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Más listos que un ajo

A los niños no se les puede dar gato por liebre porque enseguida te descubren. Poseen una capacidad especial para detectar fraudes.

Andrea tiene debilidad por mi teléfono móvil. Pero con todos los estudios sobre los efectos nocivos del electromagnetismo, no me hace ninguna gracia que juegue con él. Así que, cuando me lo arrebata, yo se lo birlo de nuevo para quitarle la pila y dejarlo inerte. Cuando se lo devuelvo, lo mira con desprecio y lo tira al suelo, como un juguete roto. Para ella, pierde todo el interés.

A Catita no le gusta que le diluya el zumo de naranja. No le importa que lo haga por su bien, para reducir su consumo de azúcar. Se queja y me desafía: «Papi, quiero zumo, pero no le pongas agua». Me acerco a la nevera, saco el zumo con sigilo, me cercioro de que no me está mirando y, subrepticiamente, escancio un generoso chorro de agua en el vaso. Se lo entrego, sorbe y se gira hacia mí con la mirada de quien descubre una trampa: «Papi, le echaste agua». Yo me tapo la cara y sonrío, contento de que me descubran.