El colgante de Drake

Tengo un amigo, profesor apasionado, con el que tengo la suerte de hablar a menudo acerca de los mejores modos de enseñar. Ya se imaginan, esa vieja mezcla de ingenuidad y pasión que en ocasiones nos invade haciendo que olvidemos los muros que nosotros mismos nos hemos impuesto. Ese antídoto que apenas rasga las cortinas que tejemos para inutilizar las capacidades humanas y vivir así al albur de los intereses de quienes manejan las modas, las tendencias y otras tantas cosas.

Pues bien, en una de esas conversaciones, me contaba que algunos de sus mejores alumnos no habían visitado la exposición del Hermitage en el Museo del Prado. Pero él no se quejaba de eso sino de que para hacerles más atractiva una posible visita les había hablado del colgante de Sir Francis Drake que se expone allí. Perplejo, pudo comprobar que ninguno de sus interlocutores había oído hablar antes de aquel personaje.

No sin cierta desazón, mi amigo me contaba que aquello le había servido al menos para alimentar la curiosidad de sus alumnos quienes al termino de la conversación prometieron visitar la exposición. La de los alumnos y la mía que todavía no la había visitado. Y esa misma tarde me acerqué al Prado. Allí estaba el dichoso colgante del corsario inglés (un suspiro de amanecer encerrado en cuarzo). En aquel momento fui consciente de la fuerza que tienen las historias bien contadas (el famoso storytelling), incluso como un modo de enseñar frente a los métodos puramente racionales que plagan los planes de estudio.

A lo largo de mi visita tomé algunas notas sobre obras o detalles que llamaron mi atención: Me sorprendió que en la explicación del cuadro de Benjamin Patersson, «La calle de Sandovaia con la catedral de San Nicolás y el mercado», no se dijera nada de la silueta de un caballo que surca los cielos almidonados de San Petersburgo. Aprendí los nombres de algunas piedras preciosas que desconocía como el jaspe, el pórfido y la rodomita. Leí que el Museo ruso alberga la biblioteca de Voltaire.

Me entraron ganas de saber más acerca del Barón francés Pierre Crozat, cuya colección fue comprada por Catalina la Grande; de leer a Sófocles para comprobar  si Odiseo y Neoptólemo lograron por fin llevar a Troya a Filoctetes a pesar de la picadura de la serpiente.  Quién era exactamente santa Justina, la patrona de Padua; o por qué uno de los protagonistas de «El almuerzo» de Velázquez alza el dedo pulgar como si fuera un candidato a la presidencia de los Estados Unidos.

Me pregunté qué sentiría el artista al ser abrazado por el zar tras terminar su busto. ¿El abrazo de un dios? ¿Y la «Magdalena penitente»? ¿Y la «Primavera eterna» de Rodin? ¿Por qué se empeñan en que «El niño con fusta», de Renoir, es un niño, si lleva pelo y ropas de niña? o si puede ser verdad que Matisse vistiera un pijama a rayas azules y blancas como cualquier persona normal.

Por la noche llegué a casa y le conté a mi hijo Jorge, de siete años, que había visto el colgante de Drake y se le iluminó la cara. Al cabo de un rato, se acercó mi hija Isabel, de nueve años, y me preguntó si era verdad lo que le había contado Jorge de que podíamos ir a ver el colgante de un pirata inglés…

2 comments for “El colgante de Drake

  1. 1 febrero, 2012 at 11:01

    Enseñar contando historias. El colgante de Drake – http://t.co/WXZGJ6bL

  2. 2 febrero, 2012 at 13:12

    El colgante de Drake http://t.co/p11HVkVU

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