De Zaragoza hacia Belchite: el papel de la prensa

Salimos de Zaragoza con 35 grados a la sombra y pedaleamos hacia el sur por una estepa abrasada, donde los lagartos iban con cantimplora. La carretera se colaba por una rendija entre colinas áridas y subía suave, muy suave, cada vez entre más matorrales, incluso ya algunos pinos, hacia las alturas modestas de Valmadrid. Desde el Ebro ascendía una ola de aire caluroso como si todos los zaragozanos hubieran abierto las puertas de sus hornos a la vez, se iban elevando unas nubes cada vez más hinchadas, se iba adensando un cielo violeta cada vez más negro, veteado de relámpagos. Justo cuando paramos a coger agua en la fuente de Valmadrid retumbaron truenos, sopló un vendaval, cayeron las primeras gotas gordas como uvas, el cielo se rajó de lado a lado y nos cayó una tromba de agua. Nos pilló justo en el único refugio en treinta kilómetros de carretera solitaria. Vimos una caseta con el rótulo «Báscula municipal», entramos corriendo y nos encontramos con Karen, la chica encargada de pesar los remolques de trigo y cebada que iban trayendo los tractores en pleno diluvio.

Al rato llegó Fernando con 10.160 kilos de cebada, un purito medio masticado colgando de los labios y cara de resignación.

-Esta la he librado, pero mañana fiesta, y al otro y al otro me parece que también.

No seguirá cosechando hasta que se seque la tierra.

-Y a ver cómo ha quedado todo, que hasta piedra ha caído.

Los viajeros ciclistas somos más suertudos, despreocupados y ligeros que los agricultores. Esperamos veinte minutos y ya salimos de nuevo a la carretera aunque todavía chispeara, aunque soplara un ventarrón vuelcaburros. Es el primer viaje en el que no llevamos un libro, para aligerar el peso de las alforjas, y decidimos ir comprando los periódicos locales en cada etapa porque son todo ventajas: nos dan lectura, de noche nos sirven como otra capa aislante bajo el saco, podemos hacer bolas de papel para meterlas en las zapatillas mojadas y absorber la humedad, al día siguiente los tiramos y seguimos ligeros, nos enteramos de las siempre asombrosas noticias locales -en los periódicos descubrimos que vivimos muy cerca unos de otros pero en universos tan distintos-, y hoy, bajando de Valmadrid a Belchite bajo una lluvia fina, nos ponemos entre el pecho y el maillot unas páginas del Heraldo de Aragón, avanzamos secos y damos vivas a la prensa escrita.

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2 Comentarios Dejar comentario

  1. Habría que comprobar si la capacidad aislante del periódico tiene que ver con su línea editorial o es simple cuestión del gramaje del papel

    • Ander #

      Bien visto. Lo iré probando. Por ahora se me ocurre que la grapa del ABC lo convierte en un diario poco conveniente para ciertas higienes delicadas.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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