Ander Izagirre

Axiomas para ciclistas

Hemos cruzado el Leitzaran, la Valdorba, las Bardenas, el Ebro hasta Zaragoza, el Campo de Belchite, el Bajo Martín, el Bajo Aragón y Matarraña, confirmando durante cinco días esta ley universal para los ciclistas:

Un nativo me ha comentado que ya hace falta mala suerte para bajar por el valle del Ebro «en la decena y media de días al año en que sopla el bochorno (sureste), con lo redondo que se pedalea empujado por el cierzo». Se me ocurría un remedio infalible: dar media vuelta y pedalear Ebro arriba hacia Tudela; en ese mismo instante habría empezado a soplar el habitual y poderoso cierzo desde el noroeste. También es un axioma del ciclismo: a la ida, viento de cara; a la vuelta, viento de frente.

Así se crean las deformaciones del viajero en bicicleta. Se encuentra con el castillo gótico de Valderrobres, Teruel, y piensa: por fin un tramo protegido del maldito viento en contra de los últimos cuatro días, qué alivio de cincuenta metros, viva el arzobispo, más grande lo tenía que haber mandau hacer.

 

La próxima semana descansaremos unos días. Aprovecharé para escribir aquí alguna historieta y para contaros el recorrido que hemos seguido desde Donostia hasta -ojalá- el Mediterráneo, primer bloque de este viaje que seguirá por Cerdeña -ojalá, ojalá-.

El gato Covid (tercera etapa: Bardenas-Boquiñeni)

En Villava, primera noche del viaje, nos acogió la hospitalidad beduina de Antonio, Esther, Juan, Fátima, Diego, Paloma y Estitxu.

En la segunda y tercera etapa cruzamos la Valdorba, Ujué, Carcastillo, las Bardenas, seguimos el Canal de Aragón –ya, esta es la pega del blog: salto mucho, porque las historias largas las dejaremos para el libro y porque da pereza ponerse a escribir al final de la jornada, dentro de la tienda de campaña, mientras tus compañeros de viaje roncan, cagan en el bosque o se bañan en el río, ah, qué vida de sacrificios-.

Terminamos la tercera etapa en Boquiñeni, donde el Ebro traza un amplio meandro que promete rincones para bañarse y plantar la tienda de campaña. Dudamos por las calles del pueblo y se nos acerca un hombre montado en una bicicletilla plegable GAC. Se  llama Luis. Nos explica cómo llegar al punto donde la orilla se despeja, en un pequeño tramo entre bosquetes de ribera, donde podremos bañarnos y acampar. En una caja de plástico, amarrada a una parrilla, lleva patatas, cebollas, una calabaza y dos tarrinas de comida para gatos.

-Cuando el confinamiento, solo dejaban salir de casa al huerto al que tuviera animales. Yo no tenía,  pero empecé a poner un hueso de pollo con algo de carne en la puerta de mi casa, para ver si se arrimaba un gato que andaba siempre por ahí. Fue viniendo, fue viniendo y ahora anda por mi casa cuando le da la gana. Lo agarraba, lo ponía en la cestica de la bici y me iba con él al huerto. Lo llamé Covid.

Ahora le compra tarrinas de paté para gatos.

-Esto es caviar para él.

Las patatas, las cebollas y la calabaza son para prepararles una tortilla de patatas a los nietos. Hace ochenta días que no los veía, hasta hoy.

-Viven aquí al lado, en Luceni, pero han sido muy estrictos con el confinamiento.

Como nos ve un poco achicharrados, tras los cien kilómetros de hoy por las Bardenas y el valle del Ebro bajo el sol, nos dice que esperemos un poco. Se va con la bici a casa, a cincuenta metros, y vuelve con dos botellas de agua helada. Y de paso, una bolsa con alberges de su huerto, sabrosísimos. Nos cuenta que en el pueblo hay un vasco “muy de la Reala”, que a veces va desde Boquiñeni hasta a Anoeta a ver partidos, nos desea buen viaje y se marcha a preparar la tortilla a los nietos y las tarrinas al gato Covid.

