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Blog de José Luis Gutiérrez Muñoz

Sonrisas de colores

Estaciones ferroviarias

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Un nuevo convenio con ADIF, nos ha permitido volver a exponer fotografías de nuestros niños y niñas en dos estaciones ferroviarias: Campo Grande, en Valladolid, y Atocha, en Madrid. Las 24 fotografías de gran formato que componen esta muestra, pueden visitarse, desde el pasado lunes día 10, hasta el 24 de mayo, en la estación de Valladolid. Después serán trasladadas al jardín tropical de la estación de Atocha, en donde permanecerán desde el 25 de mayo, hasta el 9 de junio.

Estas imágenes, impresas en planchas especiales de aluminio, dan fe de nuestro trabajo durante 2009 en Sinincay, un "pueblo huérfano" de Ecuador; Bal Mandir, el orfanato nepalés en el que venimos trabajando desde 2006; y Matruchhaya, el orfanato indio al que, desde 2004, acudimos cada año, coincidiendo con sus vacaciones del Diwali.

Durante los próximos días, miles de personas se detendrán a contemplar las imágenes de estos niños y niñas, mientras ellos permanecen en sus hospicios ajenos al incesante trasiego de miradas curiosas que, a miles de kilómetros, les observan y analizan impúdicamente. Viajeros que probablemente, ante la necesidad de tener que esperar para la salida de su tren, recorrerán las 24 fotografías y paneles explicativos, examinando cada detalle, leyendo cada texto, para tratar de entender el sentido de la muestra. Muchos de ellos, supongo que intentarán hallar en los rostros de los menores la huella de su orfandad, alguna señal de la crudeza de sus circunstancias vitales, y posiblemente se sorprenderán ante la ausencia de signos de desánimo o sufrimiento.

La mayoría de los menores que habitan los orfanatos, al menos los que nosotros conocemos, son muy vitalistas y de carácter alegre. Yo diría que incluso más que nuestros propios niños y niñas que, aunque lo tengan todo, a menudo parecen aquejados por una especie de insatisfacción o infelicidad, cuya causa, ni ellos, ni sus mayores, alcanzan a comprender. Objetivamente, los menores que viven en Matruchhaya, Bal Mandir o Sinincay, tienen sobrados motivos para el abatimiento, y sin embargo, nada en su mirada ni en su expresión delata las duras condiciones de vida que soportan, ni los dramáticos acontecimientos que les han conducido al orfanato. Y precisamente eso es lo que más me gusta de ellos, la asombrosa capacidad que tienen para sobreponerse a la adversidad. Allí no hay lugar para la queja, la lamentación o la autocompasión, en esos niños, el deseo de vivir y salir adelante es tan pujante que repele cualquier sombra de tristeza.

Publicado el 14 de mayo de 2010 a las 08:15.

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Cuatro hermanos

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Nelly, Joseline, Ricardo y Jakeline son cuatro hermanos que participan en nuestras actividades, en el primer grupo de la tarde, el que llamamos de los corazones. Tienen 12, 11, 6 y 4 años de edad respectivamente. Los cuatro son muy educados, cariñosos y participativos. Las dos mayores, Nelly y Joseline, están siempre muy pendientes de sus dos hermanos pequeños. Viven en Sinincay con su madre, a unos diez minutos caminando desde el convento donde trabajamos y nos alojamos. Hace cuatro años que no ven a su padre, porque emigró a Nueva York, poco tiempo después de nacer la más pequeña, Jakeline. Desde allí envía periódicamente dinero, y con eso viven. La madre antes vendía material escolar y chucherías para los niños, pero hace tiempo que lo dejó, y ahora simplemente se ocupa de los hijos, de una pequeña huerta y de las labores domésticas; aunque Nelly y Joseline dicen que llevan días haciendo tareas de la casa y de la huerta, porque su madre está enferma.

