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Un nuevo convenio con ADIF, nos ha permitido volver a exponer fotografías de nuestros niños y niñas en dos estaciones ferroviarias: Campo Grande, en Valladolid, y Atocha, en Madrid. Las 24 fotografías de gran formato que componen esta muestra, pueden visitarse, desde el pasado lunes día 10, hasta el 24 de mayo, en la estación de Valladolid. Después serán trasladadas al jardín tropical de la estación de Atocha, en donde permanecerán desde el 25 de mayo, hasta el 9 de junio.
Estas imágenes, impresas en planchas especiales de aluminio, dan fe de nuestro trabajo durante 2009 en Sinincay, un "pueblo huérfano" de Ecuador; Bal Mandir, el orfanato nepalés en el que venimos trabajando desde 2006; y Matruchhaya, el orfanato indio al que, desde 2004, acudimos cada año, coincidiendo con sus vacaciones del Diwali.
Durante los próximos días, miles de personas se detendrán a contemplar las imágenes de estos niños y niñas, mientras ellos permanecen en sus hospicios ajenos al incesante trasiego de miradas curiosas que, a miles de kilómetros, les observan y analizan impúdicamente. Viajeros que probablemente, ante la necesidad de tener que esperar para la salida de su tren, recorrerán las 24 fotografías y paneles explicativos, examinando cada detalle, leyendo cada texto, para tratar de entender el sentido de la muestra. Muchos de ellos, supongo que intentarán hallar en los rostros de los menores la huella de su orfandad, alguna señal de la crudeza de sus circunstancias vitales, y posiblemente se sorprenderán ante la ausencia de signos de desánimo o sufrimiento.
La mayoría de los menores que habitan los orfanatos, al menos los que nosotros conocemos, son muy vitalistas y de carácter alegre. Yo diría que incluso más que nuestros propios niños y niñas que, aunque lo tengan todo, a menudo parecen aquejados por una especie de insatisfacción o infelicidad, cuya causa, ni ellos, ni sus mayores, alcanzan a comprender. Objetivamente, los menores que viven en Matruchhaya, Bal Mandir o Sinincay, tienen sobrados motivos para el abatimiento, y sin embargo, nada en su mirada ni en su expresión delata las duras condiciones de vida que soportan, ni los dramáticos acontecimientos que les han conducido al orfanato. Y precisamente eso es lo que más me gusta de ellos, la asombrosa capacidad que tienen para sobreponerse a la adversidad. Allí no hay lugar para la queja, la lamentación o la autocompasión, en esos niños, el deseo de vivir y salir adelante es tan pujante que repele cualquier sombra de tristeza.
Publicado el 14 de mayo de 2010 a las 08:15.