Ronaldinho, de la 'fiesta del fútbol' a la fiesta antes que el fútbol
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No es un intento de trabalenguas, es el giro que ha tomado la carrera de uno de esos jugadores que lo tenía todo para entrar en el preciado olimpo de los Cruyff, Maradona y Pelé. Hace practicamente cuatro años que Ronaldinho decidió dar por terminado su curriculum de crack para escribir sus últimas líneas con poco brillo.
Llegó a Barcelona en 2003 como el guía que iba a sacar al Barcelona de uno de sus lustros más oscuros. La primera temporada no logró llevar al Barça a levantar un título, pero el brasileño demostró que estaba hecho para triunfar. Su primer partido en el Camp Nou ya dejó un golazo como declaración de intenciones:
Después llegó su ascensión, su coronación como ídolo absoluto del barcelonismo. Con la ayuda de Eto'o y Deco ganó la Liga y sólo el Chelsea de Mourinho les impidió avanzar más en Champions, eso sí, el gaucho enmudeció Stamford Bridge con dos goles, el último sublime.
Lujazos como ese le abrieron las puertas del 'Balón de Oro'. El espaldarazo definitivo: aquel chico que en el Gremio ya humillaba a rivales se había convertido en el mejor jugador del planeta. Su crecimiento era imparable. Rijkaard le había encontrado acomodo escorado a la banda izquierda. En esa demarcación no tenía obligaciones defensivas, podía partir en diagonal y sentar a defensas gracias a su potencia y habilidad. Corría la temporada 2005-2006 y el Barça en su conjunto se elevó al nivel de Ronaldinho. La Liga y la Champions fueron la rubrica a una campaña espectacular, la mejor de la historia hasta la llegada de Guardiola al banquillo. Fue el año en el que el Bernabéu se levantó para aplaudir a Ronaldinho.
Pero entonces llegó el Mundial y Ronnie no estuvo bien. Lento, fatigado y sin chispa la 'canarinha' le echó de menos y Francia dejó a Brasil sin el sueño de la sexta Copa del Mundo. El principio del fin. Ronaldinho regresó a Barcelona pero ya no volvió a ser el mismo. Sus visitas al gimnasio comenzaron a ser constantes y su eterna sonrisa dejó paso a un fútbol gris. Tras dos años de claro declive, Ronaldinho hace las maletas con destino a Milán. Su primer año no fue bueno pero a comienzos de su segundo curso parecía recuperado para la causa.
Volvía el desborde imposible, el golpeo mágico con el interior, el pase que nadie veía...por poco tiempo. Ante el Inter, un partido decisivo para el campeonato italiano, Ronaldinho falló un penalti y no firmó su mejor actuación. Ahora sale a la luz una posible fiesta organizada por el mismo jugador unos días antes. Él lo desmiente, pero el poco crédito que había ganado en unos meses lo ha perdido en décimas de segundo, de forma vertiginosa, como si fuera un simil con su carrera deportiva.
Quiere ir al Mundial, pero no encaja en el libro de estilo de Dunga, ni por su estado de forma ni por su talante 'poco trabajador'. Puede ser el último tren de Ronaldinho, la última ocasión de poner un poco de luz a un ocaso tan temprano como esperado.
Publicado el 4 de febrero de 2010 a las 18:00.