Archivos por etiqueta: Mox

Sweet Caron-line

Muchos de nuestros viernes terminaban en el Bucket Shop, muertos de hambre después de largas horas en la redacción. Nos acodábamos en una mesa estratégica para dominar el panorama y pedíamos la carta. Una rutina intrascendente, porque siempre cenábamos lo mismo: alitas de pollo picantes y hamburguesa con patatas fritas o aros de cebolla.

Era un rincón oscuro, encajonado, con una mesa de madera recia, quizás excesivamente barnizada, y unos asientos acolchados color granate que parecían desinflarse cuando nos dejábamos caer sobre ellos. Algunas noches, el ambiente del bar parecía sacado de un cuadro de Toulousse-Lautrec. Otras, más bien se asemejaba a los vomitorios de un estadio de fútbol americano. Pero siempre era un ecosistema impredecible, y del que nos protegíamos parapetados en nuestro rincón. Por allí sobrevolaban rapaces de diversa calaña. Nosotros los observábamos a todos mientras íbamos royendo los huesos de las alas de pollo hasta dejarlos mondos y lirondos.

La conversación siempre era animada, y las horas pasaban sin darnos cuenta, esfumándose entre las rendijas de la puerta que teníamos a lado. Cuando ya habíamos saciado el hambre, Mox cumplía maquinalmente con un rito. Llamaba la atención del camarero y le pedía «la bebida con más alcohol y más barata» que tuvieran. Enseguida le traían su «destornillador«, le daba un sorbo impaciente y se levantaba con apremio hacia el «jukebox». Se quedaba mirando fijamente las portadas de los discos, introducía una moneda de 25 centavos y siempre seleccionaba la misma canción: «Sweet Caroline«, de Neil Diamond.

La atmósfera del bar cambiaba y Mox tomaba la pista por asalto. Eran unos minutos escasos de magia en los que todo se congelaba y, después de comer tanto pollo, la piel se nos ponía de gallina. Terminaba la canción, y todo recuperaba la normalidad. Las conversaciones continuaban como si no hubiera pasado nada, las camareras seguían repartiendo bebidas, las rapaces volvían al acecho de sus presas y nosotros recuperábamos nuestro anonimato en el oscuro rincón.

Hoy volví al Bucket Shop después de mucho tiempo. Era pleno día y la luz cambiaba radicalmente el aspecto del local. Al salir, me percaté de que nuestro viejo «jukebox» había sido reemplazado por una sofisticada máquina, conectada a Internet (en la foto). La miré con nostalgia, la fotografié y me puse a pensar cómo sonaría ahora «Sweet Caron-line».