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El pasado jueves 17 de junio, por la tarde, inauguramos la exposición de fotografías "Color en orfanatos" en el Edificio de Alumnos de la Universidad Complutense de Madrid. Acudieron numerosos amigos y amigas, entre quienes estaban Carlos Andradas, Vicerrector de Política Académica y Profesorado, y Margarita Barañano, Vicerrectora de Estudiantes. Hicimos una presentación en el salón de actos, muy cerca del amplio vestíbulo que denominan "el ruedo", donde se exponen las fotografías que ilustran nuestro trabajo en orfanatos de India, Nepal y Ecuador en 2009. Tras los agradecimientos protocolarios, traté de explicar nuestra experiencia en esos lugares desde 2004, ilustrando mis palabras con imágenes.
Haciendo un somero repaso de las distintas actividades creativas que hemos llevado a cabo con los niños y niñas de Matruchhaya, Bal Mandir o Sinincay, llegó el momento de mencionar nuestra última experiencia en India con los globos aerostáticos de papel. Animado por la atenta mirada de Celia, una niña de unos cinco años de edad, que fue adoptada en Nepal hace algo más de tres años, hablé de las propiedades mágicas de esos sencillos artilugios voladores, capaces de dirigirse hacia un punto geográfico determinado, guiados por la voluntad de quienes nos congregamos para lanzarlos al aire.
Sentada en segunda fila, muy cerca del lugar desde donde yo hablaba, Celia miraba con atención las imágenes que proyectaba sobre una pantalla situada a mis espaldas, me observaba a mí, y después, en un gesto de incredulidad, giraba la cabeza hacia su madre, sentada a su lado, en busca de una señal que le hiciera discernir si aquello que yo contaba era cierto o simplemente una fábula.
En todas las ocasiones, la madre de Celia hizo un cómplice movimiento afirmativo con la cabeza, avalando la veracidad de lo que yo decía.
-Si ya resulta milagroso que estos globos de papel vuelen en el cielo, hasta perderlos de vista, confundidos por la noche con alguna estrella del firmamento; más admirable todavía es comprobar que no vuelan en una dirección cualquiera, sino hacia el lugar que el deseo de todos los participantes establece previamente -afirmé con seguridad, ante la mirada perpleja y desconfiada de Celia.
-En noviembre de 2009, cada tarde subíamos con los niños y niñas de Matruchhaya a la azotea de su orfanato, para desde allí lanzar al aire los globos de papel que les habíamos enseñado a elaborar y, en todas las ocasiones, los globos salían volando hacia el Oeste, hacia España, porque habíamos propuesto a los menores del hospicio llenar el aire de esos globos con buenos deseos, para mandárselos a nuestros amigos españoles, especialmente a quienes pudieran estar más necesitados de ánimo y cariño -añadí muy seriamente, sin dejar de mirar a la niña.
-Hace unos días hemos soltado tres globos desde España con la intención de que lleguen a Bal Mandir y, efectivamente, ascendieron en el cielo, y pusieron rumbo al Este, hacia Nepal -concluí, dando ya por sobradamente probado el carácter prodigioso de esos globos.
Al finalizar mi presentación, el Vicerrector Andradas, sentado a mi derecha, ofreció al público la posibilidad de intervenir. Oímos opiniones muy interesantes; entre otras, la de la propia madre de Celia, quien había visitado Bal Mandir antes de nuestra acción inicial allí, en 2006, y había regresado poco después con la niña, para concluir los trámites de su adopción, por albergar Bal Mandir las oficinas centrales de las adopciones en Nepal. La madre de Celia dio fe de la transformación que se produjo en el patio central del orfanato, gracias a aquella primera actividad creativa con los menores, una enorme pintura mural, que sirvió para llenar de color y alegría un lugar hasta entonces sucio y gris.
Carlos Andradas quiso ser el último en intervenir. Ante el asombro de Celia, que le miraba con los ojos muy abiertos, afirmó que ahora comprendía el extraño e intrigante suceso que vivió hace unos meses, cuando vio un globo de vivos colores en el cielo de Madrid, que lentamente se fue acercando hacia su casa, para finalmente aterrizar en su terraza.
-Aquel globo debía de ser vuestro -afirmó el Vicerrector, satisfecho de resolver por fin el enigma que tanto le había inquietado.
Celia miró a su madre, quien una vez más volvió a hacer un gesto de extrañeza aprobatoria, para reforzar la verosimilitud de ese sorprendente acontecimiento en la casa del Vicerrector. Finalmente la expresión de incredulidad desapareció del rostro de la niña, y nos obsequió una preciosa sonrisa.
Publicado el 22 de junio de 2010 a las 08:30.