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El 11-S y las generaciones futuras

El sábado se cumplieron nueve años de los atentados del 11 de septiembre, un acontecimiento que cambió el mundo y marcó de forma indeleble a un país. Lo que ocurrió aquel día es ya parte de la historia de Estados Unidos y como tal se explica en los colegios, empezando por los más pequeños.

Catita, que acaba de cumplir 6, me contaba el viernes lo que le habían enseñado en clase. Me habló del «11 de septiembre» como el día «en que empezó la guerra» y me mostró una tarea en la que resumía, a su modo, lo que les había dicho la profesora.

«Querido Dios», empezaba el texto.

«Hoy aprendimos sobre las torres gemelas que se estrellaron porque los aviones fueron capturados por los tipos malos y hubo un incendio el 11 de septiembre».

Y luego me contó que otro de los aviones se estrelló en Pensilvania, «donde vive mi amiga Grace, ¡qué horror! Pobre Grace».

Supongo que conforme vaya creciendo, el relato irá perfeccionándose, se agregarán detalles e irá perdiendo esa ingenuidad propia de una clase de primero de primaria, y entonces le contaré cómo aquel día su padre le informaba al mundo del peor atentado terrorista de la historia.

Del matrimonio a la vejez

Seventh Seal - Ingmar Bergman

Los diálogos entre Catita y Olivia en el coche camino al colegio son un compendio de filosofía infantil. Recojo un par de conversaciones que capturé en día recientes.

Olivia: Quiero tener un diario.

Catita: ¿Qué es un diario?

Olivia: Un libro en el que escribes, pero sólo las niñas. Los niños no pueden escribir diarios.

Y otro diálogo un poco más profundo.

Olivia: Extraño mucho a mi abuelo, que está en el Cielo.

Catita: ¿Tienes muchas ganas de verlo?

Olivia: Sí.

Catita: Pues para eso, primero te tienes que hacer vieja.

Olivia: ¿?

Catita: Y para hacerte vieja, primero te tienes que casar, y luego tener hijos. Y entonces te haces vieja y te mueres, y así vas al Cielo y puedes ver a tu abuelo.

¿Sirve de algo lo que aprendiste en el colegio?

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Hoy pensaba en tantos conocimientos que he ido acumulando a lo largo de los años y que están olvidados en alguna estantería polvorienta del cerebro. Muchas lecciones aprendidas en el colegio que no he utilizado en mi vida.

Por ejemplo, reflexionaba sobre la palabra «decámetro», que memoricé con el sistema métrico decimal en la asignatura de Matemáticas. Jamás utilicé un decámetro, y sin embargo, ahí está, ocupando disco duro. O las discontinuidades de Repetti y Mohorovicié, que estudié en Ciencias Naturales y de las que nunca he podido constatar siquiera su existencia. O la Liga de Esmalcalda, un grumo de una clase de Historia que se quedó adherido a mi hipotálamo pero que hasta ahora ha sido inservible. O los pies ambulacrales de los equinodermos. ¿Para qué aprendí esos nombres tan estrafalarios que nunca se usan? Y ni qué hablar de los serventesios y las cuadernas vías.

En fin, un montón de detrito intelectual sedimentado en mi cerebro y protegido por las meninges, las tres hermanas: duramadre, piamadre y aracnoides. Por cierto, eso también lo aprendí en el colegio y no lo había utilizado hasta ahora… como las demás palabras en este post y que, ahora caigo en la cuenta, llevaban años esperando este día.

La vaca que se convirtió en baca

Una de las primeras lecciones de ortografía que aprendí en el colegio fue la diferencia entre «vaca» y «baca». La profesora repetía machaconamente que «vaca» con «uve» era el animal y que «baca» con «be» era lo que se ponía encima de los coches. Pero después de ver esto, ya no estoy tan seguro de entender la diferencia.