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La dignidad y el helado

FOTO DE DIAPER
FOTO DE DIAPER

Me llegó la propaganda de una heladería que decía: Helado de cucaracha gratis al que venga en pijama el dia 8. Me asusté. Releí: Helado de cucurucho gratis al que venga en pijama el día 8. Ah, eso sí. Lo anoté en mi calendario y esperé a que llegara el día.

Por fin llegó (se retrasó por una huelga de controladores aéreos). Cogí un camisón y me fui corriendo a la heladería para pillar sitio. Cuando llegué, el lugar estaba lleno de gente, pero ninguno con pijama. Yo era el único que había vendido mi dignidad por cuatro dólares. Avergonzado, me puse en la cola. Las miradas se me clavaban de cuello para abajo.

– La gente me mira raro, pensé. Peró qué importa, un helado gratis bien vale este ridículo.

Seguí esperando mientras la cola avanzaba, blanco de todas las mofas hasta que llegué a la ventanilla. Pedí mi helado de limón y, como prometía la propaganda, me lo dieron gratis. Al que tenía detrás, que me había estado chinchando todo el rato, le cambió el semblante y se salió de la cola conmigo.

– Oye, me puedes alquilar tu camisón.

– ¿Y qué me das a cambio?

– Te lo alquilo por dos dólares, así a mí me sale a mitad de precio y tú ganas dos dólares.

Accedí al negocio. Compró su helado con mi camisón y luego me lo devolvió (el camisón, claro, no el helado). Entonces, una turba se me acercó. Todos querían alquilarme el pijama, así que hice una subasta. Empezaron las pujas.

– ¡Un dólar!

– ¡Subo a dos!

– ¡Yo aumento a tres!

– ¡Cinco, dólares, cinco!

– ¡Subo a 15!

La subasta se empezó a animar hasta que un hombre de aspecto elegante ofreció mil dólares y todos los demás enmudecieron.

– ¡Adjudicado, al caballero de la esquina!, grité. Una ganga señor, verá qué bien duerme.

Le di mi camisón y me fui.