No fue fácil, ni barato, para el padre de estos niños llegar a los Estados Unidos. Nunca lo es. Hubo dos intentos frustrados de cruzar la frontera de México con los Estados Unidos. En el primero, el grupo de emigrantes ilegales fue descubierto antes de llegar a territorio estadounidense, y tuvieron que pasar un tiempo en cárceles mexicanas. En la segunda tentativa, un accidente de tráfico costó la vida a todos los ilegales que viajaban hacinados y ocultos en el vehículo, excepto al papá de estos niños, que se salvó milagrosamente. Tuvo que ser a la tercera, cuando finalmente logró pasar la frontera y llegar a Nueva York. A continuación quedaba trabajar como un animal, y vivir con lo mínimo, para tratar de ahorrar todo lo posible, y pagar cuanto antes la deuda contraída con los "coyotes", los que organizan este tránsito ilegal de emigrantes. Por ese servicio, los "coyotes" vienen cobrando unos cinco mil dólares. Para satisfacer esa enorme cantidad de dinero, la mayoría han tenido que vender todas sus propiedades, incluso se han hipotecado, pidiendo dinero a los "chulqueros", prestamistas usureros que les cobran el doble de lo que les prestan.

Nelly y Joseline afirman que su padre ha pagado ya la deuda, y regresará en 2011, con dinero suficiente para montar un restaurante. Antes de marcharse hacia los Estados Unidos, al poco de nacer Jakeline, el papá grabó un video en el que aparece dando muestras de afecto a sus cuatro hijos, especialmente a la recién nacida, con la intención de que nunca olviden que tienen un padre que les quiere muchísimo. Dicen que hace sólo tres días que vieron este video por última vez.

Nelly, Joseline, Ricardo y Jakeline son muy afortunados, porque además el papá les llama por teléfono dos veces por semana. Otros niños, con sus papás en el extranjero, afirman que hace muchísimo tiempo que no hablan con ellos. Algunos de los hombres que emigraron, al cabo del tiempo, formaron una nueva familia en el país al que se dirigieron, y terminaron olvidando a su mujer y a sus hijos de aquí. Muchas familias de Sinincay han quedado rotas por este motivo.

Nelly dice que de mayor quiere ser abogada. Joseline quiere estudiar medicina, y dedicarse a curar personas. Ricardo sueña con ser astronauta, y la pequeña, Jakeline, quiere ser directora de una escuela. Las mayores son muy buenas estudiantes, y los pequeños seguro que también lo serán, porque todos parecen muy despiertos e inteligentes. Los cuatro están entusiasmados con las actividades que estamos realizando, especialmente con la pintura de las camisetas. Cuando les preguntamos qué es lo que más les gusta de esta experiencia, la pequeña, Jakeline, dice que jugar. Joseline, en cambio, afirma que lo que más le agrada es cómo les tratamos.

Nos sorprende que diga esto, porque nosotros simplemente, intentamos ser amables con todos ellos, aunque lo cierto es que estamos logrando una relación muy directa y cercana, quizás más que el año anterior. Cada día se muestran más abiertos y cariñosos, por lo que ya adivinamos que va a ser muy difícil la despedida. Nelli, Ricardo y Jakeline prefieren guardar en secreto el deseo que pedirán a Chimborazo, pero Joseline afirma abiertamente que va a pedir al volcán, que pueda regresar pronto su padre, si es posible antes del 2011, la fecha prometida.

 

Publicado el 22 de julio de 2009 a las 09:00.

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Para qué sirve el arte

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Cada proyecto que llevamos a cabo, tiene una fase posterior que denominamos de "sensibilización". Siempre hemos considerado que, tan importante como la acción directa en los lugares en los que trabajamos, es la difusión que logramos dar a nuestra labor, porque ella puede garantizar la continuidad de nuestro trabajo, y nos permite marcarnos objetivos más ambiciosos.

