Algunas de estas imágenes compondrán la muestra 'Tres en raya', que, con 60 fotografías, ilustra nuestro trabajo en Ecuador, Nepal e India durante el año 2008.
El pasado año llevamos nuestras actividades a tres puntos diferentes: un pueblo de Ecuador llamado Sinincay, Bal Mandir y Matruchhaya, los orfanatos de Nepal e India en los que venimos trabajando desde hace años.
El 6 de febrero inauguraremos esta exposición en el Centro Joaquín Roncal de la CAI Zaragoza.
Más tarde, en marzo, las expondremos en nuestra Facultad de Bellas Artes, en Madrid, y suponemos que se exhibirán en más lugares.
A continuación os cuento más detalles de nuestro trabajo en Ecuador:
COLOR EN SININCAY
Sinincay es un pueblo de Ecuador con unos dieciocho mil habitantes, en el que se estima que más de dos mil niños y niñas trabajan en la elaboración de ladrillos de arcilla.
Por otro lado, la pobreza hace años que viene empujando a muchos hombres y mujeres de Sinincay a buscar trabajo en el extranjero, generalmente en Estados Unidos o España, lo que ha aliviado la situación económica de muchas familias, pero ha introducido nuevos problemas, pues los hijos generalmente han quedado al cuidado de la madre, o de algún pariente, y se ha visto alterada la relación familiar.
Seis universitarios de la Universidad Complutense de Madrid trabajamos en este pueblo durante el mes de julio de 2008, con unos cien niños y niñas, de entre cinco y doce años de edad, que las monjas del “Jardín de Infantes Nuestra Señora de la Merced” habían dividido en cuatro grupos.
Nos alojamos en ese convento y utilizamos sus instalaciones para llevar a cabo diversas actividades creativas: dibujo, pintura, modelado y elaboración de figuras de papel maché. Pero, sobre todo, intentamos que nuestra estancia allí fuera motivo de alegría y esparcimiento para esos menores.
Siempre que hemos visitado las ladrilleras de Sinincay, hemos tenido la impresión de que retrocedíamos en el tiempo. La producción de ladrillos allí conserva un carácter netamente artesanal, como si la revolución industrial hubiera ignorado ese hermoso lugar.
Cada familia extrae arcilla de las laderas de la montaña con palas, la echan a una especie de poza circular, donde la mezclan con agua y la amasan haciendo caminar por ella a uno o varios toros que pisotean el lodo. Amasado el barro, utilizan cajones de madera como molde para que todos los ladrillos tengan el mismo porte. Cuando están secos, preparan la hornada. Apilan ordenadamente diez o doce mil ladrillos sobre una plataforma. Una fila de ladrillos ya cocidos hace de paredes de ese horno improvisado a la medida del contenido.
Recubren con lodo las juntas, encienden fuego bajo la plataforma, y lo alimentan con leña durante dos días. Mantendrán el horno cerrado durante quince días, tras los cuales, los ladrillos estarán listos para ser vendidos. Algún constructor acudirá allí para comprarlos, y pagará unos quince centavos de dólar por ladrillo, lo que dará a la familia lo justo para seguir viviendo, y en algunos casos pagar las deudas acumuladas a cuenta de la hornada.
Esta actividad es tan precaria económicamente, que difícilmente da para pagar salarios, por eso generalmente en las ladrilleras trabaja toda la familia, y es la razón por la que hay tan elevado número de menores empleados en esas labores, sin escolarizar. A nuestras actividades no acudió ninguno de esos niños ladrilleros; sí algunos que ayudan a la familia al salir de la escuela, o en vacaciones, e hijos de emigrantes.
LA VIDA DE ANA
Ana vive en el sector de La Dolorosa, arriba en la montaña, un barrio plagado de ladrilleras. Es muy alegre y comunicativa. Ayer mismo nos invitó a visitar la empresa de su familia en plena actividad. Tiene cuatro hermanas más, ella, con diez años de edad, es la pequeña.
Todos los días viene a clase con dos sobrinos, hijos de su hermana mayor, que ahora vive y trabaja en Estados Unidos. En la visita a su ladrillera conocimos a su padre, que dejó de trabajar en cuanto llegamos, para atendernos. También él fue emigrante en los Estados Unidos.
