Abolición… aflicción
Me percaté de que Catita tenía el semblante algo mohíno.
– ¿Qué te pasa, Catita?, le pregunté.
– Estoy triste, respondió.
– ¿Por qué estás triste, Catita?
– Porque se murió Abraham Liconln.
Me percaté de que Catita tenía el semblante algo mohíno.
– ¿Qué te pasa, Catita?, le pregunté.
– Estoy triste, respondió.
– ¿Por qué estás triste, Catita?
– Porque se murió Abraham Liconln.
Los diálogos entre Catita y Olivia en el coche camino al colegio son un compendio de filosofía infantil. Recojo un par de conversaciones que capturé en día recientes.
Olivia: Quiero tener un diario.
Catita: ¿Qué es un diario?
Olivia: Un libro en el que escribes, pero sólo las niñas. Los niños no pueden escribir diarios.
Y otro diálogo un poco más profundo.
Olivia: Extraño mucho a mi abuelo, que está en el Cielo.
Catita: ¿Tienes muchas ganas de verlo?
Olivia: Sí.
Catita: Pues para eso, primero te tienes que hacer vieja.
Olivia: ¿?
Catita: Y para hacerte vieja, primero te tienes que casar, y luego tener hijos. Y entonces te haces vieja y te mueres, y así vas al Cielo y puedes ver a tu abuelo.
Los sermones dominicales son una fuente inagotable de anécdotas e historias blogueables, como la que contó hoy Father Murrow.
Una profesora pidió a sus pequeños alumnos que escribieran en una hoja el nombre de su héroe. Una de las niñas escribió el nombre de su padre en el papel. Cuando llegó a casa y lo vio su progenitor, se le cayó la baba y todo orgulloso le preguntó a su hija por qué lo había elegido a él.
– Papá, es que no sé cómo escribir Schwarzenegger.
Rodri es un amigo de Catita. Hace unos días, tenía este diálogo con su madre, María.
– Mamá, si me muero, ¿estarías triste?
– Sí claro, Rodri, estaría muy, muy triste…
– Pues yo estaría muy contento…
– ¿Por qué estarías contento Rodri?, le preguntó María, sorprendida.
– Porque así me iría al Cielo y podría estar todo el día bailando con Michael Jackson.
No es la primera vez que Catita me cuestiona sobre temas teológicos, pero sus argumentos son cada vez más desconcertantes y, en estas fechas, incluso navideños.
– Papi, ¿quién hizo al Niño Jesús?
– La Virgen María y San José, le contesto con aire satisfecho, pensando que ahí se va a quedar la cosa.
– ¿Y quién hizo a María y San José?
Esto se complica.
– Los hizo Dios, respondo.
Segundo quiebro. Pero esto no ha hecho más que empezar.
– Ahhh… ¿Y a Dios quién lo trajo aquí?
– ¿Aquí?, le pregunto sorprendido.
– Sí, aquí. ¿A Dios quién lo hizo?
– Catita, Dios existe desde siempre. Dios hizo todo. A ti, a mí, a todos… Dios hizo el mundo, los animales, las plantas, los árboles…
– ¿Hizo todo?
– Claro.
Asunto zanjado… o eso pensé. Pero faltaba la postilla final, la salida inesperada, la respuesta que hace de una anécdota una entrada de blog.
– Papi, pero yo puedo plantar una semilla de un árbol de manzanas y hago manzanas.
Con los oídos todavía adormilados escucho el diálogo entre Catita y Olivia en el asiento de atrás del coche. Vamos camino al colegio y son las 7:30 de la mañana. Está muy oscuro y llovizna. Una mañana desapacible.
– Catita, Santa Claus no lleva regalos a los niños en China.
– ¿Por qué?
Imaginé algunas posibles causas, como el temor de Santa a ser encarcelado por incitar al consumismo o a que se violaran sus derechos humanos.
– Porque no tiene tiempo de ir a China, respondió Olivia.
– Ahhhhh…
– Catita, ¿alguna vez has visto a Santa Claus?
– Sí, ayer lo vi (efectivamente, ayer estuvimos con Santa en una fiesta de Navidad en mi barrio).
– ¿Pero alguna vez lo has visto bajar por la chimenea?
– No… Papi, ¿tenemos chimenea?
– Sí Catita, pero no es una chimenea de verdad, es decorativa, le contesto.
– Ahhhh.
– Catita, si no lo has visto, entonces ¿cómo sabes que viene Santa Claus?
– Porque llama a la puerta…
Le cuento la anécdota a Catalina. Se ríe y se acuerda de otra.
Los hijos de una amiga, que ya tienen 8 y 10 años, todavía creen en Santa Claus, a pesar de que en el colegio ya les han revelado el secreto. Están empecinados en que Santa existe. La ilusión infantil parece más poderosa que la evidencia. Cuando su madre los interroga, le contestan muy convencidos:
– Mamá, tú no podrías ser Santa Claus porque no tienes dinero para comprar regalos…
¿Se os ocurren más argumentos para demostrar la existencia de Santa Claus o los Reyes Magos?
