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¿A dónde van los helados cuando se mueren?

Vía OddityCentral

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Una de las empresas de alimentación más creativas que conozco es Ben&Jerry’s, una fabricante de helados fundada en Vermont, Estados Unidos, en 1978. Sus gurús heladeros sacan nuevos sabores todos los años (incluso tú mismo puedes sugerirlos), muchas veces en respuesta a fenómenos sociales, lo que los convierte practicamente en «editoriales comestibles».

Por ejemplo, en 2007 lanzaron el AmeriCone Dream, un helado de vainilla con trozos de barquillo, chocolate y caramelo inspirado en el comediante Stephen Colbert. Los ingresos por ventas, Colbert los destina a su fundación para los más desfavorecidos. O su icónico Cherry García, un helado de cereza con trozos de fruta y chocolate en homenaje al famoso guitarrista Jerry Garcia.

Pero con la misma creatividad con que Ben&Jerry’s concibe sus helados y los comercializa, también los deja de producir cuando no logran atraer el paladar de sus devotos seguidores. Y entonces, les da cristiana sepultura en un cementerio creado con ese fin. En este camposanto del helado yacen 200 sabores que fracasaron. Aunque la muerte en Ben&Jerry’s no es irremediable, y alguno de estos sabores podrían resucitar si suficiente gente los reclama en el sitio de la empresa en Internet.

(Vía OddityCentral)

Originar es el problema

Las ideas originales se están terminando. De seguir el ritmo actual de consumo, las reservas mundiales de ideas quedarán esquilmadas en los próximos veinte años. Y entonces tendremos un serio problema. Hace unos siglos casi todo estaba por inventar. Era un placer levantarse cada mañana y tener ideas originales a diario. Casi sin pensarlo, a uno se le ocurría de todo. Incluso podía reinventarse la rueda y creerse original porque no había forma de verificar lo contrario. Hoy día esto es imposible. Cuando se te ocurre algo que parece original, no hay más que ir a Google para constatar que tu misma brillante idea se le ocurrió a doscientas personas más.

Hace varios meses, comentaba posts en blogs bajo el pseudónimo de Tirnagoescha, una palabra que descubrí leyendo a Alvaro Cunqueiro. Entonces no se encontraba nada en Google bajo ese nombre. Era algo original. Ya no. La busco en Google y me salen varios resultados. Ya es una palabra de uso común, manida, incluso vulgar. Hasta en los villorios más remotos, los ancianos hablan con familiaridad de «Tirnagoescha» en las tertulias de los cafés, y muchas madres bautizan a sus hijos con ese nombre. “Tirnagoescha haz la cama”, “Tirnagoescha, lávate los dientes”. Se perdió el encanto de Tirnagoescha, que antes era “la tierra de los pájaros sonrientes”.

Así que si tienes una idea original de verdad, no se la digas a nadie, guárdala en una caja de caudales y entiérrala porque si no te la van a profanar todos y dejará de ser original. Es la paradoja de la idea original, que descubrió Orígenes.

Esta escasez de creatividad tiene su lado positivo, y es que beneficia a los principales productores mundiales de ideas originales, como Vanuatu, Tuvalu, Surinam y Papúa Nueva Guinea, que ahora las pueden vender muchas caras. Si hace siglos una idea original se cotizaba en 20 sestercios, hoy se pueden llegar a pagar cantidades astronómicas, como 50.000 dólares venusianos. Este comercio de ideas ha levantado las economías de estos países tan modestos, que antes lo pasaban muy mal para llegar a fin de mes. De hecho, este post es importado de Surinam.