Sanguita y Sima
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Sanguita y Sima
Nadiad, 29 de octubre de 2008
Las hermanas Sima y Sanguita llevan seis años viviendo en Matruchhaya. Sima tiene doce años y Sanguita dieciocho. Lo primero que llama la atención es que son más altas que las niñas de su edad. Sanguita me dice que eso es porque su padre es muy alto y muy corpulento. Vinieron a Matruchhaya, junto con sus otros cuatro hermanos, desde Madhya Pradesh, un estado de la India vecino de Gujarat. Hablaban hindi, no sabían ni una palabra de gujarati, pero no tardaron en aprenderlo, porque ambos son idiomas que provienen del sanscrito. Pero ese no era el principal obstáculo que tenían que vencer, lo más difícil era no pensar a cada momento en la razón que les había traído aquí.
Su familia era aparentemente normal, muy pobre, pero como la mayoría de las que vivían en su aldea. La estructura familiar era muy amplia, como es habitual en India. El matrimonio con sus seis hijos, cuatro niñas y dos niños, vivía en la casa de los abuelos paternos, que es lo frecuente, siempre que el marido es el primogénito. También vivían con ellos dos tíos, hermanos del padre, aun solteros.
El padre de Sima y Sanguita era muy popular en su aldea, temido y respetado por su corpulencia, y por sus repentinos arranques de ira. Una mañana, hace seis años, cuando entró en su casa encontró a su mujer y a dos de sus hijas atareadas en la preparación de chapatis, el pan de la India. Su mujer, sin levantar la cabeza de la masa que estaba aplastando para darle forma de torta, le comunicó que se había vuelto a quedar embarazada.
-Felicidades mi amor. Que alegría. No te preocupes, saldremos adelante -hubiera sido la respuesta deseable, y hasta predecible. Pero el hombre respondió con un tremendo tortazo en la cara de su esposa, después la agarró de los pelos y la golpeó con una furia inusitada, al tiempo que la profería todo tipo de insultos. No conforme con eso, cogió un cuchillo de cocina y la dio varias puñaladas hasta que la mató. Las niñas Sima y Prety estaban aterrorizadas, encogidas en un rincón de la diminuta sala que servía de cocina, alcoba y comedor, a menos de dos metros de donde se desarrolló la escena, sin atreverse a hacer ni decir nada. Lo contemplaron todo con los ojos muy abiertos. Sima tenía seis años, y Prety catorce.
El hombre enardecido, trató de justificarse ante los vecinos, familiares y curiosos que acudieron a contemplar el macabro espectáculo, diciendo que, desde hacía tiempo, tenía la sospecha de que su mujer tenía un amante, y la noticia del embarazo había sido la evidencia de que le estaba engañando. No podía ser suyo, explicaba, todavía iracundo, puesto que sus relaciones sexuales eran cada vez más escasas. -Y si averiguo quién se estaba acostando con ella, también lo mato -añadió con rabia. La policía no tardó en detenerle.
El caso fue llevado a la Corte de Justicia, y el juez llamó a testificar a los únicos testigos de los hechos: Sima y Prety. Los abuelos de las niñas, y el resto de la familia, trataron de aleccionar a las niñas, y les explicaron qué debían decir. La primera en ser llamada a declarar fue la mayor, pero ante las preguntas directas del magistrado, arrancó a llorar y no fue capaz de articular palabra. A continuación fue llamada Sima. El padre, en el banquillo de los acusados, la miraba directamente a los ojos. Ella, con tan sólo seis años, no desvió la mirada, y cuando el juez le preguntó qué había visto el fatídico día, ella respondió fríamente, sin dejar de mirar a los ojos a su padre, y contó todo lo que había presenciado. El juez felicitó a la niña por su coraje, y acto seguido decretó el ingreso en prisión del padre, y a los seis niños les envió directamente a un orfanato de otra región, a Matruchhaya. El juez debió de entender que Sima y sus hermanos peligraban con la familia paterna, porque vio el modo en que intentaron defender y justificar a toda costa al padre.
El padre de Sima hace varios años que salió de prisión. No sé cuanto tiempo habrá permanecido en ella. Una monja me dice que no cree que haya estado encerrado más de seis meses, y asegura que, de hecho, ya se ha vuelto a casar con otra mujer, y tiene dos hijos con ella. El año pasado Prety trabajaba en Matruchhaya como cuidadora en la sala de los recién nacidos y prematuros. Daba gusto verla trabajar con los bebés, era toda ternura y delicadeza. Este año la he echado en falta, y pronto he sabido que ha regresado a su aldea natal, porque su padre desea casarla. En Matruchhaya sólo quedan Sanguita y Sima, los demás han ido saliendo del orfanato conforme se han ido haciendo mayores. La mayor de las hermanas ya está casada, y los dos varones están viviendo en casa de un tío.
Me parece asombroso que la familia y la propia sociedad (también la española) pueda asumir tragedias de este tipo con tanta facilidad, y pasar página en tan poco tiempo, haciendo como si nada hubiera pasado. Parece que todo el mundo entiende que un hombre puede tener un mal momento, un instante de enajenación que le lleve a cometer semejante atrocidad. Sé que es bueno perdonar, pero me asusta que el perdón llegue con tanta facilidad y rapidez, y me pregunto si habrá perdonado Sima. Cuando miro sus ojos creo ver un punto de tristeza, incluso cuando sonríe. Me parece que su cara todavía delata que ha sido testigo del mayor de los horrores.
Sanguta y Sima son muy buenas estudiantes, y ambas aseguran que no desean regresar a su aldea. Yo les he dicho que trataremos de apoyarlas en sus estudios, para que incluso puedan ir a la Universidad. Hablaré de ello con las monjas en los próximos días, pero temo que el padre tenga la última palabra.
Publicado el 30 de octubre de 2008 a las 17:15.