Aunque nunca nos han puesto condiciones de ese tipo, pensamos que la financiación necesaria para cada uno de los proyectos, se consigue con más facilidad si logramos que lo que hacemos tenga cierta repercusión. Por otro lado, es una forma de rendir cuentas ante las instituciones o empresas que costean las acciones, ante nuestra Universidad, ante los numerosos amigos y amigas que nos apoyan y alientan, y ante la propia sociedad.

Además, mediante esa divulgación, podemos transmitir a muchísimas personas, la ilusión que nos mueve a hacer este tipo de actividades, al tiempo que damos a conocer la difícil situación de los niños y niñas con los que trabajamos, lo que nos permite conseguir ayudas para ellos, que van más allá de lo puramente artístico.

Por eso, en cada una de las acciones que llevamos a cabo, ya sea en Ecuador, Nepal o India, al tiempo que trabajamos con los niños y niñas, sacamos muchas fotografías, con las que luego organizamos exposiciones en distintos lugares de España. También filmamos en video la actividad que desarrollamos, con la intención de editar un documental en DVD. Para ello, intentamos contextualizar esas imágenes del proceso creativo, con escenas del entorno o de la vida cotidiana de nuestros menores. También grabamos testimonios de los propios niños o niñas, y alguna entrevista que ayude a entender su situación, y nuestra labor en esos lugares. Dentro de los equipos de trabajo que formamos cada año, siempre hay uno o dos responsables del documental.

En esta ocasión, los encargados de esa tarea son Paola y Manuel, alumnos de Bellas Artes que no tienen mucha experiencia en el ámbito del video, pero están poniendo tanto empeño, que yo creo que lograrán un buen resultado.

Precisamente, pensando en ese documental, el domingo pasado entrevistamos a nuestro amigo, el pintor Ricardo Montesinos, quien, ante la cámara, respondiendo a las preguntas que le iba haciendo Ana, explicó su singular visión del arte. Ricardo considera que hay artistas que trabajan directamente con la intención de vender lo que producen; otros hacen arte sin pensar en el mercado, y tienen la fortuna de vender lo que generan; pero él es de los que, en el proceso creativo, no obedecen más que a su propio dictado interno, sin pararse a considerar si lo que conciben tendrá o no aceptación, y generalmente sus cuadros no encuentran comprador; aunque eso poco importa.

Esa particular concepción de la creación artística, hace que Ricardo sea uno de los pintores más libres de nuestro tiempo; pero a la vez, le obliga a almacenar miles de cuadros de gran formato en una bodega, a la espera de que, tal vez algún día, alguien valore su obra. Y si ese día no llega, no importa, porque él pinta para sí mismo, no para los demás. Él reconoce sin pudor, que esto es posible gracias al amor de su mujer, Diana, quien tiene una fe ciega en él, y en todo lo que hace, y desde el primer momento ha apoyado su labor con su propia fortuna personal.

-Ella, desde su desconocimiento de cuestiones estéticas, me ha entregado todo, y me ha dado esa libertad. Si yo no tuviera a mi esposa, no habría pintado ningún cuadro. Ella ha hecho posible mi pintura, por amor hacia mi persona -afirma Ricardo sin rubor.
Nuestro amigo dice que aquellos que pintan para vender, generalmente tienden a complacer al cliente, ofreciendo una visión amable del mundo que les rodea. Él no puede, porque considera que la felicidad no existe. Es mentira. Ricardo piensa que el mundo se sustenta en el dolor, el sufrimiento, la muerte, la tristeza, la injusticia, el odio, la vejez o la enfermedad.
-Creo que no he sido feliz ni un solo día de mi vida -dice Ricardo con rotundidad.
Nos sorprende que, a pesar de la contundencia de sus afirmaciones, Ricardo sea una de las personas que más fe tiene en nuestro trabajo.

