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Los mejores libros para leer en la cárcel

(Foto de Tim Pierce)

Leo a través del Huffington Post una entrada del blog de Juan Cole, Informed Comment, sobre la biblioteca del centro de detención de Guantánamo. Lo primero que me llama la atención es el gran fondo con que cuenta: 13.500 libros para 229 reclusos. Y lo segundo, que los tres más solicitados sean:

1. Las novelas de Harry Potter.

2. El Quijote.

3. Dreams of my Father, de Barack Obama.

¿Por qué esos tres? Me da que pensar. Mi intuición es que con el cambio de gobierno en Estados Unidos, Obama envió 13.492 copias de su libro a Guantánamo para cerciorarse que todos los presos se lo leían. Los siete libros de Harry Potter son para que los presos sigan soñando. Y el Quijote, para que se acuerden de Cervantes y lo que tuvo que sufrir preso en Argel durante cinco años sin biblioteca alguna, y así vean lo misericordiosos que son en Guantánamo.

Aprovecho y os lanzo la pregunta.Si tuviérais que ir a la cárcel, ¿qué tres libros os llevaríais?

Los buenos escritores siempre mueren

Foto de Eric Perrone
Foto de Eric Perrone

Acaba de llegar Miguel Angel de pasar las fiestas en España. Le pregunto lo de siempre:

– ¿Qué libros y DVDs has traído para prestarme?

Me habla de «Los girasoles ciegos«, de Alberto Méndez.

– Me ha encantado, de lo mejor que he leído. El autor ya murió, hace como cuatro años, me dice.

Me quedo pensativo.

– ¿Y algún otro libro que me ofrezcas?, pregunto.

– Ahora allí está muy de moda un tal Stieg Larsson, un sueco que escribió una trilogia que se llama «Millennium«. Está agotado en todas partes. Buenísimo. El autor murió hace unos cuatro años.

Vuelvo a quedarme pensativo y concluyo que los buenos escritores siempre mueren. Por eso no quiero ser buen escritor.

Tras los pasos de Mrozek

Salí a la calle decidido a comprar todos los libros de Sławomir Mrożek que pudiera encontrar. Pero primero tenía que encontrar la librería. Enfilé la calle Miguel Hidalgo y Costilla y empecé a caminar por una acera interminable y carcomida, esquivando todo un repertorio de boquetes, surcos y socavones. Una mujer salía de un coche. La abordé.

– ¿Dónde está Ghandi?

– Ufff, muerto y en la India.

– No, señora, me refiero a la librería, la librería Gandhi.

– Ahh, la librería. Pues está diez o doce cuadras hacia allá. ¿Sabes lo que son cuadras, no?

– Sí, donde están los caballos.

– Muy bien.

– Muchas gracias.

– Que Dios te bendiga.

Seguí caminando, arrastrando los pies abúlicamente bajo el ardiente sol regiomontano. A ambos lados de la calle se sucedían carteles que anunciaban consultas médicas: Traumatología, Reumatología, Dermatología, Resonancias Magnéticas, Oftalmología… Fue un paseo quirúrgico e intravenoso. Finalmente llegué al cruce de Venustiano Carranza y avisté la librería. Subí las escaleras hasta el piso de arriba y me abalancé sobre la estantería de Literatura Universal. Recorrí con los dedos cada una de las repisas hasta hacer contacto visual con Mrozek, el autor que más ha influido en mi vida sin haber leído ninguno de sus escritos, una influencia subrepticia, infusa, confusa y profusa.

– Hola Mrozek, dicen que escribo como tú.

– Sí, escribes como yo, me respondió Mrozek oculto tras «La Mosca» (La mosca, a su vez, estaba oculta tras la oreja).

– ¿Me recomiendas alguno de tus libros?

– Pues no hombre, cómprate mejor «Cronopios y famas» de Cortázar, o una botella de «Mirinda«.

Entonces escuché la voz de Peter, susurrándome desde la contraportada de «La Mosca»:

– Llévate todos, no seas tonto.

Cogí atolondradamente los cuatro Mrozeks que había: «La Mosca«, «Dos cartas«, «El árbol» y «Huida hacia el sur«. Puse los ejemplares sobre mis antebrazos, arqueados en forma de cuchara, y los llevé hasta la caja. Pagué, y huí hacia el norte.