Salir del túnel treinta veces

Las caravanas persas empezaban sus viajes a última hora de la tarde, recorrían solo cinco o seis kilómetros y acampaban. Así, como suele suceder en la primera noche de los viajes, los despistados tenían margen para darse cuenta de que habían olvidado algo importante, volver a casa a recuperarlo y reunirse de nuevo con la caravana.

Sara y yo hemos empezado este viaje pedaleando de San Sebastián a Pamplona por el camino del viejo tren del Plazaola. No ha sido tan corto como la primera etapa de una caravana, pero nuestro destino era la casa de Antonio y Ester, donde aún podemos resolver cualquier despiste, y esta noche ha llegado en coche Josema, con el queso que le hemos entregado esta mañana para que lo trajera a Pamplona. Es que hemos cenado en un parque a orillas del Arga,  con Esther, Antonio, Nerea, Mikel, Dani, Josema, Bea y familias.

Ha sido un placer reencontrarnos con nuestros amigos navarros, ha sido un gusto cruzar por fin las mugas provinciales, ha sido una alegría pedalear el día entero al sol. Después de tantos meses de confinamiento, lo de ver la luz al final del túnel ha sido literal, treinta o cuarenta veces literal. El viejo trenecito del Plazaola atravesaba 66 túneles entre Andoain y Pamplona. Nosotros hoy hemos cruzado más de treinta, como este de la primera foto, el impresionante túnel de Uitzi, de 2,7 kilómetros, en cuyo interior se encuentra la divisoria cantábrica-mediterránea. Desde la boca sur vas subiendo suavemente dentro del túnel, hasta que en cierto punto empiezas a bajar hacia la boca norte. Las aguas que gotean hacia el sur, van al Mediterráneo; las que dan al norte, al Cantábrico.

Hoy hemos visto la luz al final del túnel, una y otra y otra vez. Este es uno de los peligros de las primeras etapas de los viajes: que vas buscándole significados al paisaje extraño. En los siguientes días ya esperamos cruzar paisajes crudos y pequeñas historias sin peligros por desprendimientos de metáforas.

Otros momenticos: Raúl y Guillem (11) nos han dado relevos desde Andoain hasta Leitza. Josu ha aparecido por sorpresa en Andoain y nos ha entregado un paquete misterioso; al abrirlo en Leitza hemos descubierto que  contenía bombas: dos de crema y dos de nata.

 

Salimos de viaje sin etiqueta

Zumba de nuevo la máquina cortapelos: nos vamos.

Después de varios meses de confinamiento, de techos bajos y horizontes clausurados -decir horizonte guipuzcoano es como decir hípica azteca o fonética del cine mudo-, este domingo 21 de junio, justo cuando el sol alcance su mayor altura aparente en el cielo, S. y yo saldremos de viaje en bici. Nos vamos, nos vamos.

Queremos cumplir al menos algunas partes del viaje que suspendimos por culpa del coronavirus.  A partir del 1 de abril, planeábamos recorrer toda Italia en bici, empezando por Cerdeña y Sicilia, pasando luego a Calabria, subiendo por la península hasta los Alpes. Teníamos ya el billete de barco para Cerdeña cuando llegaron las primeras noticias raras: Italia obliga a dejar metro y medio entre las personas. Nos reíamos: ¿podremos ir uno a rueda del otro? Luego nos reímos cada vez menos: Italia cierra las fronteras hasta el 3 de abril. Anda, ¿tendremos que retrasar nuestro viaje cuatro días?

Este domingo saldremos en bici desde Donostia (“me gusta empezar los viajes en la puerta de mi casa”), iremos pedaleando hacia el Mediterráneo, luego queremos pasar a Cerdeña y seguir deambulando verano adelante.

Así que zumba la máquina cortapelos: toca raparse el cráneo, como en las vísperas de todos los viajes.

Me gusta ese rito, porque es como quitarse el polvo acumulado en la cabeza, como podarse las inercias, perezas y dudas que crecen en el cerebro durante el sedentarismo. Y me pone un poco nervioso, porque lo asocio con los preparativos de última hora, con la impedimenta desparramada por el suelo –las alforjas, la tienda, el saco de dormir, la ropa, el cuaderno, la cámara de fotos-. Cuando zumba la maquinilla, ya casi me siento libre. Y eso me pone contento y temblón.

Nos vamos ligeros.

