sí mismos, por haberse sumado al endeudamiento, la especulación y el lujo compulsivo. Que había que ver Reikiavik unos meses antes del catacrock, tremenda disneylandia del derroche. Y aquí, antzeko parecido.

Me harta mucho la gente que gimotea para pedir que le rescaten de sus propias decisiones. ¿Sabéis un buen método para luchar contra el malvado sistema? No participar en él. Algunos lo hicieron. Haberlo pensado antes, majos.

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Wallraff tampoco les votaría

Ayer dio una conferencia en San Sebastián el periodista camaleónico Günter Wallraff, el autor de Cabeza de turco, que se camuflaba durante meses y hasta años con identidades falsas, se hacía pasar por emigrante turco o traficante de armas, y así destapaba las miserias de una sociedad alemana que se veía a sí misma como democrática, intachable, respetuosa de los derechos humanos, y que detrás de la cortina explotaba y humillaba a los más pobres y chapoteaba en corrupciones y chanchullos.

Wallraff  dijo que él vivió una infancia con miedo. Que siempre ha tenido miedo. Que aún hoy sufre pesadillas. Que de joven decidió luchar contra quienes extienden el temor, contra aquellos que se imponen por la fuerza, que aplastan a los demás, y que esa lucha contra el miedo ha sido la única manera para liberarse de su propio miedo.

Habló de sus convicciones -cristianas, humanistas, sociales- con mucha pasión, detalló sus peripecias juveniles, explicó algunas de sus investigaciones más famosas. Y al final también dijo unas palabras que vienen al pelo para hoy, para esta jornada de… ehmm… reflexión. Apuntes a vuelapluma:

«El bipartidismo es un peligro para la pluralidad y la democracia. Me gustan mucho la imaginación y la inteligencia que han demostrado las manifestaciones de estos días en España. Si no nos permitimos soñar, moriremos de apatía. Pero «estar en contra» no es suficiente. Hay que implicarse, hay que luchar, hay que construir. Los ciudadanos deben organizarse desde la base, con métodos de verdad democráticos y abiertos. No se trata de crear nuevos dogmas y cambiarlos por los antiguos sino de empeñarse en ser libres y seguir siempre abiertos, siempre dispuestos a aprender, a escuchar, a entender al otro.

Vivimos en sociedades cada vez más abiertas. Las democracias pueden cambiar muy rápido. En la región de Baden-Wurttemberg, después de sesenta años de gobiernos conservadores, acaban de ganar las elecciones… ¡los Verdes! Hace poco no podían ni soñar con algo así. Ahora el problema es que no tienen gente formada para gobernar, pero ya aprenderán.

Hay que estar atentos a los nuevos partidos, a los nuevos movimientos que aparecen, hay que participar. A los partidos que llevan toda la vida en el poder y que permiten la corrupción no se les puede seguir votando. Algunos están en política sólo para beneficiarse con sus negocios, es muy evidente, sólo les interesa el dinero. Han corrompido la palabra «política». No comprendo cómo nadie puede ir y darles su voto».

*

Mientras esperaba para entrar a la sala, me puse a contar el número de hombres y mujeres que hacían cola. Luego vinieron más, pero yo veía a 37 mujeres y 8 hombres. Así, por comentarlo.

Otro dato: yo era el segundo más joven y tengo 35 tacos.

*

Había unos cientos de jóvenes (no sé, ¿trescientos?) ayer a medianoche en la acampada de Donosti (en el Boulevard),  participando en grupos que escribían propuestas por temas (educación, vivienda, economía, igualdad…), había un puesto en el que repartían tortilla y pinchos de chorizo, había un mendigo aprovechando para cenar, había unos cuantos coches de ertzainas discretamente alejados, había abogados voluntarios ofreciendo sus números por si la policía ponía denuncias a quienes permanecieran reunidos tras la prohibición de la Junta Electoral, había una pareja de jubilados admirándose de la caligrafía de una chica que escribía en una cartulina propuestas sobre la deuda externa de los países pobres, había bastante más castellano que euskera, y había un pancartón en el quiosco para despistar: «Esto no es lo que parece. Estamos esperando a los fuegos».

*

Idatzi nuenean ez nekien Wallraff Donostiara etortzekoa zenik. Baina gaur bertan, kasualitatez, Gara egunkariaren Gaur8 gehigarrian argitaratu dut Walrraffen imitatzaile txarrei  buruzko artikulua: «Kazetari aktoreak«.

*

¿Alguien sabe para qué sirve una jornada de reflexión?

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A botar

Eresfea divulga esta información tan útil y siempre tan oculta: «Se considera voto en blanco, pero válido, el sobre que no contenga papeleta y, además, en las elecciones para el Senado, las papeletas que no contengan indicación a favor de ninguno de los candidatos». (Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General).

