Joty
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Matruchhaya habitualmente tiene internos a unos 75 niños y niñas de todas las edades; desde recién nacidos, incluso prematuros, que sacan adelante en incubadoras, hasta mayores de edad, niñas o niños que al cumplir los 18 años, dejan de pertenecer oficialmente al orfanato, pero las monjas no se desentienden de ellos hasta encontrar una solución de futuro para cada cual: que finalicen los estudios que han iniciado, ayudarles a encontrar un trabajo y un matrimonio concertado, en el que, si no hay ningún pariente que asuma la responsabilidad, las propias monjas hacen de intermediarias, contando siempre con el consentimiento de los contrayentes.
Por otro lado, hay un elevado porcentaje de niños y niñas con algún tipo de discapacidad física o mental. Las familias humildes encuentran dificultades para sacar adelante a su prole, pero ven imposible atenderles si tienen necesidades especiales, por eso lo más frecuente es que les abandonen. En estos casos, Matruchhaya, con el apoyo de su congregación religiosa, adquiere con ellos un compromiso de por vida.
Matruchhaya es un lugar limpio y acogedor, sus niños y niñas reciben todas las atenciones necesarias: comida, cuidados médicos y escolarización. Pero además, pese a ser una institución con un elevado número de menores, también tienen el afecto de cuidadoras y monjas, más todo el que se dan los menores entre sí. En realidad, en muchos sentidos, Matruchhaya puede considerarse una gran familia. A menudo, cuando estamos aquí viviendo, rodeados de amistad, belleza, color y alegría, tendemos a olvidar la faceta amarga de una institución como ésta, que no es otra que las circunstancias que han conducido hasta aquí a cada menor.
Joty nació en septiembre de 1997, en un lugar extremadamente pobre. En septiembre de 2000 cuando le faltaban unos días para cumplir los tres años de edad, fue trasladada a Matruchhaya. Vivía con sus padres en una pequeña chabola en Bahunagar, y la situación se hizo insostenible, cuando al padre le diagnosticaron lepra. La misma congregación religiosa que dirige Matruchhaya, Hermanas de la Caridad de Santa Ana, regenta una leprosería en Bahunagar, en donde ingresaron al padre de Joty. En ese instante, el hombre rogó a las Hermanas que se hicieran cargo de su hija, porque a la pobreza extrema en que vivían, se unía cierta discapacidad mental de la madre, que la imposibilitaba para atender a la niña. Aunque en Matruchhaya intentan aceptar exclusivamente menores que sean huérfanos, pudiendo serlo sólo de padre o madre, cuando demuestran que no pueden ocuparse de ellos; en este caso, decidieron hacer una excepción.
La lepra dejó al padre de Joty sin dedos en las manos, pero después de un tiempo, la enfermedad fue detenida, y al hombre le permitieron regresar a su chabola, con su mujer, tras asegurar a todos sus vecinos que había dejado de ser contagioso. Pese a lo cual, a petición en sus padres, Joty continúa viviendo en Matruchhaya. Ambos quieren mucho a su única hija, y son conscientes de que sólo así la niña tiene asegurado todo cuanto necesita, más una buena educación.
Todo el mundo en Matruchhaya confía en que Joty podrá labrarse un futuro prometedor, porque es una niña trabajadora, inteligente y muy responsable. Pero ni Matruchhaya, ni la niña, ni los padres, deseaban una separación completa; por eso, todos los años, al terminar el curso escolar, hacia marzo, Joty pasa 10 ó 15 días en la pequeña chabola de Bahunagar con sus padres. Aunque ese periodo vacacional es más amplio, las monjas prefieren limitar la estancia de la niña en ese entorno depauperado e insalubre, para evitar contagios de enfermedades. Matruchhaya, comparado con la humilde chabola de los padres de Joty, es un palacio, pese a lo cual, Joty acude feliz cada año al reencuentro con sus padres, y en el orfanato consideran que para la propia niña es muy beneficioso mantener ese lazo familiar.
Publicado el 5 de noviembre de 2009 a las 08:45.