                  
-Lo que hacen con los niños es muy valioso. Yo me quedé loco al ver el amor de los niños hacia ustedes. Esto que están haciendo es tan bueno, que ustedes mismos no se dan cuenta del valor que tiene. Los menores con los que trabajan son pobres, provienen de familias muy humildes, y el rato que están con ustedes, son millonarios -afirma Ricardo mirándonos a los ojos.
-El apasionado ve confuso, pero yo estoy contemplando lo que ustedes hacen desde fuera, y me di cuenta de lo que probablemente no son conscientes los niños, ni ustedes: de que están repartiendo entre los menores de Sinincay ilusión, fantasía, amistad y magia. Y eso para ellos está siendo tan importante como el agua o el alimento. Por eso, estoy haciendo esfuerzos para que ustedes vuelvan, para que no dejen esto -añade nuestro amigo con expresión seria.

Y la verdad es que, tanto él como Diana, están poniendo todo su empeño en que esto salga bien. Nosotros no terminamos de comprender cómo pueden convivir en una sola persona, tanta dureza y tanta ternura al tiempo.

 

 

 

Publicado el 20 de julio de 2009 a las 11:30.

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Carrizo

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Cada vez que veo mi rostro reflejado en el espejo del cuarto de baño, me sorprendo. No me reconozco. La última vez que me afeité fue el 30 de junio, antes de salir de casa. Llevo años rasurándome la barba diariamente, y no tenía previsto dejar de hacerlo aquí, pero cuando recogimos nuestro equipaje, tras la llegada a Ecuador, comprobamos que nos faltaba una maleta, justamente la que contenía mi maquinilla eléctrica de afeitar. Pensando que la maleta perdida llegaría muy pronto, fui dejando crecer la barba, hasta llegar a tener el actual aspecto de fugitivo.

Hubiera podido utilizar una de esas maquinillas desechables que se encuentran fácilmente en cualquier comercio, pero mi torpeza con las manos me hizo desistir, y decidí esperar a que llegara el equipaje extraviado. Ayer mismo nos comunicaron que la maleta, por fin, había aparecido. Se había quedado en Madrid. El empleado de la compañía aérea, con quien Aurora ha hablado diariamente desde que llegamos a Ecuador, para tratar de averiguar el paradero de la valija, nos dijo que probablemente este fin de semana podríamos recogerla en el aeropuerto de Cuenca. Si no surgen nuevos contratiempos, la próxima semana el espejo de mi cuarto de baño volverá a mostrarme el mismo rostro absorto que desde hace años me observa cada mañana mientras me afeito.

Afortunadamente, éste ha sido el único infortunio, todo lo demás está saliendo bien, mejor incluso de lo que habíamos imaginado. Ya hemos empezado a construir el "volcán enfadado". El primer día, Manuel contó cuatro veces el cuento que había creado sobre el Chimborazo, una por cada uno de los grupos que tenemos. No lo leyó, sino que lo relató teatralizadamente, sin obviar ninguno de los detalles, y gesticulando mucho. Nosotros cinco le acompañamos con exclamaciones, alguna que otra pregunta, y haciendo todo tipo de sonidos ilustrativos de cada escena descrita. Incluso, en un pasaje determinado del cuento, cantamos a coro con Manuel:

Chimborazo cálmate,
que la tierra se inundó.
¿Por qué éstas están enfadado?
¿Qué te pasa? Dínoslo.

Los niños y niñas, que acudían a nuestro taller por primera vez, muchos de los cuales no nos conocían del año pasado, nos contemplaban atónitos, con los ojos abiertos como platos. No debían de estar acostumbrados a ver adultos haciendo el tonto de manera tan desvergonzada; pero pensamos que era el mejor modo de romper el hielo, y efectivamente, a partir de ese momento, el ambiente con los menores ha sido muy distendido.

