Nadiad, 4 de noviembre de 2008
Soni, Roni y Jeni son tres hermanos que viven en Matruchhaya desde que murió su madre, hace nueve años. El padre hace unos meses que ha muerto, luego ahora son totalmente huérfano, pero son muy mayores para poder ser dados en adopción. Soni, el más pequeño, tiene once años, Roni doce, y la mayor, Jeni, tiene ya quince, aunque ninguno de ellos aparenta esa edad. Parecen menores.
El padre se vio obligado a dejarles en el hospicio, porque no podía atenderles. Ya entonces el hombre estaba enfermo, y tras la muerte de su mujer, tuvo que ser asistido por su madre, la abuela de los niños. La señora quería atender al hijo y a los nietos al tiempo, pero resultaba imposible, la mayoría de los días ni siquiera conseguía algo que darles de comer. Aceptó que se llevaran a sus nietos al orfanato, y se quedó sólo al cuidado del hijo.
El año pasado conocí a esa brava mujer. Vino a Matruchhaya con la intención de llevarse a los nietos a su aldea, para pasar con ellos el Diwali. La directora de Matruchhaya le rogó que no se los llevara. Le explicó que un grupo de universitarios españoles habíamos venido para trabajar con los niños, y le dijo que Jeni, Roni y Soni estaban disfrutando y aprendiendo mucho.
En ese momento fue cuando la directora me llamó, y me presentó a la abuela. Era una mujer muy pequeña y delgada. Tenía la piel muy morena y arrugada. Si estuviéramos en España hubiera calculado que tendría más de ochenta años, pero aquí me resulta difícil hacer ese tipo de estimaciones.
Por medio de la monja, le dije que tenía tres nietos encantadores, a lo que ella asintió, dando a entender que ya lo sabía, y les pasó la mano por la cabeza uno a uno, en un gesto de enorme ternura. Finalmente consintió que los niños se quedaran en Matruchhaya, y regresó a casa sola; pero antes, cada uno de los tres nietos se agachó hasta tocar con las manos los pies descalzos de la abuela, y después se llevaron la mano a la frente, un gesto de respeto, reservado en la India para gente venerable.
Me dio pena que la abuela se marchara sola, aunque creo que se fue contenta por haber visto a sus nietos, y haber comprobado que estaban bien. Tras su ida, la directora de Matruchhaya me explicó que, aunque no estuviéramos nosotros, hubiera tratado de convencer la al mujer de que no se llevara a sus nietos, porque alguna vez que se los llevó por unos días, los niños volvieron hambrientos y llenos de piojos.
Cuando finalizaron las vacaciones del Diwali, poco antes de nuestro regreso, acompañamos a su centro a los pocos niños y niñas de Matruchhaya que estaban escolarizados en internados fuera de Nadiad. Roni y Soni pertenecían al internado de Amod, un lugar que yo conocía bien, porque en él estuvieron internadas durante muchos años mis hijas Roshní y Chandrika. Según nos acercamos al internado, Roni y Soni empezaron a llorar, y ya no pararon de hacerlo hasta que nos despedimos de ellos, después de haber visitado el internado, solo que en el momento del adiós, intensificaron el llanto.
Ello pese a que no son niños que lloren con facilidad. La situación me resultaba familiar, porque también Roshní y Chandrika se quedaron llorando las dos veces que finalizamos nuestra visita llevándolas de vuelta al internado. Es natural. En ese momento finalizaban sus vacaciones, y se despedían de nosotros. Pero además, el internado de Amod es uno de los lugares más pobres y austeros que he conocido. Nada había cambado en diez años.
Una habitación grande, absolutamente vacía, sin camas, mesas ni sillas, servía de dormitorio, comedor y aula a un tiempo. Allí los niños duermen en el suelo, sobre una especie de mantas que durante el día guardan enrolladas. Las clases las reciben en el suelo, sin sillas ni pupitres, y en la época de mis hijas, en lugar de cuaderno y lápiz, utilizaban una pizarrita sobre la que escribían con una especie de tiza fina y dura. Por supuesto, también comían sobre ese mismo suelo. Una auténtica sala multiusos. Por eso digo que me parecía razonable que los niños llorasen al regresar allí, después de haber pasado unos días de vacaciones en Matruchhaya, que comparado con aquello es un hotel de lujo.
En esta ocasión Roni ha estado sólo un par de días con nosotros, pues al tercero, le aparecieron unas llagas en las manos y los pies, y la directora de Matruchhaya, asesorada por un médico, rápidamente decidió apartarlo del resto de los menores para evitar contagios. Habló con un pariente de los niños que vive cerca de Nadiad, y logró convencerle para que se lo llevara hasta que la medicación hiciese su efecto, y pasase el riesgo de contagio.
La directora me comentó que estaba muy descontenta con el internado de Amod, y que por ello estaba sacando de él, y también de los demás internados, a todos los niños y niñas de Matruchhaya. De hecho, ya sólo quedan Roni y Soni en Amod, y Sima en otro internado, y su intención es escolarizarles en Nadiad el próximo curso, y que vivan en Matruchhaya.
El problema de Roni al parecer no era nuevo. Me dijo que se debía a falta de higiene en el internado. -Allí no tienen agua caliente, y yo creo que los niños se lavan muy poco en invierno -afirmó la monja. Echamos de menos a Roni, espero que regrese a Matruchhaya antes de que finalicen las vacaciones, y todavía tengamos tiempo para disfrutar de su compañía durante unos días.
Publicado el 4 de noviembre de 2008 a las 13:00.