Rinku
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Desde que hemos llegado a Matruchhaya, no paro de escuchar "Rinku" por todas partes. Prácticamente me había olvidado de este apelativo con el que habitualmente llamaban a Roshní, mi hija mayor, cuando vivía aquí. A Chandrika la llamaban Chaku.
Una de las novedades del proyecto de este año es que Roshní es uno de los cinco miembros de nuestro equipo de trabajo. Al ser la única persona del grupo que habla gujarati, Roshní es nuestra mejor interlocutora con los habitantes del orfanato, ya que aquí el nivel de inglés es muy bajo. Además participa en todas las actividades que desarrollamos con los menores; pero lo que verdaderamente justifica su participación en este proyecto, es su compromiso de asistirme en todo momento, siempre que lo necesite, ya que por mis crecientes problemas de movilidad, cada vez requiero más apoyo, hasta en las acciones más simples.
Aunque así dicho puede parecer que asumo con facilidad las limitaciones y condicionantes que me va imponiendo la esclerosis múltiple, lo cierto es que voy admitiendo la realidad por la propia contundencia de los hechos, cuando entiendo que ya no queda otra solución, nunca por adelantado. De lo único que puedo presumir en ese sentido, es que, aceptada cada nueva limitación, no me detengo a lamentarme, y trató de continuar con mi vida con la mayor normalidad posible, incorporando las adaptaciones necesarias, pero intentando no renunciar a ninguno de mis sueños por culpa de esa estúpida sustancia que llaman mielina.
Hasta ahora, siempre había acudido aquí contando con la ayuda de los cuatro universitarios que habitualmente me acompañan, mas la de las cuidadoras, las monjas, y hasta los propios niños y niñas de Matruchhaya; pero el año pasado, un par de accidentes dentro de mi propia habitación, me hicieron comprender que había llegado el momento de aceptar la asistencia que desde hacía tiempo me ofrecían mi mujer y mis hijas. De las tres, Roshní era la que en este momento se encontraba en mejor situación para este cometido.
Nunca he tenido quejas de la atención que diariamente me prestan mi mujer y mis hijas, todo lo contrario, pero al llegar aquí me ha sorprendido la capacidad de Roshní para trabajar en la actividad que corresponda, hacer de intermediaria entre nosotros y los niños, conversar con unos y con otros, y al mismo tiempo estar muy atenta de mis posibles necesidades, de modo que generalmente no necesito solicitar su ayuda, porque ella se anticipa. En ocasiones tengo la impresión de que conoce mis limitaciones mejor que yo mismo.
Por otro lado, nos parece que este año los niños y niñas de Matruchhaya están más abiertos, comunicativos y cariñosos con nosotros. En ello debe influir el hecho de que por primera vez en las siete ediciones de este proyecto, han repetido dos miembros del equipo del año pasado: Ramón, profesor de mi departamento de Escultura, y Sandra, estudiante del máster de Bellas Artes. Hasta ahora yo era el único que siempre regresaba. Pero además, estoy convencido de que la presencia aquí de Roshní está marcando una diferencia importante en nuestro trato con los habitantes del orfanato.
Me encanta observar el modo en que Roshní se relaciona con los niños y niñas de Matruchhaya. La tratan con mucho cariño y respeto, como si fuera su hermana mayor. También ella asegura quererles a todos ellos como a verdaderos hermanos. La mayoría de las cuidadoras, y algunas niñas mayores, todavía recuerdan cuando Roshní y Chandrika vivían aquí, a pesar de que abandonaron el orfanato hace ya más de once años, cuando tenían 13 y 11 años de edad respectivamente. Pero además, las dos pasaron el verano de 2006 trabajando aquí como voluntarias, y Roshní regresó en verano de 2007.
A todos nos está sorprendiendo la progresiva transformación de Roshní, que cada día que pasa adquiere nuevos gestos y expresiones indias. Se la ve en su ambiente, como cuando a un pez se le devuelve al agua. Creo que está disfrutando muchísimo de esta experiencia, y yo me alegro, porque verdaderamente se lo merece.
Publicado el 23 de noviembre de 2010 a las 19:30.