Después, les explicamos que pretendíamos construir un gigantesco "volcán enfadado", utilizando cañas, cuerda, cartón, papel de periódico y cola; con la intención de colorearlo cuando estuviera totalmente terminado, introducir los deseos de cada menor en el cráter del volcán, y finalmente prenderle fuego en una fiesta de despedida.

Antes de que regresarán a casa, les pedimos que cada uno de ellos tratará de traer una caña, que aquí llaman carrizo, lo más larga posible. Tremendamente obedientes y cumplidores con todo lo que les hemos ido encargando, al día siguiente, cada uno de los menores se presentó con un largo carrizo. Pronto empezamos a construir el armazón del volcán. Ahora ya está terminado, y en las próximas jornadas empezaremos a recubrir la estructura con cartón, y luego forraremos todo el volumen con papel de periódico y cola, para finalmente pintarlo.

Lo que menos nos está gustando de esta experiencia es tener que decir no cada día a menores que no paran de llegar, la mayoría con sus madres, para pedirnos que les dejemos participar en estas actividades. Todos tienen aspecto muy humilde. Algunas de las madres, vestidas con las ropas propias de los campesinos de los Andes, llevaban atado a sus espaldas, con una especie de mantilla, un bebé. Lamentablemente no podemos trabajar con más de 30 menores por grupo. No hay suficiente espacio en la pequeña aula taller que utilizamos, y tampoco podríamos atender en buenas condiciones a mayor número de niños y niñas. Nos duele mucho, pero una y otra vez tenemos que decir que ya es demasiado tarde, que los grupos están llenos. No podemos hacer otra cosa.

 

Publicado el 13 de julio de 2009 a las 16:30.

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Bomberos

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En todos nuestros proyectos, resultan de gran ayuda los amigos que vamos haciendo en los lugares en donde se desarrollan las actividades con los niños. En ese sentido, en Ecuador hemos tenido la gran fortuna de entablar amistad con distintas personas que, desde el primer momento, se han interesado por nuestro trabajo, y nos han ayudado con una generosidad, entrega y entusiasmo, fuera de lo común.

Dolores, Carlos, Fernando, Handel, Lizi y Rolando, se implicaron decididamente en nuestro primer proyecto en Ecuador, el que llevamos a cabo en 2007, asumiéndolo como suyo, y poniendo tanto empeño en que todo saliera bien, como cualquiera de nosotros, con la diferencia y que ellos, al ser de aquí, podían gestionar y solucionar problemas que nosotros no hubiéramos sido capaces de resolver. Por otro lado, como todos ellos tienen vinculación estrecha con el mundo del arte y la cultura, sus aportaciones resultaron especialmente enriquecedoras.

En Cuenca, además de la ayuda de las Hermanas Mercenarias, en cuyo convento de Sinincay nos alojamos y trabajamos, tenemos el apoyo incondicional de nuestros amigos Ricardo y Diana.

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Publicado el 10 de julio de 2009 a las 10:15.

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Trabajar en Sinincay

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José Luis Gutiérrez
Sinincay, 6 de julio de 2009

Sinincay no es un pueblo, ni una ciudad, es una parroquia perteneciente a Cuenca, una preciosa ciudad, cuyo centro histórico se encuentra a 6 Km. hacia el noroeste; pese a lo cual, Sinincay tiene cierta independencia administrativa respecto de esa ciudad, al estar gobernada por una Junta Parroquial elegida democráticamente. Sinincay está a unos 2.700 m. de altitud, en plena cordillera de los Andes.

Según el último censo, de 2001, en Sinincay hay 12.650 habitantes, más mujeres que hombres, porque la emigración ha afectado más a los varones. La población de Sinincay es joven, según ese censo, el 86% de los habitantes son menores de 46 años. Las estadísticas añaden que más del 90% de la población de Sinincay es indígena. Sinincay engloba a 39 sectores dispersos por la montaña, de modo que, a pesar de estas cifras, uno tiene la sensación de estar en un lugar no muy poblado. La tasa de analfabetismo aquí es muy alta, y afecta tres veces más a las mujeres que a los hombres.