No, no voy a votar en blanco. Ni me voy a abstener. Ni voy a votar a la candidatura de Bob Esponja, y mira que me tienta (¡hay un equipo en Euskadi que vale un coj en el fondo del mar! ¡Bo-bes-pon-ja!). Pero tampoco voy a votar a ninguno de los tres partidos a los que he votado en mi vida.

Los carteles en euskera de cierto partido presentan a sus candidatos con semejante lema: «Hipócrita corregido». («Zuri zuzendua», ¡ay, la polisemia!). La han clavado con esta genialidad involuntaria, tan adecuada para describir a tantos y tantos candidatos del nefasto panorama político, y sus batallas tan burdas, tan populistas y tan hipócritas. He escuchado debates, he leído entrevistas, he visto extractos de mítines, y me ha parecido todo tan ramplón, tan aprovechado, tan irrespetuoso, he sentido tantas veces que me toman por tonto, que he pensado que no es suficiente votar en blanco.

Me alegraré si hay muchos votos en blanco. Pero lo que de verdad me gustaría es que hubiera mucha participación electoral -para que se vea que no es desgana, no es dejadez, no es pasotismo- y que crecieran mucho los partidos minúsculos, los irrelevantes, hasta los graciosos. Hay buena muestra, seguro que encontráis pronto a vuestro favorito, incluso el mismo domingo, en la misma cabina de las papeletas.

No soy demasiado iluso. Sé que la clase política no ha venido de Marte sino que ha salido de entre nosotros, sé que es el reflejo de lo que somos, de nuestras prioridades, de nuestros instintos. Sé que somos una sociedad de revolucionarios funcionarios y ecologistas hiperconsumistas, que queremos salvar el planeta pero no estamos dispuestos a renunciar a un solo centímetro de nuestra comodidad, que hoy exigimos que nos rescaten de las decisiones que nosotros mismos tomamos ayer. En fin: que casi todos participamos encantados en el sistema que criticamos. Bueno, no es verdad que nunca movamos un dedo por nada: movemos éste.

Pues eso: que los señores poderosos con sombrero y puro se reúnen en castillos para diseñar el malvado sistema, vale, sí, pero todo eso no les valdría de nada si no fuera por el entusiasmo con el que nosotros, el honrado pueblo, participamos en él. Aquí casi todo pichichi juega al monopoly. Conozco a poquitos, muy poquitos, que hayan construido su modo de vida al margen del sistema, pero de verdad, sin palabrería, con menos aspavientos que coherencia. Puedo nombrarlos. Los admiro. Y estos días me acuerdo mucho de Islandia, país que visitamos pocos meses antes del tremendo catacrock, y de cómo entonces la inmensa mayoría de los islandeses hoy indignados se había apuntado con entusiasmo a la especulación, el lujo compulsivo y el endeudamiento para tener dos casas, tres todoterrenos y una vuelta al mundo por cada familia. Hicieron bien en organizar caceroladas contra los políticos y los banqueros, pero también deberían haberse aporreado un poco sus propias cabezas con las cacerolas.

No soy un iluso, digo, porque sé que esta partitocracia podrida no es tanto el problema sino el síntoma. Y que la única opción para cambiar el sistema es que cambiemos nosotros mismos, algo que no parece demasiado fácil, la verdad.

Pero en fin, si al menos todo este jaleo, estas manifestaciones, estas acampadas y algunos resultados raros en las elecciones sirvieran para abrir algunos debates sobre la democracia real, pues oye, estupendo.

El primer paso sería sumarse este domingo al gran lema de aquel Partido del Karma Democrático: «El voto inútil, el voto como tú».

*

PD: No sé por qué se meten sólo con esos tres partidos, pero en fin: No les votes y tal.

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Inmigranteak fuck off / ongi etorri

Ayer pasé junto a esta valla y sigue exactamente igual que hace un año, cuando la fotografié y la traje al blog. Viene al pelo para todo lo que hemos estado hablando esta última semana, así que copio también el texto que escribí entonces.

«El debate sobre la emigración es muy complejo, tiene muchos rincones, no puede simplificarse. Vale. Pero al final, después de darle mil rodeos, siempre vuelvo a la casilla de salida: qué derecho tenemos los habitantes de la opulencia a cerrarles el paso a quienes vienen de la miseria, en nombre de qué razones les impedimos que tomen su parte del pastel. Sólo se me ocurren respuestas egoístas.

La emigración es un jaleo, claro, quién lo niega. El asunto es que no parecemos muy dispuestos a ceder un milímetro de nuestra comodidad para que otros puedan respirar. Preferimos levantar un muro de excusas alrededor de nuestra chiripa geográfica para no saber nada de esas personas raras a las que les ha tocado nacer en el lado chungo, para no pensar que nuestro nivelón de vida es cómplice de la injusticia».

(Hace un año también dejasteis comentarios y debates jugosos).

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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