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Destino: Bogotá (gracias al relatweet)

Foto de NapaneeGal
Foto de NapaneeGal

En poco más de una semana, Dios mediante, viajaré a Bogotá para participar en el VI Congreso Internacional de Minificción, organizado por las universidades Javeriana, Nacional, de Los Andes y Pedagógica Nacional de Colombia.

La idea es hablar de la experiencia del relatweet, aquel relato que escribimos entre todos utilizando la red social Twitter. La invitación al Congreso me llegó, como no podía ser de otra forma, a través de Twitter. Será muy interesante contar cosas  de un proyecto que surgió de tan espontáneamente y en el que participó tanta gente. Allí estaréis muy presentes todos los «relatuiteros». Os mantendré informados a través de este blog.

Las chanclas

Bunjaer Larkin se fue a pasar la tarde en la playa. Se quitó las chanclas, se sentó sobre la arena, muy cerquita de la orilla, y allí se quedó, pasmado, mientras el sol caía poco a poco sobre la línea del horizonte y sus rayos agonizantes reverberaban en las olas.

Pensaba en cosas brillantes que sólo a él se le ocurrían, como por ejemplo que el Sol, cuando se oculta, no es que se vaya a la cama a descansar, sino que empieza un nuevo turno de trabajo, en otra parte del mundo. «El Sol es el trabajador más ardoroso del mundo, el que más suda para ganar el pan y el peor pagado. Cómo debe quemar eso», pensaba, a la vez que introducía la palma de la mano derecha en la arena y excavaba pequeños hoyuelos.

El Sol ya apenas se veía. Sólo unos trazos rojos que se iban hundiendo bajo la superficie del agua. Larkin estaba cubierto de la arenilla que se caía de su mano cuando hacía los hoyuelos. Y se hartó de estar en la playa. Se levantó. Arrojó sus chanclas al agua muy cerquita de la orilla para limpiarlas y poder irse a casa. Las chanclas flotaban como barquitos. Se inclinó para recogerlas, pero se desplazaron unos centímetros y tuvo que dar un pasito para poder recogerlas, pero de nuevo, se volvieron a alejar otro centímetro. Larkin se rió socarronamente de la osadía de sus chanclas, e intentó una vez más agarrarlas, con el mismo resultado. Lo que parecía un juego al principio, empezó a desquiciar a Larkin, que no lograba recuperar sus chanclas y cada vez se alejaban más y más de la orilla. Cuando se giró hacia atrás para situarse con respecto a la playa, ya no se veía tierra por ningún lado. Estaba en medio del océano, a oscuras, perdido, a un centímetro de sus chanclas.

Sacando petróleo

FOTO DE ROGER MELB
FOTO DE ROGER MELB

M. tenía verdadera afición por hurgarse la nariz. Su abuelo siempre se lo recriminaba. «Deja de meterte el dedo en la nariz, niño… que parece que estás sacando petróleo». Y M. seguía erre que erre perforando en sus fosas nasales. Un día perforó con tanta enjundia que empezó a brotar un líquido negro de su orificio nasal derecho. Lo que empezó como un chorrito se desbordó en cuestión de segundos, y ya era un caudaloso torrente incontenible. El abuelo, horrorizado, gritaba mientras se tiraba de los pelos: «Mira que te lo dije, mira que te lo advertí, petróleo está saliendo, petróleo». M. no sabía cómo reaccionar. Acudió a las páginas amarillas, que se tornaron rápidamente en páginas negras, teñidas por el flujo de crudo que cada vez emergía con más fuerza. Llamó a una compañía petrolera para que le ayudara a resolver el problema. Enseguida se presentaron cuatro ingenieros con cascos amarillos que inspeccionaron la nariz de M. Sin mediar palabra, sacaron un montón de tubos de metal, tornillos y herramientas y montaron una plataforma como de Mecano en torno a la nariz de M. Era un armatoste de cinco metros de alto y diez de ancho. «Ahora tendrás que vivir con esta plataforma, no te la puedes quitar ni para ir al baño», le dijeron los ingenieros. También llegó un grupo de petroquímicos para analizar la calidad del crudo de la nariz de M. Concluyeron que era demasiado sulfuroso y que costaría mucho refinarlo. Así que le pidieron a M. que leyera muchos manuales de urbanidad y buenas maneras para que se refinara mucho y así poder utilizar el petróleo para hacer muchas cosas: tejidos, gasolina, pegamento y colas industriales, y hamburguesas con queso.  M. fue obediente y se leyó muchos tratados de educación. Su petróleo se refinó tanto que empezó a ser codiciado en el mercado internacional. Lo llamaron de la OPEP y lo hicieron miembro de honor. Iba todos los meses a Viena a las reuniones del grupo y se comía varios croissants, que pagaba con barriles de crudo. M., en el fondo de su nariz, estaba muy contento y no dejaba de pensar: «Esto sí que es sacar petróleo«.

La playa nudista

Siempre había tenido curiosidad por ver una playa nudista. Así que se subió al coche y recorrió 200 kilómetros hasta la costa. Siguió las instrucciones que tenía anotadas en la parte de atrás de un mapa amarillento y llegó al lugar. Había un cartel pequeño con letras grandes: Playa Nudista.

Avanzó unos cuantos metros hasta que pisó la arena. Estaba llena. Había nudos de todo tipo. Desde los elegantes nudos de corbata, hasta los musculosos nudos gordianos, pasando por nudos marineros, nudos ciegos y hasta nudos de garganta. Varios nudópatas estaban jugando a la soka-tira, y otros navegaban en un velero muy cerca de la orilla a varios nudos por hora. Pero los que más llamaban la atención eran los cojo nudos, los más divertidos y amenos. Entonces…

NOTA: Este relato no tiene desenlace, sólo nudo.