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Publicado el 8 de julio de 2009 a las 08:30.

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Chimborazo

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El volcán Chimborazo, en plena cordillera de los Andes, con 6.310 m. de altitud, es el punto más alto de Ecuador. Los incas siempre pensaron que no existía en el mundo entero una cumbre más elevada que la de este volcán, y en cierto modo, muchos años después, la ciencia les ha dado la razón, porque aunque el monte Everest, en el otro extremo del planeta, alcanza los 8.848 m. sobre el nivel del mar, la cima del Chimborazo es el punto más alejado del centro de la tierra, debido a que nuestro planeta no es totalmente redondo.

El Chimborazo está en la misma cordillera de los Andes en la que se asienta Sinincay, pero a unos 200 Km. hacia el norte. Desde aquí, rodeados de montañas como estamos, no podemos verlo; pero todo el mundo, incluso los niños, sabe de su existencia. Es un volcán amigo, porque lleva cerca de mil años sin arrojar fuego, lava, ni cenizas a través de su cráter; y además, las nieves perpetuas que cubren su cima, proveen de agua a todas las poblaciones de las inmediaciones. Precisamente su inactividad, y su actual carácter amigable, nos servirán de argumento para el trabajo que pretendemos hacer este año con los niños y niñas de Sinincay.

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Publicado el 6 de julio de 2009 a las 17:30.

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60 imágenes de 'color' en la UCM

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Tres en raya. Color en orfanatos de Ecuador, India y Nepal se puede visitar hasta el viernes 3 de abril, en la Sala de Exposiciones de la Facultad de Bellas Artes de la UCM, de lunes a viernes de 9 a 14 horas, y además, lunes y martes de 15 a 17 horas.

Esta exposición consta de 60 fotografías de gran formato, que ilustran el trabajo que llevamos a cabo en 2008 con los menores que habitan los orfanatos de Matruchhaya (India) y Bal Mandir (Nepal), y con cien niños de Sinincay, un "pueblo huérfano" de Ecuador.

A pesar de que la exposición ya está abierta, el viernes 27 de marzo, a las 18 horas, en el Salón de Actos de la Facultad de Bellas Artes, haremos una breve presentación de los proyectos, Y estrenaremos el documental Color en Matruchhaya 2008 (27 minutos de duración). Después bajaremos a la Sala de Exposiciones, para ver juntos las fotografías y tomar un aperitivo. Vuestra asistencia será motivo de alegría.

Publicado el 24 de marzo de 2009 a las 12:30.

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Cap.1.'Tres en raya', color en orfanatos de Ecuador, Nepal e India

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Algunas de estas imágenes compondrán la muestra 'Tres en raya', que, con 60 fotografías, ilustra nuestro trabajo en Ecuador, Nepal e India durante el año 2008.

El pasado año llevamos nuestras actividades a tres puntos diferentes: un pueblo de Ecuador llamado Sinincay, Bal Mandir y Matruchhaya, los orfanatos de Nepal e India en los que venimos trabajando desde hace años.

El 6 de febrero inauguraremos esta exposición en el Centro Joaquín Roncal de la CAI Zaragoza.

Más tarde, en marzo, las expondremos en nuestra Facultad de Bellas Artes, en Madrid, y suponemos que se exhibirán en más lugares.

A continuación os cuento más detalles de nuestro trabajo en Ecuador:

COLOR EN SININCAY

Sinincay es un pueblo de Ecuador con unos dieciocho mil habitantes, en el que se estima que más de dos mil niños y niñas trabajan en la elaboración de ladrillos de arcilla.

Por otro lado, la pobreza hace años que viene empujando a muchos hombres y mujeres de Sinincay a buscar trabajo en el extranjero, generalmente en Estados Unidos o España, lo que ha aliviado la situación económica de muchas familias, pero ha introducido nuevos problemas, pues los hijos generalmente han quedado al cuidado de la madre, o de algún pariente, y se ha visto alterada la relación familiar.

