Globo
Archivado en: India, Diwali, globo, cooperación, desarrollo, ONG, orfanatos, Matruchhaya
No recuerdo qué día del mes de julio de este año, cuando estábamos trabajando con los niños y niñas de Sinincay, en Ecuador, vimos que la plaza se engalanaba para una fiesta. Ésa misma noche participamos de los bailes, y contemplamos un humilde espectáculo pirotécnico, que tenía embelesados a los menores. Cuando terminaron los fuegos artificiales, desplegaron un globo de papel de seda, en forma de cubo, de aproximadamente un metro de lado, compuesto por una sucesión de formas geométricas, de llamativos colores.
Todo el globo estaba cerrado, excepto por la parte inferior, donde un aro, de fina varilla de caña, dejaba una abertura circular de unos 40 cm . de diámetro. En el centro del círculo se suspendía una tira de lienzo, enrollada a dos alambres tensados en forma de cruz desde el aro. El lienzo estaba impregnado en parafina, el combustible capaz de hacer volar el artefacto. Prendieron varias hojas de papel de periódico, con las que calentaron el aire del interior del globo para, poco después, encender el lienzo.
Nos quedamos boquiabiertos cuando contemplamos cómo el globo de papel se elevaba lentamente con una pequeña llama en su interior. Estuvimos admirando, fascinados, el sencillo pero eficaz ingenio, y lo vimos ascender, de manera constante, durante muchos minutos; luego una leve corriente de aire empezó a empujarlo hacia oriente. Ya apenas divisábamos un diminuto punto de luz en el cielo, cuando finalmente lo perdimos de vista en el horizonte, aunque en mi imaginación, el fantástico globo siguió volando durante mucho, muchísimo tiempo. Mi mente trazó su hipotético itinerario.
Podría haber descrito cualquier otra trayectoria, pero sin embargo lo había hecho nítidamente hacia el este, la misma dirección en que tendríamos que volar nosotros días más tarde para regresar a España, y con el mismo rumbo que, varios meses después, seguiríamos para llegar a Nepal, y poco más tarde a India. Puestos a fantasear, imaginé que el globo, después de muchos días de travesía, llegaba hasta Nadiad cuando, exhausto y consumido ya todo su combustible, perdía altura para aterrizar en el patio de recreo de Matruchhaya, ante el regocijo de los niños y niñas del orfanato, que lo recibieron como un regalo caído del cielo.
Como comprendí que tal vez eso sólo sucedería en mi imaginación, pedimos a nuestros amigos ecuatorianos que nos ayudaran a localizar algún fabricante de ese tipo de globos. Pudimos visitar el taller de uno de ellos, le compramos dos globos, perfectamente plegados para poderlos meter en nuestras maletas, y le pedimos que nos explicara el proceso de elaboración. Ya en España, mis compañeros Ana y Ramón compraron papel de seda y parafina, y fabricaron varios globos idénticos a los que habíamos traído desde Ecuador, con la intención de llevarlos con nuestro equipaje a India.
Hubiésemos deseado probarlos en España, pero el Palacio de la Moncloa linda con los terrenos de nuestra Facultad, lo que nos hizo suponer que, si nos atreviéramos a soltar un globo de esas dimensiones, con fuego en su interior, en ese entorno, tendríamos problemas. Renunciamos al ensayo, y guardamos los globos con nuestro equipaje, y varios pliegos de papel de seda, para tratar de fabricar más con los niños y niñas de Matruchhaya.
El sábado 17 de octubre se celebraba en India el día grande del Diwali, la festividad hinduista más importante del año. Aunque Matruchhaya es un orfanato católico, también le gusta sumarse a esta celebración. Normalmente, por esta fecha, después de cenar, salimos a la puerta del orfanato con todos sus habitantes, y encendemos todo tipo de bengalas y artilugios pirotécnicos. Los más mayores hacen estallar infinidad de petardos. En esta ocasión, como pretendíamos hacer volar alguno de los globos de papel que hemos traído desde Ecuador, y otros que habían elaborado Ramón y Ana, subimos a la azotea del edificio, y allí preparamos el primero de los globos, uno de de los fabricados por nosotros mismos.
El personal de Matruchhaya se ilusionó mucho con la idea, y puso todo su empeño para que saliera bien. Les pareció que calentar el aire del interior con papeles de periódico prendidos, podría quemar el propio papel del globo, por lo que subieron una vasija de barro, quemaron en su interior trozos de madera, y esperaron a que desaparecieran las llamadas y quedaran sólo las brasas. En vista de que teníamos que hacer tiempo hasta que la madera se convirtiera en ascuas, una de nuestras alumnas bajó a por papeles y lapiceros, y pidió a los niños y niñas de Matruchhaya que escribieran sus deseos, y los echamos a la vasija para que se quemasen, y su humo, cargado de anhelos, se introdujese dentro del globo. Después de calentar el aire del interior, prendimos fuego al lienzo impregnado de parafina. Durante unos segundos, todos los que estábamos en la azotea de Matruchhaya, mayores y niños, contuvimos la respiración, a la espera de ver cómo se comportaba el globo. Las manos que lo sujetaban y tensaban para evitar que el papel de seda se quemase, finalmente lo soltaron. Éste, al quedar libre, se mantuvo unos segundos flotando apenas uno o dos metros por encima de las cabezas de los que acababan de liberarle, como si le asustase abandonar Matruchhaya. Tras esos instantes de incertidumbre, que a todos nos tuvieron en vilo, el globo empezó a elevarse con decisión, y todos los niños y niñas empezaron a aplaudir, a gritar y a decirle adiós con los brazos.
Fue muy emocionante. Estuvimos contemplando la ascensión de nuestro globo durante muchos minutos. Por debajo, no paraban de lanzar cohetes y petardos. Daba la impresión de que nuestro globo estaba siendo atacado por una multitud de baterías antiaéreas; pero ahora que se había decidido a partir, nada ni nadie podía ya detenerlo; y nuestro globo se elevó triunfal y majestuoso. Vimos cómo se fue haciendo cada vez más pequeño en el cielo, hasta confundirse con una de las estrellas, pero todavía podíamos distinguirlo, y observamos que se dirigía, con todos los deseos de los niños y niñas de Matruchhaya, hacia el oeste, seguramente hacia España, para sobrevolar en Palacio de la Moncloa , y no detenerse allí, sino seguir avanzando hacia occidente, cruzando el Océano Atlántico, hasta llegar a Sinincay, en donde nuestros niños y niñas lo verían llegar, y lo recibirían con gran algarabía, comprendiendo perfectamente los deseos que albergaba el humo del interior del globo, porque en definitiva, no diferían mucho de los suyos propios.
Publicado el 19 de octubre de 2009 a las 09:15.