Ya tengo un mono
(Foto de Adipatiny)
Escucho el siguiente diálogo entre una madre y su hija frente a una de las vitrinas del Museo del Oro de Bogotá.
– Mamá, quiero un mico para mi casa.
– No, ya te tengo a ti.
Escucho el siguiente diálogo entre una madre y su hija frente a una de las vitrinas del Museo del Oro de Bogotá.
– Mamá, quiero un mico para mi casa.
– No, ya te tengo a ti.
El semáforo se puso rápidamente en rojo y me quedé atascado en el cruce, con cuatro o cinco coches delante. En el arcén estaba ella en su silla de ruedas, como casi todos los días, pidiendo dinero. Enseguida se me acercó y le hice gestos elocuentes desde detrás de la ventanilla haciéndole entender que no tenía suelto. Me puso su cara habitual de desesperación y no pude resistir. Tuve que bajar la ventanilla. Muy rara vez intercambiamos palabra. Cuando llevo algo de dinero, se lo doy, me lo agradece y ahí queda todo, pero en esta ocasión, ella me empezó a hablar.
– Hoy es mi cumpleaños.
– Felicidades, le contesté, con un nudo en la garganta, por no poder alegrarle un poco el día con algunas monedas. ¿Cuántos cumples?, agregué.
– 57.
Hasta ahí llegó el intercambio. Pero ella parecía tener ganas de contarme algo.
– El año pasado, estuve en coma, y ahora trato de vivir día a día, como nos dice Jesús. ¡Dios me sacó del coma! ¡Qué grande es Dios!
El corazón me dio un vuelco al ver con ese optimismo a una mujer sin techo, postrada en silla de ruedas, con la pierna derecha amputada, sucia y andrajosa, con el rostro arrugado como una pasa, con la piel tostada por el ardiente sol que soporta todos los días para pedir dinero a un costado de la carretera, y su frágil salud mental… Y allí estaba, alzando los brazos de alegría, celebrando alborozada su cumpleaños y dando gracias a Dios por todo lo que le había dado.
-¡Qué grande es Dios!, volvió a decir.
Empecé a balbucear algo, pero el claxon del coche de atrás me interrumpió. El semáforo ya estaba en verde. Pisé el acelerador y seguí mi camino pensando en lo grande que es Dios.
Catita y Olivia van hablando de sus cosas en el asiento trasero del coche camino al colegio.
– Mi muñeca favorita está hecha en China, y su ropa también, dice Olivia.
– ¿En China?
– Sí, de hecho todos mis juguetes y mis cosas están hechos en China…
Catita hace una pausa; se queda pensativa. Y luego la pregunta.
– ¿Y tu perra Maya, también está hecha en China?
Andrea y Catita hablan de matrimonio.
– Andrea, ¿tú te quieres casar con Artu?
– No, me quiero casar con papi, responde Andrea, que todavía tiene dos años.
– Pero Andrea, papi ya está casado, le aclara Catita.
– ¿Con quién?
– … Pues con mamiiii…
– Ahhhh.
Casi ni me acuerdo de la última vez que escribí un post en este blog. Mi amigo Mikel me saca del letargo al contarme esta anécdota por correo electrónico.
Ayer fui a Saltoki (comercial de fontanería) en el polígono de Landaben y oí la siguiente conversación que me hizo mucha gracia:
Fontanero 1 en la cola para pagar (pantalón de chándal, camiseta de propaganda y aspecto desgarbado). Fontanero 2 que entra al almacén
Fontanero 2: «¿Qué tal, Patxi?
Fontanero 1: «Bien, diremos. Más vale dar envidia que dar pena».
Catita daba los penúltimos bocados a un inmenso plato de espagueti con albóndigas. Su cara denotaba que no podía más.
– Catita, ¿quieres que te guardemos lo que sobre?
– Papi, lo que sobre me lo voy a comer ahora.
Me cuentan una historia que me da escalofríos mientras la escribo. Unos padres cuyo hijo sufrió unos abusos indescriptibles por parte de un miembro del clero. El matrimonio, después de todo el calvario, siguió yendo a misa diaria. Un sacerdote amigo, impresionado por su fortaleza, les preguntó:
– ¿Por qué, después de todo lo que pasásteis, seguís yendo a misa?
La respuesta de los padres me deja un nudo en la garganta.
– Porque nunca nos podrán quitar a Dios.
Le pregunto a Catita.
– ¿Dónde quieres ir de vacaciones?
– A Tennessee, me contesta.
– ¿Y por qué quieres ir a Tennessee?, le preguntó asombrado.
– Porque juegan mucho al tenis.
El otro día iba por la calle y un tipo se acercó y me preguntó:
– Hola, ¿eres tú?
Me dejó pensativo. Y después de pensarlo mucho, caí en la cuenta de que no era yo.
Acabo de escuchar un diálogo surreal tan real como la vida misma. Como telón de fondo, el Día de San Patricio, en el que todos se visten de verde.
– Oye, ¿no llevas puesto nada verde hoy?
– No lo sé, soy daltónico.