El peaje

De Tenorio, don Juan solo tenía el nombre, porque su voz era grave y nasal, como cuando un conductor pisa el acelerador sin haber metido la marcha. Nada seductora, la verdad. En clase competíamos por ver quién le imitaba mejor y a mí no se me daba mal. Contaba con el asesoramiento de mis hermanos mayores a quienes ya había dado clase. Explicaban que para marcar la diferencia con tu imitación tenías que frotarte la nariz de arriba abajo, al mismo tiempo que proyectabas la voz.

 

Imitaciones aparte, los mayores contaban que era un tipo enigmático. Impartía filosofía y era encargado de curso en 3º de BUP. Decían que cuando vigilaba un examen tenía la capacidad de hacer que todos los alumnos pensaran que les estaba mirando a cada uno individualmente. Así era imposible copiar. Con lo enrevesados que eran aquellos silogismos: “Si llueve la calle está mojada, pero si la calle está mojada no necesariamente ha llovido…”, o “si y solo si soy hombre soy racional”.

 

De hecho, en la primera evaluación debí hacerme un lío y no hice un buen examen. Un día, antes de que se comunicaran oficialmente las notas, me llamó a su despacho. No era mi tutor con lo que no era normal que me sacará de clase para hablar. Empecé a repasar mi comportamiento de los últimos días por si me hubiera saltado alguna norma, pero no identifiqué nada fuera de lo normal, salvo algún “balonazo” o alguna que otra incursión en el recreo del mediodía al “Txolo Etxea”, el bar que lindaba con la parte de atrás del colegio, donde tenían lugar algunos rituales de iniciación a la vida adulta. Todas esas transgresiones eran colectivas con lo que pedirme responsabilidades de manera individual no parecía tener lógica. Empecé a temer aquella cita. Llamé a la puerta y me hizo entrar, era un despacho con dos puestos de trabajo y había otro profesor en la mesa más próxima al ventanal. Con su voz nasal, don Juan se dirigió a mí:

 

– Bueeeeeeno, Álvaro ¿qué tal estaaaaaás?

A lo que respondí con apenas un balbuceo. Él en cambio continuó:

 

– He corregiiiiido tu examen y no estaaaaá bien.

Vaya, pensé, lo que me faltaba, suspender la asignatura del encargado de curso era como tirar la primera pieza de un serpentín, aquello podía ser el comienzo de la ruina total.

 

– Pero he peeeeensado lo siguiente -dijo- Si y sólo si tú te compromeeeeeetes a sacar como mínimo un notaaaaable en la próxima evaluación, yoooo me compromeeeeto a aprobarte en eeeeesta.

 

El cielo se abrió para mí. No me lo creía, aunque mis hermanos mayores me habían dicho que aquel tipo era magnánimo.

 

– Me parece buena idea -respondí, al mismo tiempo que hacía ademán de darme la vuelta para abandonar cuanto antes aquel potro de suplicio.

 

Pero aquello no iba a terminar tan fácilmente, estaba condenado a pagar un pequeño peaje.

 

– Por cieeeeeerto – dijo don Juan.

 

En ese momento me volví a la vez que un gran temor invadía mi cuerpo…

 

– Me han dicho que me imitas muuuuuuuy bien. ¿Te importaría demostraaaármelo?

 

En ese momento no se me ocurrió otra cosa que frotarme la nariz, al mismo tiempo que decía:

 

– Maldiiiiitaaa seeeeaaaa.