Asegura que allí ganaba mucho dinero, pero al poco tiempo enfermó, supone él que por fatiga y por la dureza del clima. Se vio obligado a regresar a Sinincay, y empezó a trabajar en la ladrillera. La madre y la hermana de Ana siguieron haciendo ladrillos durante nuestra visita, aunque cuando se acercaba la hora de nuestro regreso, dejaron de trabajar, y la hermana bajó por la ladera en busca de una botella de refresco y unos vasos.
Rocío, la única hermana de Ana que trabaja en la ladrillera, tiene dieciocho años, dice que al finalizar la escolarización primaria, a los doce años, tuvo que ayudar a la familia con una dedicación mayor. Trató durante un tiempo de compatibilizar su trabajo con el colegio, pero le resultó imposible. Actualmente trabaja desde las ocho de la mañana hasta las séis de la tarde, de lunes a viernes, con una interrupción para la comida.
El sábado se ocupa sólo media jornada. Raquel, una de las alumnas que forma parte de nuestro grupo, le preguntó qué hacía por las tardes cuando terminaba de trabajar. -Descansar -dijo la hermana de Ana. -¿Y los fines de semana? -insistió Raquel. -Descansar también -respondió Rocío. -El trabajo en la ladrillera es muy duro -añadió la chica tratando de justificarse.
La propia Ana asume que esa será también su obligación en cuanto cumpla los doce años de edad y finalice su educación primaria.
LA VIDA DE KERLEY
Kerlye es una niña de seis años de edad que un martes por la tarde se enamoró súbitamente de Santiago, un niño de once años, de su mismo grupo. La flecha de Cupido hizo blanco en el corazón de Kerlye, quien comunicó a sus primas, primos y hermano el repentino acontecimiento; y éstos, muy diligentes, se lo transmitieron a Santiago, e incluso concertaron una cita para el día siguiente, a las dos de la tarde, en el parque situado frente al convento.
Santiago aceptó, o simplemente no respondió, porque lo cierto es que es un niño muy tímido, el caso es que de inmediato nos hicieron partícipes a todos del feliz evento.
La fantasía de ellos se disparó, y empezaron a organizar un encuentro digno de las más románticas telenovelas. Kerlye, más pequeña que sus parientes, se dejó asesorar, y apareció deslumbrante el día señalado. Un precioso vestido rosa, con falda de tul, zapatos blancos de charol, y una flor blanca prendida del pelo, hacían que Kerlye pareciera una auténtica princesa.
Llenaron una bolsa con pétalos de flores, para lanzarlos al aire en el momento en que los enamorados se besaran, cosa que ya habían explicado a Kerlye que sería necesaria para poder sellar la relación, y ser novios de verdad.
Escribieron una declaración de amor plagada de corazones, y pidieron a Samuel que se escondiera tras unos setos, y tocara alguna dulce melodía con su flauta, algo a lo que nuestro alumno se negó. A las dos, Kerlye ya estaba sentada en un banco del lugar señalado, pero rodeada por una comitiva de parientes y curiosos de casi diez niños.
Poco después vimos aparecer por el fondo de la plaza a Santiago, quien, con cara de perplejidad miró al nutrido grupo, y asustado dio media vuelta. -¡Santiago, ven aquí, Kerlye te está esperando! –gritaron los acompañantes de la niña.
En ese momento Santiago echó a correr, y los amigos de la novia salieron disparados tras él. Kerlye se quedó sola, con cara de sorpresa al principio, y de profunda tristeza después, cuando comprobó que Santiago corría como si lo siguiera el diablo.
Entonces empezaron a rodar unas lágrimas por sus mejillas, y Raquel y María, las dos alumnas de nuestro grupo, salieron del convento, desde una de cuyas ventanas observábamos a escondidas, y trataron de consolarla. A las tres de la tarde todos acudieron puntuales a nuestra sesión, incluidos Santiago y Kerlye, como si nada hubiera ocurrido.
Ese día teníamos programado realizar fotografías con cada menor portando su animal ya terminado. Allí estaba Kerlye con su vestido de princesa, todavía dibujada la decepción en su rostro, pero dispuesta a posar en la sesión fotográfica, como una verdadera modelo, sin reparar en lo extraño de su indumentaria. Por no aumentar su dolor, no le pedimos que se cambiara de ropa, y la fotografiamos vestida de esa guisa.
Publicado el 7 de enero de 2009 a las 19:45.