Archivos por etiqueta: Arturo

Los «incidientes» de Bike

(Foto de Sappymoosetree)

Hablábamos de cosas desagradables como ortodoncias, empastes, caries y gingivitis cuando Arturo se acordó del diente de «Bike».

A «Bike» no le gustaba su nombre, Vicente Pérez, y por eso se autodenominaba «Bike». Durante la universidad tuvo un accidente y se le cayó uno de los dientes caninos, pero en lugar de ir al dentista a arreglarlo, él mismo se lo acomodó como pudo. El diente quedó bailando, sometido a los vaivenes de la vida.

Una vez, cuenta Arturo, Bike y sus amigos estaban desternillándose de risa. Y tanto se carcajeaban, que  el endeble canino de Bike se zafó y salió volando. El colmillo describió una parábola, rebotó en el suelo y, con gran destreza, Bike lo cazó al vuelo, lo reinsertó en su hueco sin inmutarse y siguió riendo.

En otra ocasión, durante una comida multitudinaria, Bike sufrió otro «incidiente». Su canino flojo volvió a abandonar la mandíbula para caer esta vez sobre una mullida cama de arroz. Ninguno de los comensales se dio cuenta, así que Bike, nuevamente con gran pericia y armado con un cucharón, se abalanzó antes que nadie sobre la fuente para rescatar su diente, mimetizado entre los granos de arroz. Una vez en su plato, se llevó a la boca un montículo de arroz sobre el que se arrellanaba el diente y en un par de movimientos de lengua se lo volvió a acomodar en su sitio.

Pero el colmo del colmillo fue cuando Bike, en un despiste monumental, se tragó su propio diente. Sin desesperarse, pacientemente, aguardó a que el susodicho fuera expulsado gloriosamente por el esfínter. Lo sacó de entre los excrementos como si fuera una pepita entre arenas auríferas, lo lavó y, muy ufano, lo colocó en su sitio.

¿Y cuál es la moraleja de la historia? Pues que cuando se tiene un canino flojo, hay que estar muy pendiente.

Un perro con pedigree

FOTO DE GOPAL1035
FOTO DE GOPAL1035

Cuando Arturo les enseñó el perro a Carito y Artu, los dos niños se enamoraron de él enseguida. Era un labrador negro, esbelto, de planta imponente. Lo abrazaron por el tronco y el animal respondió con lametones y complacientes movimientos de cola.

El cariño recíproco fue creciendo con los días. Pero una mañana, el labrador negro, esbelto, de planta imponente amaneció tieso como un témpano después de una noche gélida. Arturo se llevó el cadáver antes de que lo vieran los niños. Para ahorrarles el disgusto, se puso a buscar otro perro exactamente igual y así darles gato por liebre. Recorrió todas las tiendas de mascotas, pero la búsqueda fue vana. No había ningún labrador negro, esbelto y de planta imponente. No se dio por vencido y puso un anuncio en el periódico, pero nadie contestó.

Finalmente, se enteró de que en un pueblo lejano, alguien podría tener el perro que buscaba. Antes de lanzarse a la carretera, llamó por teléfono al sitio.

– Oiga, me han dicho que usted vende un perro labrador negro, esbelto, de planta imponente.

– Así es joven.

– Pero, ¿está bien el perro?

– Si, de campeonato.

Arturo empezó a desconfiar.

– Pero, ¿tiene pedigrí?

– Claro, desde que era un cachorro le dábamos croquetas.

– Ya.

A pesar de las dudas, Arturo optó por recorrer los 200 kilómetros hasta el pueblo. El perro era negro, parecía labrador, aunque no era tan esbelto y de planta tan imponente como el finado. Pero los niños llevaban varios días preguntando por el perro y no había tiempo para más búsquedas y zarandajas.

– Me lo llevo.

– Se lleva usted un gran perro. Aquí le doy también dos cajas de pedigree con croquetas de jabugo.

Arturo se llevó el perro y recorrió todo el camino de vuelta con los resuellos del perro en la nuca. Los niños le estaban esperando. Abrió la puerta y el chucho salió con cara de despiste y las extremidades entumecidas. Carito lo miró.

– Papá, este perro es más chiquito…

Arturo quedó desconcertado, pero no estaba dispuesto a que su viaje hubiera sido en balde.

– No Carito, es que tú has crecido mucho.