Llevamos muy poca ropa y, para aligerarla, cortamos hasta las etiquetas de los calzoncillos y las camisetas.  Pasad, acompañadnos, poneos cómodos: es un viaje sin etiqueta.

Errepide galduak: 1. atala

‘Errepide galduak’ saioa aurkezten hasi naiz ETB1en. Hemen duzue lehen atala, osorik.

Frontera (era, era)

He encontrado un mojón fronterizo del Gran Ducado de Toscana, hincado en el año 1828 en el monte Braiola, a 1.821 metros de altitud.

Qué alegría: los países caducan.

Cuando las ciclistas cambiaron de marcha

En 1910, el Tour de Francia dio cinco monedas de oro al primero en subir el Tourmalet sin bajarse de la bici. Pero había un precedente: ocho años antes, la ciclista Marthe Hesse ya lo había conseguido con una bici con cambio de marchas, ese invento «adecuado para inválidos y mujeres».

He publicado este reportaje en Pikara Magazine sobre las ciclistas que pedalearon entre el desprecio, la indiferencia y la burla: «Cuando las ciclistas cambiaron de marcha«.

Entre otros muchos motivos, porque hemos dedicado más tiempo a los debates sobre las azafatas de los podios que a las propias corredoras.

La décima de ‘Plomo’

Empieza el Tour y llega la décima edición de ‘Plomo en los bolsillos‘ (Libros del K.O.). Diez ediciones, como las diez etapas que ganó Henri Pélissier, el ciclista que mandó a los organizadores a freír espárragos, tiró la bici, se metió en una cafetería y denunció las torturas del reglamento. Prohibida la asistencia mecánica, prohibido recibir comida o bebida, prohibido cambiarse de ropa durante la carrera. Diarreas, temblores, cloroformo para el dolor de rodillas, cocaína para los ojos. «Pronto nos colocarán plomo en los bolsillos, alegando que Dios hizo al hombre demasiado ligero».

Potosí, 2018

En marzo volví a Bolivia para encontrarme de nuevo con Alicia y otros protagonistas del libro ‘Potosí’ (Libros del K.O.).  Tras la visita, escribí las novedades de sus vidas en un epílogo que ahora publica la revista 5w.

Empieza así:

«Alicia tiene ya 22 años. Frente a la catedral de Potosí, para un taxi.

—Vamos al Alto San Marcos.

—¿Qué parte?

—Un poco más arriba. Del Alto San Marcos hacia arriba, donde hay unas viviendas nuevas.

El taxista dice que no y se marcha.

Alicia lo intenta con otro y otro y otro. Solo el quinto, un taxista muy joven, acepta llevarnos. Dice que no conoce la zona, pero que se la indiquemos. Nos subimos al coche: Alicia, su bebé Emma, que ayer cumplió un año, y yo.

Alicia llevaba a su niña atada en un aguayo a la espalda. La ha desenvuelto para entrar al taxi y ahora la sostiene en brazos: una niña a la que todo le parece interesantísimo, que no para de bracear en el aire, de girarse y de reírse, con una cara regordeta y dos ojazos como dos ciruelas negras. Alicia la mira divertida, como si todavía estuviera asombrada con la idea de una hija. Cuando la he visto por primera vez, Alicia me ha parecido una madre joven –el cuerpo más ancho, el aplomo en los movimientos para cargar y descargar al bebé, un aire de responsabilidad adulta—; ahora la veo jugar con Emma y le afloran los rasgos que yo recordaba, los ojos almendrados, la sonrisa tímida, una cierta inseguridad infantil. Pero no del todo, ya nunca será así del todo. Una mano de sombra le cubre a ratos el rostro. Incluso cuando sonríe, queda patente que el tiempo del Cerro Rico marca los cuerpos con más violencia que el tiempo de otros sitios: le faltan dos dientes y le pusieron unas fundas metálicas brillantes».

Sigue aquí.

Una noche en la cresta

En su viaje con una burra, Stevenson dejó caer monedas en el sendero para pagar una noche al aire libre que le maravilló. Nosotros hemos dormido en esta repisa a 2.087 metros, en la cresta volcánica de La Palma, tras ver cómo los vientos alisios metían el mar de nubes en la Caldera de Taburiente. ¡Clinc, clinc, clinc!

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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