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Estampas de Tenochtitlán: Chicle y pega

Salí de «Los Danzantes«, en el barrio de Coyoacán, con prisas porque estaba lloviendo y llegaba tarde a una cita. Después de zampar un copioso almuerzo, estoqueado con un churro relleno de rompope, que se deslizó con dificultad esófago abajo, apuré la carrera sobre la acera deslizante.

A punto estuve de irme de bruces contra el árbol de la foto, un tronco tapizado de chicles mascados al que pude haberme quedado adherido, indefenso como una mosca. Ante semejante imagen, entendí como nunca la expresión mexicana «chicle y pega», que significa que, si hay suerte, podrá lograrse aquello que se quiere. En este caso, el chicle, por suerte, no pegó.

Estampas de Tenochtitlán: Avenida Constituyentes

La avenida Constituyentes, en la Ciudad de México, es una arteria ahumada por la que circulan miles de coches, camiones y trailers. El bombeo es constante. Un vehículo tras otro. Sin parar. Cruzar la calle es un suicidio. Algunos se juegan el pellejo colándose habilidosamente entre las rendijas que dejan los vehículos entre sí. Un lance con la muerte.

Me cuentan que los perros son más prudentes que los hombres y no se arriesgan a la embestida demoledora de un coche, y por eso se los ve muchas veces cruzando la avenida por los puentes peatonales elevados. Quizás su instinto sea más juicioso que nuestra inteligencia.

Aeropuerto transparente

Mi vuelo llegó a la nueva terminal del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México: la terminal 2. Salimos  del avión y empezamos a desfilar como robots hacia la zona de inmigración.

El edificio en sí no me impresionó mucho, aparte de estar más agujereado que un queso y de tener tres plantas. Llegamos a un puesto de control y rellenamos un formulario sobre síntomas de gripe porcina. Seguimos avanzando y pasamos aduana. Bastante rápido. Finalmente, la zona de equipaje. Esa sí que me llamó la atención ya que a través de una cristalera, como un gran escaparate, se podía ver la labor de los maleteros descargando los equipajes de nuestro vuelo. «Eso sí que es transparencia«, pensé yo. Detrás mía, un señor no se conformó con pensarlo, y manifestó sus cavilaciones en voz alta:

– «Esto es transparencia… para que puedas ver cómo maltratan tus valijas».

Lo más irritante es que, efectivamente, la transparencia no parecía importar mucho a los maleteros, que manipulaban el equipaje con rudeza. A mi alrededor podía observar los rostros demudados de algunos pasajeros que veían cómo sus maletas iban a dar contra el suelo con estrépito. En mi caso, he de decir que recuperé todos mis bultos íntegros.

Seguí andando y me llamó la atención que en la nueva terminal se preocuparan tanto por la salud de los viajeros, y es que hasta había señales para advertir a la gente se preocupara por sus talones. Supongo que cargar maletas deber ser muy malo para los pies.

También me dio la impresión de que era una terminal divertida, ya que al parecer había muchas bandas, supongo que amenizando el tránsito a los viajeros. Así que, salvando alguna contradicción, como una señal que para explicar cómo lavarte las manos te indicaba unos pasos, mi experiencia en la terminal fue buena.