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Blog de José Luis Gutiérrez Muñoz

Sonrisas de colores

Una simple manzana

Archivado en: Sinincay, cumpleaños

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Hay personas que se deprimen al cumplir años. A mí es algo que normalmente me deja indiferente, aunque lo cierto es que ayer, el día en que cumplía 46 años, me sentí decaído. Sabía que no había motivos para el desánimo; además, nada más despertarme recibí la felicitación de mi mujer, y poco después la de Ana, Samuel, Paola y Manuel, el grupo de universitarios que trabaja con nosotros en SonrisasSinincay. Más tarde, también los niños y niñas que participan en nuestras actividades me felicitaron; pese a lo cual, ayer estaba triste, y más de una vez, a lo largo de la mañana, me pregunté qué demonios hacía aquí, a miles de kilómetros de mi casa.

A medio día, después de la comida, hicimos una visita rápida a los sombrereros Roberto y María Teresa, un matrimonio muy mayor, que recuerda el tiempo en que, en casi todas las casas de la Parroquia, se tejían sombreros de paja toquilla. Dicen que Sinincay prácticamente abastecía de sombreros a toda Cuenca, pero el proceso era tan puramente artesanal, que pronto tuvieron que sufrir la competencia de algunas fábricas que se crearon en la ciudad, introduciendo sistemas que mecanizaban el trabajo, y por consiguiente, abarataban sustancialmente la producción.

Actualmente, en Sinincay sólo quedan unos cuantos artesanos, mayores, como Roberto y María Teresa que, por pura inercia, mantienen viva la tradición. En el momento en que comenzó a menguar la demanda de sombreros manufacturados, debieron de pensar que eran demasiado mayores para iniciarse Sonrisasen un nuevo oficio, y en lugar de eso, aprendieron a sobrevivir con muy poco. Pero la generación posterior a Roberto y María Teresa, que no tienen hijos, comprendió que era necesario emigrar, o encontrar otras actividades productivas que permitieran el sustento. En muchos casos, la elaboración de ladrillos de arcilla suplantó aquella otra actividad, cuando ya resultaba muy poco rentable.

Tuvieron que llevarme hasta la casa de Roberto y María Teresa en mi silla de ruedas, porque me encontraba con poca energía para andar, y el camino que conducía hasta su casa era cuesta arriba. En algunos tramos, Aurora, Paola y Ana, necesitaron unir sus fuerzas, de tan empinado como estaba el camino. Samuel y Manuel se habían quedado descansando en el convento. Los vecinos de Sinincay nos contemplaban asombrados. Parecía que nunca habían visto una silla de ruedas, o tal vez les llamaba la atención el séquito que me acompañaba. A mí, que no me gusta llamar la atención, aquella situación me incomodaba. Después de unos días en los que me había sentido con energía renovada, nuevamente volvía a verme débil y, aunque ya estoy acostumbrado a este tipo de altibajos, eso contribuía a mi desmoralización. Además, mentalmente establecí un paralelismo entre la decadencia de los sombrereros y mi declive físico.

Desde luego, esa visita no sirvió para infundirme ánimo, todo lo contrario. Pensé que con Roberto y María Teresa, no sólo desaparecerá un oficio, y un modo de relacionarse con el entorno, sino que también se perderán infinidad de palabras, extrañas para mis oídos, inherentes al oficio de los Sonrisassombrereros. Azocar, aplicar el sahumerio, hormar, macetear o acoplar el tafilete, son sólo algunas de las acciones y expresiones en proceso de extinción. Roberto y María Teresa no se mostraron especialmente amables, ni contentos con nuestra visita, respondieron con cierta desgana a nuestras preguntas, y miraron con recelo a la cámara fotográfica. Comprendí su enojo hacia el visitante que observa y fotografía desde la distancia, sin entender, ni sentirse concernido por lo que tiene delante. No hicimos ninguna fotografía, ya teníamos algunas de una exploración anterior, y finalizamos pronto nuestra visita, porque teníamos la impresión de haber entrado en un funeral al que no habíamos sido invitados.

Desde hace unos ocho años, cada lunes Aurora me inyecta una medicación llamada "interferón", que mi neurólogo me prescribe para tratar de detener el avance de la esclerosis múltiple. Esto hace que los lunes esté especialmente carente de energía física, y a menudo, la falta de vitalidad se une al decaimiento. Tras la visita a Roberto y María Teresa estuve descansando en mi habitación. Salí al patio en el momento en que los niños y niñas del primer grupo de la tarde se despedían con besos y abrazos de Aurora, Ana, Samuel, Paola y Manuel. Me gusta ver esas muestras de cariño entre los voluntarios y Sonrisaslos menores con los que trabajamos. A mí también me dieron algún beso las niñas, y los niños me dieron la mano, al tiempo que me felicitaban. Imagino que mis compañeros de grupo les habían dicho que cumplía años.

Uno de los niños llevaba en las manos una naranja y una manzana, que seguramente constituían su merienda, y me ofreció la manzana. Al ver mi expresión de extrañeza, me dijo que ese era su regalo de cumpleaños. Mire la pequeña manzana, y la cara sonriente del muchacho que me la obsequiaba, y le dije que me sentiría más feliz si se la comiera él. No quería ser descortés, pero tampoco deseaba privar de la mitad de su merienda a uno de nuestros niños. Creo que lo entendió, porque sin dejar de sonreír me volvió a desear "cumpleaños feliz", y se marchó. Aquel sencillo gesto me conmovió, y tuvo la virtud de disipar la melancolía que, como un nubarrón, me estaba ensombreciendo el ánimo, y en un instante me sacó de ese ensimismamiento absurdo en que llevaba sumido todo el día.

Sinincay 14 de julio de 2009
José Luis Gutiérrez

 

Publicado el 17 de julio de 2009 a las 10:30.

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José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz (Madrid, 1963), pofesor Titular y Director del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Director del Grupo de Investigación UCM "Arte al servicio de la sociedad". Responsable de diversos proyectos de cooperación al desarrollo que desde 2004 vienen llevándose a cabo en orfanatos de India, Nepal y Ecuador.

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