Seis universitarios de la Universidad Complutense de Madrid trabajamos en este pueblo durante el mes de julio de 2008, con unos cien niños y niñas, de entre cinco y doce años de edad, que las monjas del “Jardín de Infantes Nuestra Señora de la Merced” habían dividido en cuatro grupos.

Nos alojamos en ese convento y utilizamos sus instalaciones para llevar a cabo diversas actividades creativas: dibujo, pintura, modelado y elaboración de figuras de papel maché. Pero, sobre todo, intentamos que nuestra estancia allí fuera motivo de alegría y esparcimiento para esos menores.

Siempre que hemos visitado las ladrilleras de Sinincay, hemos tenido la impresión de que retrocedíamos en el tiempo. La producción de ladrillos allí conserva un carácter netamente artesanal, como si la revolución industrial hubiera ignorado ese hermoso lugar.

Cada familia extrae arcilla de las laderas de la montaña con palas, la echan a una especie de poza circular, donde la mezclan con agua y la amasan haciendo caminar por ella a uno o varios toros que pisotean el lodo. Amasado el barro, utilizan cajones de madera como molde para que todos los ladrillos tengan el mismo porte. Cuando están secos, preparan la hornada. Apilan ordenadamente diez o doce mil ladrillos sobre una plataforma. Una fila de ladrillos ya cocidos hace de paredes de ese horno improvisado a la medida del contenido.

Recubren con lodo las juntas, encienden fuego bajo la plataforma, y lo alimentan con leña durante dos días. Mantendrán el horno cerrado durante quince días, tras los cuales, los ladrillos estarán listos para ser vendidos. Algún constructor acudirá allí para comprarlos, y pagará unos quince centavos de dólar por ladrillo, lo que dará a la familia lo justo para seguir viviendo, y en algunos casos pagar las deudas acumuladas a cuenta de la hornada.

Esta actividad es tan precaria económicamente, que difícilmente da para pagar salarios, por eso generalmente en las ladrilleras trabaja toda la familia, y es la razón por la que hay tan elevado número de menores empleados en esas labores, sin escolarizar. A nuestras actividades no acudió ninguno de esos niños ladrilleros; sí algunos que ayudan a la familia al salir de la escuela, o en vacaciones, e hijos de emigrantes.

LA VIDA DE ANA

Ana vive en el sector de La Dolorosa, arriba en la montaña, un barrio plagado de ladrilleras. Es muy alegre y comunicativa. Ayer mismo nos invitó a visitar la empresa de su familia en plena actividad. Tiene cuatro hermanas más, ella, con diez años de edad, es la pequeña.

Todos los días viene a clase con dos sobrinos, hijos de su hermana mayor, que ahora vive y trabaja en Estados Unidos. En la visita a su ladrillera conocimos a su padre, que dejó de trabajar en cuanto llegamos, para atendernos. También él fue emigrante en los Estados Unidos.

Asegura que allí ganaba mucho dinero, pero al poco tiempo enfermó, supone él que por fatiga y por la dureza del clima. Se vio obligado a regresar a Sinincay, y empezó a trabajar en la ladrillera. La madre y la hermana de Ana siguieron haciendo ladrillos durante nuestra visita, aunque cuando se acercaba la hora de nuestro regreso, dejaron de trabajar, y la hermana bajó por la ladera en busca de una botella de refresco y unos vasos.

Rocío, la única hermana de Ana que trabaja en la ladrillera, tiene dieciocho años, dice que al finalizar la escolarización primaria, a los doce años, tuvo que ayudar a la familia con una dedicación mayor. Trató durante un tiempo de compatibilizar su trabajo con el colegio, pero le resultó imposible. Actualmente trabaja desde las ocho de la mañana hasta las séis de la tarde, de lunes a viernes, con una interrupción para la comida.