Ibamos ayer en el coche y Catita exclamó de repente. ¡Mira papi, el sitio donde fuimos de picnic con tus amigos!.
Me quedé impresionado. De ese picnic hacían ya más de seis meses y desde entonces no habíamos pasado por aquel lugar. ¡Qué memoria!, pensé. Y no pude resistirme a preguntarle: Catita, ¿cómo te acuerdas?
– Papi, es que uso mi cabeza.
Recuerdo que en mi infancia la forma más eficaz de intimidar a un niño era decirle:
-¡Pórtate bien, que si no vendrá el Coco y te comerá!
Pero creo que eso ha cambiado. El Coco ha perdido su poder disuasorio. Ahora hay amenazas más eficaces.
Este fin de semana nos visitaron David y Eu con sus hijos: Tomás, de 5 años, y María Paz, de tres. Una de las mañanas estaban jugando Catita y Tomás. Yo escuchaba su jolgorio desde mi habitación, todavía en estado letárgico. Algo debió pasar que no alcancé a entender bien entre mis sueños, pero pude escuchar la amenaza de Tomás a Catita:
– ¡Catita, no lo hagas, o si no se te contagiará la gripa (sic) porcina!
Llevaba meses intentando entrevistar a un corrupto y por fin lo logré. Tuve que darle un pequeño soborno, algo simbólico, una pluma MontBlanc, pero finalmente accedió al interrogatorio:
– ¿Por qué es usted un corrupto?
– Siempre quise ganarme la vida con un oficio decente, pero no encontré ninguno que me gustara y estuviera bien pagado. Así que decidí que la corrupción era el trabajo ideal. Pero oiga, que yo soy un corrupto con principios.
– ¿Con principios? ¿Y cómo es posible?
– Sí, empiezo a robar y no termino nunca.
– Ah, ahora entiendo. ¿Y cuál es el tipo de corrupción que más le gusta, o para el que está más ducho?
– Hombre, me gustan mucho la malversación de fondos públicos y la infidelidad en la custodia de documentos, aunque también hago mis pinitos con el tráfico de influencias… y el cohecho también lo he hecho.
– Y cuando va a solicitar un trabajo, ¿qué es lo que más se valora de todo eso?
– Depende del trabajo. Hay sitios en los que se piden varios años de experiencia en tráfico de influencias, entonces yo disimulo porque no soy un diletante en ese campo. Entonces engaño al empleador, y si no cuela, pues lo soborno. La cosa es tener recursos.
– ¿Qué le recomendaría a los niños que de mayor quieren ser corruptos como usted?
– Pues que si eso es realmente lo que quieren, que se preparen a conciencia, que luchen, que trabajen duro, que se aprendan bien los delitos y que sobre todo practiquen mucho, que esta es una profesión necesita profesionales bien formados y es muy ingrata.
– ¿Por qué ingrata?
– Pues mire, no tiene más que leer los periódicos. Los corruptos somos unos de los profesionales más denostados por los medios de comunicación. Simplemente queremos reivindicar nuestro oficio. La sociedad necesita corruptos.
– Usted lo dice. ¿Un corrupto nace o se hace?
– Yo creo que se hace. Los genes ayudan también. Yo soy tercera generación de corrupto, y con el paso de los años ha ido mejorando la pericia y la destreza para las corruptelas. Mi padre me enseñó todo lo esencial y yo he ido aprendiendo por mi cuenta.
– ¿Cómo le gustaría que le recordaran?
– Por mis fraudes inmobiliarios. Estoy muy orgulloso de ellos.
– Muchas gracias por contestar a nuestras preguntas.
– De nada. ¿Esto lo publicarás en portada, no? (saca un billete de 50 euros) Quizás esto te ayude a jerarquizar.
“Quiero una hamburguesa de bisonte, 10 patatas fritas y un aro de cebolla».
Es el meticuloso pedido de Ted Turner, fundador de CNN, al camarero en uno de sus restaurantes de la cadena Ted’s Montana Grill durante una entrevista con un periodista del AJC, un diálogo en el que Turner soltó varios titulares como éstos:
«El mayor temor que podemos tener hoy es un electorado mal informado. Eso realmente me asusta».
Sobre el matrimonio:
«Lo he intentado. Es como el béisbol. Tres strikes y estás eliminado».
Sobre la muerte:
«En cierto modo será un alivio. Ya no tendré que levantarme todos los días».
El artículo también cuenta que junto a la entrada de la oficina de Ted Turner, al lado de los ascensores, hay colgados seis cuadros con escenas de la Batalla de Trafalgar. ¿Por qué?
«Los tengo ahí para demostrar la futilidad de la guerra».
He comido varias veces en un Ted’s Montana Grill. La próxima vez que vaya pediré una hamburguesa de bisonte, 10 patatas fritas y un aro de cebolla. Quizás me confundan con Ted Turner y me salga gratis la comida. ¿Pasarán por el aro de cebolla?