Archivado en: premonición, Ayllón
Nunca he creído en adivinaciones premonitorias, en esotéricos augurios o en la magia de las cifras, pero lo cierto es que una coincidencia, a principios de este mes de agosto, en Ayllón, me ha tenido todo el mes intrigado e inquieto.
Hace 23 años, yo tenía 23 años de edad, pura casualidad. Acababa de finalizar la carrera de Bellas Artes, me apasionaba la escultura, y tuve la fortuna de ser seleccionado para trabajar en este pueblo durante todo el mes de agosto. Fue una experiencia inolvidable. Creo que viví el periodo de euforia creativa más intenso y gratificante de toda mi vida.
Pero esto no tiene nada de particular, porque lo cierto es que también fue una vivencia irrepetible para todos mis compañeros de promoción, y por lo que llevo visto desde que dirijo esta beca, esta experiencia generalmente deja una profunda huella en todos los participantes. Los escultores Samuel, Irene, María, David o Prisca pueden dar fe de cuanto digo. Por iniciativa propia, están trabajando mucho más de lo que cualquiera de ellos hubiera imaginado previamente, a veces, hasta por las noches; y lo están haciendo con alegría, libres de cualquier presión.
Las pintoras Sandra, Isabel, Irene, Matilde y Cristina se están deleitando con las impresionantes panorámicas que ofrece este lugar, y están pintando a todas horas, sin tener que preocuparse de nada más. Su producción pictórica muestra la intensidad y calidad de su labor. Nacho y Fátima, los encargados del curso de los niños, están realizando una magnífica pintura mural, con 35 niños y niñas del pueblo, basándose en los dibujos que los propios menores hicieron al principio.
Todos ellos, cada uno a su manera, están derrochando pasión y talento; y además están teniendo un magnífico comportamiento. Sin duda, este es uno de los mejores grupos de becarios que he conocido. Dicho lo cual, para no seguir recreándome en elogios, trataré de explicar el motivo de mi inquietud.
También yo, durante mi estancia en Ayllón, en 1986, trabajé con vehemencia. Utilicé escayola, un material expresivo y muy versátil, que empleado de modo directo sobre un sencillo armazón de hierro, me permitía crear con rapidez, sin detenerme en procesos intermedios de moldes y reproducciones. Gracias a ello, pude realizar numerosas esculturas; una de las cuales, la más grande, representaba, a tamaño natural, una mujer desnuda, de cuyo vientre abultado nacían tres ruedas: una pequeña en la parte delantera, y dos grandes a la altura de lo que serían sus caderas. Aquel extraño ser no tenía piernas, aunque parecía que tampoco las necesitaba. Sus extremidades inferiores se habían convertido en ruedas, y sus manos se aferraban a los dos aros traseros con fuerza.
Destruí la escultura en cuestión, después de ser expuesta en Ayllón, y posteriormente en la Facultad de Bellas Artes de Madrid, porque no tenía dónde almacenarla, me resultaba desagradable, y además, por alguna extraña razón, me generaba mucho desasosiego. De ella sólo quedan unas fotografías, y el recuerdo nítido de su figura en mi memoria, aunque lo cierto es que, hasta hace unos días, no había vuelto a pensar en ella.
Éste es el sexto año que dirijo las becas de Ayllón, pero es la primera vez que utilizó una silla de ruedas en esta Villa, porque hasta ahora me había apañado con mis dos muletas; y al usarla, no he podido evitar preguntarme por la razón que me llevó a crear aquella extraña mujer, cuyo cuerpo se transformaba, de cintura para abajo, en artilugio rodante. En esa época mi salud era perfecta, estaba fuerte, y nada hacía presagiar que 23 años después necesitaría moverme en silla de ruedas; aunque, he empezado a pensar que es posible que el incomprensible mecanismo que ha puesto en marcha esta metamorfosis se encontrara ya latente en mi interior, y dictara con absoluta precisión, como una premonición, las formas que esa extraña escultura había de tener.
A principios de este mes de agosto, al llegar a Ayllón, me sorprendí a mí mismo en idéntica postura que la mujer de mi escultura: las manos fuertemente agarradas a las dos grandes ruedas traseras del artefacto locomotor, y la cabeza girada hacia un lado, con una forzada torsión del cuello, como si estuviera buscando con la mirada una explicación a la extraña mutación que estaba sufriendo su cuerpo, mi cuerpo; con la cara de perplejidad, y enojo, de quien no comprende qué está sucediendo en su interior, ni qué está generando esa grosera alteración. Entonces empecé a pensar en la posibilidad de que no todo fuera mera casualidad.
Publicado el 25 de agosto de 2009 a las 16:00.