El sábado se ocupa sólo media jornada. Raquel, una de las alumnas que forma parte de nuestro grupo, le preguntó qué hacía por las tardes cuando terminaba de trabajar. -Descansar -dijo la hermana de Ana. -¿Y los fines de semana? -insistió Raquel. -Descansar también -respondió Rocío. -El trabajo en la ladrillera es muy duro -añadió la chica tratando de justificarse.

La propia Ana asume que esa será también su obligación en cuanto cumpla los doce años de edad y finalice su educación primaria.

LA VIDA DE KERLEY

Kerlye es una niña de seis años de edad que un martes por la tarde se enamoró súbitamente de Santiago, un niño de once años, de su mismo grupo. La flecha de Cupido hizo blanco en el corazón de Kerlye, quien comunicó a sus primas, primos y hermano el repentino acontecimiento; y éstos, muy diligentes, se lo transmitieron a Santiago, e incluso concertaron una cita para el día siguiente, a las dos de la tarde, en el parque situado frente al convento.

Santiago aceptó, o simplemente no respondió, porque lo cierto es que es un niño muy tímido, el caso es que de inmediato nos hicieron partícipes a todos del feliz evento.

La fantasía de ellos se disparó, y empezaron a organizar un encuentro digno de las más románticas telenovelas. Kerlye, más pequeña que sus parientes, se dejó asesorar, y apareció deslumbrante el día señalado. Un precioso vestido rosa, con falda de tul, zapatos blancos de charol, y una flor blanca prendida del pelo, hacían que Kerlye pareciera una auténtica princesa.

Llenaron una bolsa con pétalos de flores, para lanzarlos al aire en el momento en que los enamorados se besaran, cosa que ya habían explicado a Kerlye que sería necesaria para poder sellar la relación, y ser novios de verdad.

Escribieron una declaración de amor plagada de corazones, y pidieron a Samuel que se escondiera tras unos setos, y tocara alguna dulce melodía con su flauta, algo a lo que nuestro alumno se negó. A las dos, Kerlye ya estaba sentada en un banco del lugar señalado, pero rodeada por una comitiva de parientes y curiosos de casi diez niños.

Poco después vimos aparecer por el fondo de la plaza a Santiago, quien, con cara de perplejidad miró al nutrido grupo, y asustado dio media vuelta. -¡Santiago,  ven aquí, Kerlye te está esperando! –gritaron los acompañantes de la niña.

En ese momento Santiago echó a correr, y los amigos de la novia salieron disparados tras él. Kerlye se quedó sola, con cara de sorpresa al principio, y de profunda tristeza después, cuando comprobó que Santiago corría como si lo siguiera el diablo.

Entonces empezaron a rodar unas lágrimas por sus mejillas, y Raquel y María, las dos alumnas de nuestro grupo, salieron del convento, desde una de cuyas ventanas observábamos a escondidas, y trataron de consolarla. A las tres de la tarde todos acudieron puntuales a nuestra sesión, incluidos Santiago y Kerlye, como si nada hubiera ocurrido.

Ese día teníamos programado realizar fotografías con cada menor portando su animal ya terminado. Allí estaba Kerlye con su vestido de princesa, todavía dibujada la decepción en su rostro, pero dispuesta a posar en la sesión fotográfica, como una verdadera modelo, sin reparar en lo extraño de su indumentaria. Por no aumentar su dolor, no le pedimos que se cambiara de ropa, y la fotografiamos vestida de esa guisa.

Publicado el 7 de enero de 2009 a las 19:45.

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José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz (Madrid, 1963), pofesor Titular y Director del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Director del Grupo de Investigación UCM "Arte al servicio de la sociedad". Responsable de diversos proyectos de cooperación al desarrollo que desde 2004 vienen llevándose a cabo en orfanatos de India, Nepal y Ecuador.

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