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Feliz Navidad: no os atragantéis, reflexionad

El misterio de la Navidad es tan grande que me siento incapaz de escribir. La grandeza de Dios se hace Niño en un humilde pesebre de Belén. El «Verbo se ha abreviado», una frase que recoge Benedicto XVI en su exhortación apostólica Verbum Domini y que no abandona mi cabeza. Por eso, prefiero subcontratar este post a dos autores reconocidos: el propio Benedicto XVI, con un fragmento de su homilía de la misa de Nochebuena de 2006, y Mariano José de Larra, uno de mis escritores favoritos, con un pasaje de su «Nochebuena de 1836». Creo que sabréis cuál es cuál:

La señal de Dios es la sencillez. La señal de Dios es el niño. La señal de Dios es que Él se hace pequeño por nosotros. Éste es su modo de reinar. Él no viene con poderío y grandiosidad externas. Viene como niño inerme y necesitado de nuestra ayuda. No quiere abrumarnos con la fuerza. Nos evita el temor ante su grandeza. Pide nuestro amor: por eso se hace niño. No quiere de nosotros más que nuestro amor, a través del cual aprendemos espontáneamente a entrar en sus sentimientos, en su pensamiento y en su voluntad: aprendamos a vivir con Él y a practicar también con Él la humildad de la renuncia que es parte esencial del amor. Dios se ha hecho pequeño para que nosotros pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo.

Y el segundo:

Hace mil ochocientos treinta y seis años nació el Redentor del mundo, nació el que no reconoce principio, y el que no reconoce fin; nació para morir. ¡Sublime misterio!
¿Hay misterio que celebrar? Pues comamos, dice el hombre; no dice: reflexionemos. El vientre es el encargado de cumplir con las grandes solemnidades. El hombre tiene que recurrir a la materia para pagar las deudas del espíritu. ¡Argumento terrible en favor del alma!

¡Feliz Navidad!

Juan Pablo II, el cardenal Martini y Benedicto XVI ante San Pedro

No soy amigo de los chistes en el blog, pero éste me lo contaron en México hace unos días y me hizo mucha gracia, así que lo convierto en post para que no se me olvide.

Después de morir, Juan Pablo II, el cardenal Carlo María Martini, y Benedicto XVI llegan a las puertas del Cielo y se encuentran con San Pedro. Los hace pasar uno a uno.

El primero en despachar con él es Juan Pablo II. Después de unos minutos, sale de su entrevista con San Pedro y los otros dos le preguntan cómo le fue:

– Me fue muy mal. San Pedro estaba muy molesto. Me dijo que Jesucristo sólo había pronunciado el Sermón de la Montaña y que yo, en cambio, había dado una montaña de sermones…

A continuación fue Carlo María Martini que, minutos después, salió también cabizbajo de su encuentro con San Pedro.

– A mí también me echó un rapapolvo. Me dijo que Jesucristo, en su vida, no había salido de Palestina, y que yo, en cambio, nunca había estado en mi diócesis de Milán por estar dando conferencias aquí y allá.

Finalmente llegó el turno de Benedicto XVI. Minutos después, sale un San Pedro alicaído y consternado.

– ¿Pero qué te pasó?, le preguntaron al unísono Juan Pablo II y Carlo María Martini.

– Pues es que Ratzinger encontró dos errores en mis epístolas.